Mi encuentro con el filósofo Sebreli en el Hotel de las Letras de Madrid empezó con un decilitro de gazpacho y esta pregunta: «Si hemos de rescatar a la izquierda del fondo de tantos abismos, ¿no sería mejor hacerse de derechas?». En aquel momento sólo sonrió con elegancia. Sebreli es pequeño, frágil y suave, y se alimenta con gran prudencia. De hecho no probó el gazpacho. Era pertinente preguntarle por la izquierda. Aunque en su país pasa por ser un hombre de derechas (cierto que los argumentos son algo flojos, como ese del periodista Verbitski que lo acusó recientemente de «insomne»), Juan José Sebreli dice de sí mismo que es un hombre de izquierdas, por agnóstico, antimilitarista y partidario de la libertad de los cuerpos, así exactamente, que lo anoté recto y pulcro como si fuera una tarjeta de visita.
Parecía encontrarse muy bien en Madrid, a donde llegó por vez primera en 1964, en el transcurso de un viaje ciertamente curioso. El joven Sebreli era entonces maoísta y el Partido Comunista Chino lo había invitado a conocer el país. Se sabe que cualquier argentino que vaya a Pekín ha de pasar antes por Madrid, Londres, París, Amsterdam y así lo hizo en aquella puesta de largo inolvidable. «No conozco ninguna ciudad en el mundo que haya cambiado tanto como Madrid. La Puerta del Sol era un pura plaza de pueblo. Me alojé en una pensión y lo primero que hizo mi anfitriona es preguntarme si iba a salir por la noche. Yo pensé que era para reprenderme, pero aun así saqué una cierta presencia de ánimo y le dije que sí, que saldría. ‘Pues bata palmas’, me contestó y se fue a sus quehaceres. Yo pensé que era una frase hecha, y como todas, incomprensible. Cuando regresé después de la medianoche el portón estaba cerrado. Lo sacudí, cada vez con más fuerza y menores resultados. Hasta que de repente vi aparecer por el fondo de la calle un hombre que enarbolaba un chuzo y la intención de darme con él. Puso su cara en mi cara y me rugió: ‘¿Acaso no le han dicho que bata palmas?’».Bien. Ya ha aprendido. Su nuevo libro, El olvido de la razón, es un regio batir de palmas. Y los que aparecerán por el fondo, con el chuzo enhiesto, atolondrada legión. Sebreli se ha propuesto hacer con la filosofía y el irracionalismo algo similar a lo que hicieron Jean Bricmont y Alan Sokal con la ciencia y el posmodernismo en Imposturas intelectuales. Una demolición. El resultado, créeme, es espectacular. Éstos son los que desfilan por El olvido de la razón, siguiendo el orden de aparecida: Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger, Freud, Lévi-Strauss, la French Theory al completo, Lacan y Foucault. El método de Sebreli es sencillo y radical. Leer y anotar. Un punto débil de la crítica de Imposturas… era el contexto. Ni Bricmont ni Sokal conocían a fondo a Baudrillard, Lacan o Kristeva. Esto no invalidaba, desde luego, la legitimidad de su crítica, que se ceñía a la utilización de la ciencia como impostación.
El problema es que había mucha más impostación de la que su metodología podía alcanzar. Sebreli, por el contrario, lo ha leído todo. Ahora tiene 77 años y lleva 50 enseñando filosofía en su casa, como Sócrates. Su volumen de datos, sus fichas de lectura, sus recensiones son legendarias. Lo miraba mientras comíamos, algo pálido y cansado, con los ojos como periscopios, y aunque se veían en esa cara las huellas del jet lag sobresalían las de Heidegger. ¡Lo que este hombre ha debido pasar leyendo, y vuelta, al fantasmón!; tratando, justamente, de leerle, es decir, de aplicarle una corrección intelectual y moral que difícilmente mereció un sola de las líneas heideggerianas.
Ese fascinante combate entre un hombre con sentido pugnando por injertárselo a una masa muerta se ve aligerado con algún episódico excurso a lo Paul Johnson, y sus Intelectuales (de izquierdas). Este párrafo, por ejemplo, sobre la cabaña y la hierofanía de las cumbres, este volapié sobre la vida camuflada de Herr Heidegger: «Su cabaña en la montaña cumplía una doble función: cuando el doctor Jekyll se transfiguraba en Mr. Hyde, el refugio de anacoreta devenía una garçonnière pintoresca, con vista panorámica, para citas clandestinas con Hanna Arendt, mientras que el lugar de residencia con su esposa era una confortable casa de clase media con jardín y piscina».
La demolición sebreliana plantea otra pregunta que tampoco alcanzaba plenamente a Sokal. Al fin y al cabo, la crítica de Imposturas… se proyectaba sobre pensadores de relativo nivel. Pero Sebreli atenta directamente contra miembros del canon. En este sentido es modélica su zurra a Nietzsche. Desde el estilo: «Su tono oracular de pastiche bíblico» (que no es extraño que fascinara al biblista Vattimo); desde la pragmática: «Cuando Mussolini cumplió 60 años, en prisión, Hitler le envió como regalo las obras completas de Nietzsche, 24 volúmenes encuadernados en cuero»; desde el escepticismo: «El nihilismo nietzscheano no dudaba: tenía la certeza de que no existía ninguna verdad»; y finalmente, desde el plan general de su obra, aquí con la ayuda de Thomas Mann: «Quien toma en serio a Nietzsche, quien lo toma al pie de la letra y le cree, está perdido». Es así como el ensayo, que empieza actuando como una esponja de crin sobre la piel, acaba dejando una sensación desmoralizada sobre la filosofía. Se lo pregunté directamente: «¿Qué ha sucedido para que un pensamiento tan grotesco, y a veces tan dañino, haya tenido semejante éxito?». No negó que fuera todo eso: «¿Sabemos cuánto durará? En mi juventud nadie leía a Nietzsche. Todos ellos han hecho mucho ruido en nuestra vida, pero pasarán rápido al olvido. Ésa es mi explicación y mi pronóstico». De lleno en las explicaciones me parecía, sin embargo, que no debía dejar de lado la madrastra:
– ¿Qué madrastra dice?
– La literatura.
– Ah, sin duda. Todos estaban subyugados por ella. De hecho, todo arranca de Dostoievski. Y la literatura manda hasta el final. El hecho de que en la filosofía se produjera el giro lingüístico, esa estupidez posmoderna de que no hay hechos, sino sólo relatos, produjo que a finales del siglo XX los críticos literarios, es decir los expertos en la lengua, tipo Barthes o Söllers, fueran considerados los nuevos filósofos.
Se acercaba l’heure du fromage. Ahí seguía aguardando, el rescate. Entre los nexos del recuento irracional destacaba el siguiente: todos, absolutamente todos los pensadores desmontados por Sebreli, han sido en un momento u otro patrimonio de la izquierda tardía. Sus obras son, en realidad, un catálogo completo de rescates, así se lo dije. Ahí hozan el relativismo cultural, el relativismo cognitivo, la religiosidad, el populismo, la estetización de la política, el desprecio por las leyes de la naturaleza, la supremacía del grupo y hasta los curanderismos. Naturalmente, algunas de esas derivas irracionales han sido también patrimonio de la derecha. Pero Sebreli y yo sabíamos perfectamente (y así nos guiñamos un ojo cómplice), hasta qué punto, y respecto a la derecha, todas esas derivas son la derecha y que rescatar a la derecha de ellas sería lo mismo que rescatar a un pez del fondo del agua.
– ¿Así pues? -insistí- ¿qué hacemos?
Y Sebreli, con la misma elegancia de la primera hora, siguió sonriendo.