España es una merienda de negros

octubre 10, 2007

GUERRA CIVIL. TESTIMONIOS. El Aiche Ben Jomse Bouchibi

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Cabrero desde niño, vivía en Xauen en condiciones de extrema pobreza. Cuando estalló la guerra tenía 16 años. Marchó a Tetuán para alistarse como soldado en busca de un futuro mejor. Entró a formar parte del Primer grupo de las Fuerzas Regulares del Ejército español. Consiguió una Medalla de Sufrimiento por la Patria y tres de Gracia. Terminó la guerra como sargento y volvió a Marruecos. Hoy cobra una pensión de tres euros al mes del Gobierno español.

Soy de la región marroquí de la Kabila, que está en la ruta hacia Xauen. En el año 1936 tenía 16 años. Era cabrero y vivía con mi familia. En Marruecos había mucha pobreza y en mi casa pasábamos hambre. No era como ahora, que dices: «Quiero esto o no quiero esto». Lo que pasaba entonces es que no había. No había para comer, no había nada. ¡La vida estaba delgada! Por eso mis padres entendieron que me alistara en el Ejército español. No se opusieron, porque se ganaba bien y además así ellos tendrían que alimentar a una persona menos. Porque, ya digo, no era como ahora, que abunda la comida. En aquel momento, la mayoría de los que nos hicimos soldados voluntarios lo hicimos por hambre.

Viajé a Tetuán y allí me alisté. Los que nos alistamos en el Primer Grupo de Regulares recibimos quince días de instrucción y después, sin ningún otro tipo de preparación, embarcamos hacia España. Mientras cruzábamos el estrecho, nos advirtieron que el que fuera cobarde en el frente sería fusilado.

En España no estuvimos mal; además, nos daban bien de comer. Lo peor fue el frío del invierno en las trincheras y el miedo que pasamos. Teníamos buenas armas y munición abundante, pero a los regulares nos hacían avanzar los primeros, sin protección, y murieron muchísimos compañeros. Los españoles decían que éramos muy fieros y que asustábamos al enemigo, pero la verdad es que los que estábamos asustados éramos nosotros. Llegué a pasar terror. Vi morir a mucha gente, pero no podía ser cobarde, porque había visto como fusilaban a los que retrocedían. Luego, por las tardes, cuando nos retirábamos, hacíamos una fosa común y enterrábamos todos los cuerpos juntos, moros y cristianos. Así decían.

Me hirieron en Brunete. Una granada me alcanzó un pie, una mano y la espalda. Franco me dio dos meses de descanso. Franco estaba bien. Nosotros no sabíamos nada de los problemas políticos de España, pero conocíamos a Franco de Marruecos, y nos gustaba. La verdad es que, en general, los españoles nos trataron muy bien y los mandos fueron buenos con nosotros. Españoles y marroquíes dormíamos y comíamos juntos en el frente. Hice buenos amigos en España, pero desde la independencia de Marruecos, en 1956, ya no he vuelto a verlos.

Al final de la guerra los españoles mataron a mucha gente. Fusilaron a muchos prisioneros. Decían que los moros éramos fieros, pero ellos también lo eran. Volví a Marruecos en 1941 y seguí siendo militar hasta que me jubilé en el año 1961. Fui condecorado una Medalla de Sufrimiento por la Patria y con tres de Gracia. Por ese motivo cobro un poco más que los demás. Recibo una pensión del Gobierno español de tres euros al mes.

GUERRA CIVIL. TESTIMONIOS. Mercedes Sanz Bachiller

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 7:02 pm

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Procedente de una familia bien vallisoletana, quedó huérfana a los catorce años y entró a estudiar interna en un colegio de monjas francesas de Valladolid. En 1931 se casó con Onésimo Redondo, uno de los fundadores de La Falange. En el año 1936 tenía ya tres hijos y estaba embarazada del cuarto. A la semana de comenzar la guerra, su marido fue asesinado. La noticia le hizo perder el hijo que esperaba. Con este trauma personal a cuestas, ideó y fundó el Auxilio Social, una institución creada para ayudar a los niños y mujeres de ambos bandos víctimas de la guerra.

Soy madrileña de Chamberí. Por casualidad, porque mis padres fueron una temporada a Madrid por negocios. Mi historia es francamente triste. Me quedé huérfana a los catorce años. Mi padre murió cuando yo tenía tres años y un poco después murió mi madre. Mis padres estaban separados, algo un poco raro para la época. Mi padre era un hombre de una inteligencia privilegiada y con una imaginación extraordinaria. Debió morir con treinta y pocos años, y ya había ido tres veces a Argentina. Esto ahora es normal, pero entonces no lo era. Se tardaba un mes en ir a Argentina. Era un espíritu inquieto, un aventurero con ganas de conocer el mundo y de no quedarse en el pueblo. Nació en Montemayor de Pililla, en Valladolid.

Mi madre era una mujer de terruño. Muy amante del campo, pero del campo de labrar. Mi familia era gente de fincas y de mulas y vacas. Yo continué con esa afición. Luego tuve la suerte de casarme con Onésimo, que también era un hombre de campo. Primero hizo las oposiciones a abogado del Estado, pero le suspendieron en el último ejercicio, injustamente, en mi opinión, porque ya estaba totalmente involucrado en una línea de derechas. Entonces se dedicó a organizar el sindicato de remolacheros de Castilla la Vieja.

En esos días los fabricantes de azúcar abusaban de los agricultores y pagaban la remolacha a muy bajo precio. Onésimo creó un sindicato que reunía a todos los agricultores (de Valencia, Zamora, Valladolid, Segovia…) y se pusieron de acuerdo para no sembrar en todo un año. El equivalente a una huelga. Eso puso a las fábricas en una situación difícil. Al final llegaron a un acuerdo y se empezó a pagar más del doble de lo que se estaba pagando anteriormente por la tonelada de remolacha.

Mi madre murió cuando yo tenía catorce años. Yo había ingresado interna en el colegio de las monjas francesas a los nueve. Creo que mi madre ya no se encontraba muy bien y quiso que estuviese habituada al internado para que cuando ella desapareciese el tránsito fuera menos duro. Mi tutor era un hombre muy recto y frío. Bellísima persona y muy caritativo, pero no era cariñoso. Así es la vida. El problema fue que no tenía casa. Bueno, casas tenía, era propietaria de casas, pero no tenía hogar. Es muy distinto una casa a un hogar. Era una chica de catorce años sin padre, sin madre, sin hermanos, sin tíos, sin abuelos… sin nada. ¡Qué iba a tener! Además, mis casas eran de muchas habitaciones, con paneras, corrales, bodegas… imposible vivir sola ahí. Eso sí, tenía muchas amigas. Yo era simpática, abierta y estaba ávida de cariño. Las niñas me adoraban. Todo el mundo decía: «Merceditas puede venir el domingo a casa». Se salía un domingo sí y otro no, y todas se peleaban porque fuera a su casa el domingo que me correspondía. Pero mis grandes amigos, los que me acogieron en su casa y fueron como mis segundos padres o mis tutores, fueron los Alonso Las Heras Pimentel, una familia de Valladolid muy importante, que habían sido ya amigos de mis bisabuelos por asuntos de fincas y cosas de esas. Vivían en una casa que era del Banco Hispanoamericano.

Un hermano de Onésimo, el mayor, era el director del banco y, como tal, tenía derecho a un piso en la misma finca. Era una casa magnífica y muy bonita. En la puerta de al lado vivían los Alonso Pimentel. Los domingos que me tocaba iba a su casa llegaba siempre a la hora de almorzar y, a esa misma hora, llegaba Onésimo, que vivía con su hermano. Siempre coincidíamos en el ascensor.

Un día Onésimo le dijo a don Millán Alonso Pimentel: «Viene de vez en cuando a casa de usted una chica con uniforme negro… Es tan mona, que la querría yo conocer». Y él le contestó: «Pero si es que le conviene a usted como novia esa chica». «Pero si no la conozco», dijo él. «Mire, es una chica huérfana que está interna en las francesas, que es el mejor colegio de Valladolid. El sábado que viene pase usted a tomar café y así la conoce». Don Millán era, además, el presidente del sindicato remolachero, de manera que conocía muchísimo a Onésimo. Ese sábado apareció y, después de tomar café, me dijo: «¿Tú vas a misa?» «Sí, todos los días» contesté. «Pues yo también. ¿Y a que misa vas?» Afirmé: «Voy a misa de nueve a los jesuitas». Me dijo: «Pues nada, mañana nos vemos allí». Al día siguiente nos vimos en misa. Yo tenía entonces 18 años. En aquella época, para poder comulgar no se desayunaba. Íbamos en ayunas y, generalmente, cuando un chico quedaba en verte en misa, tenía luego la delicadeza de invitarte a desayunar un chocolate con churros o algo así. Era un momento feliz para una chica. Así que me invitó a desayunar y luego me dijo: «¿Por qué no damos un paseo por aquí, por el Campo Grande?» Y mirándome, mirándome, me preguntó: «Oye, Merceditas, ¿tú te querrías casar conmigo?» ¡Así lo dijo! Entonces me quedé mirándole y le dije: «¡Pues sí!» Onésimo era un hombre apuesto, moreno, tenía en aquel momento 25 o 26 años. Tenía los hombros más bonitos que los de su amigo José Antonio Primo de Rivera, que era un poco más caído de hombros. Yo le veía muy atractivo. Además, yo estaba tan sola… sin padre, sin madre, sin nada, que cuando me dijo aquello, me gustó y pensé: «De todas maneras, en estos meses también puedo reflexionar y decir que no más adelante. Todavía no vamos al altar, así que hay tiempo».

Fueron poco más de seis meses de noviazgo. Yo me enamoré realmente de Onésimo por sus cartas. Tuvimos un noviazgo en el que él tenía muchísimo trabajo con el sindicato. Viajaba sin parar y las cartas que me escribía eran literariamente tan bonitas… Una manera de expresar el amor y la bondad… Porque él era una persona muy virtuosa en todos los sentidos y, además, era apuesto, algo que siempre gusta a una mujer. Yo tenía 18 años y tampoco estaba mal.

Nos casamos el 11 de febrero de 1931 y el 10 de agosto de 1932 se produjo el movimiento militar de Sanjurjo. A Onésimo le vinieron a buscar y le dijeron: «Vete de España, porque van a venir a matarte». Él no había formado parte del movimiento, porque no era militar, pero sí era simpatizante. Se marchó a Portugal, a Curía, y, poco después, fui yo. Hasta que me marché estuve viviendo ocho días en una finca de los Calero. Era una finca de secano a la que se accedía por un camino de tierra. Si venía un automóvil, levantaba mucho polvo y se veía de lejos. Entonces me escondían en la buhardilla.

Cuando llegué a Portugal, los jesuitas nos dejaron una de sus habitaciones. Onésimo era abogado, pero esos días sólo cobraba lo poco que le llegaba del sindicato remolachero. Bueno, también tenía lo del bastanteo que hacía para el banco de su hermano, consistía en hacer una valoración del patrimonio de la gente que moría. Se pagaba muy poco, pero bueno, también la vida era distinta y éramos jóvenes.

Yo estaba siempre regateando con las portuguesas. «Un coello, que era un conejo, tres escudos». Y yo les decía: «¡Con uno y medio tienen de sobra!» Esos años salió mucha gente de Madrid por miedo. Era gente de dinero que vivía en el hotel de Estoril a todo lujo. Nosotros vivimos primero en el hotel Londres gracias a las rentas de mi patrimonio, pero al poco tiempo, ya no podíamos gastar tanto y nos fuimos a una pensión muy buena. Los portugueses son muy respetuosos con quienes tienen una carrera universitaria. El doctor Onésimo era para ellos una persona importante. Le llamaban el Señor Doctore. Íbamos a tener una niña, mi hija, que tiene ya setenta años, la actual condesa de Labajos. Nació en una pensión y, además, con fórceps y sin ninguna anestesia, ¡y con un cuarto de baño que tenía que compartir con alguno de los otros señores de allí! He pasado muchas cosas. ¡Y que todavía la gente me criticase después por casarme de nuevo!

Onésimo murió el 24 de julio en el pueblo de Labajos. Lo mataron una semana después de producirse el alzamiento militar. Yo creo que fue una cosa preparada. No sé. Hay un gran misterio alrededor de esto. No se sabe si hasta lo asesinó alguien casi nuestro… Es una barbaridad decir esto, pero José Antonio estaba en la cárcel, había cierta rivalidad entre las JONS y La Falange, y la verdad es que Onésimo el día anterior había ido y vuelto sin tener ningún problema. Iba al Alto del León a dar ánimo a los combatientes falangistas. Fue en coche con su escolta, bueno, con un chico, porque a él no le gustaba llevar escolta, con el conductor, que era un íntimo amigo, y con su hermano Andrés Redondo, que luego lo sustituyó como jefe de La Falange. Ellos tres se salvaron, se metieron por los trigos y pudieron escapar. Pero él no, porque, además, les hizo frente.

Sucedió así: Al llegar a Labajos les pararon unos individuos que iban en un camión vestidos con camisas azules. Dijeron que eran de la columna de Mangada, pero la verdad es que no se sabe quienes eran. Se detuvieron, porque el camión de los milicianos estaba atravesado en la carretera, de manera que el coche no podía continuar. Entonces empezaron a pegarles tiros.

«¡Al de los cordones! ¡Al de los cordones!», gritaban. Lo decían por Onésimo, que llevaba cordones. Primero le hirieron en las piernas y cayó. Desde el suelo, les decía a sus asesinos: «Estáis confundidos, yo no vengo en contra vuestra. Yo vengo a liberaros de muchas cosas que no son justas. Jamás mataré a un hombre con alpargatas». Eso lo decía siempre, porque la alpargata era el calzado habitual de la gente más humilde. Entonces dijeron: «Dale en la cabeza». Y lo remataron. Lo dejaron tirado en el suelo, cubierto de sangre. La vida es así. Hacía tres días que había salido de la cárcel de Ávila.

Me quedé viuda con 25 años. ¡Era una niña! Y con tres hijos. Había tenido ya un aborto y cuando me enteré de que lo habían matado perdí también el hijo que esperaba. De manera que tuve cinco embarazos en cinco años y medio y, además, otra vez estaba sola. O sea que la guerra, para mí, tuvo siete días de felicidad. ¡Qué poco me duró la felicidad! En esos primeros días pensábamos que la guerra iba a durar una semana o una batalla, poco. Jamás pensamos en una guerra civil. Yo enseguida me puse a trabajar. Como creíamos que sería una cosa breve, al Auxilio Social le pusimos el nombre de Auxilio de Invierno. Javier Martínez de Bedoya era ya mi más estrecho colaborador, pero no éramos novios ni nada. Viví los tres años de guerra dedicada en cuerpo y alma a Auxilio Social. Después de la guerra, en el año 1939, me casé por segunda vez con Javier. Yo tenía ya 29 años. Mi boda fue muy criticada, porque yo entonces era la viuda de un héroe. En aquel momento, a Onésimo se le consideraba un héroe con una gran exaltación y con un gran reconocimiento. Sin embargo, hoy ya casi nadie sabe quién es Onésimo Redondo.

Javier era un discípulo de Onésimo. Trabajábamos juntos y nos enamoramos. Tenía un año menos que yo y cinco menos que Onésimo; era mucho más joven. He sido felicísima con él. Hemos cumplido cincuenta años de matrimonio, que ya es raro. Era hijo de un notario y cuando le dijo a su padre: «Mira, me voy a casar con Mercedes», él le dijo: «Ya sabes lo que queremos a Mercedes en esta casa, la queremos muchísimo, pero piensa, hijo mío, que tiene tres hijos, y te quedas con una carga grande». Él dijo: «Eso es precisamente lo que me lleva al matrimonio. Quiero ser el padre de los hijos de Onésimo. La persona que más he querido en este mundo y que más admiro».

El 30 de octubre de 1936 se inauguraron ocho comedores de Auxilio de Invierno. Era tal la fe que se tenía en la guerra y tan grande el deseo de liberarnos del comunismo, que la gente no es que respondiese con toda su alma, respondía con todo su corazón, con toda su mente y con todo. Así es más fácil hacer las cosas. Recibí ayudas y colaboración de todo el mundo. Mi única enemiga, porque fuimos un poco enemigas, fue Pilar Primo de Rivera. Son pequeñas cosas que hay en la vida. Nos queríamos mucho, pero tuvimos problemas porque ella era muy absorbente y yo era mujer y tenía el Auxilio Social y ella quería que todo lo que hiciese una mujer le perteneciera y eso no era así. Yo siempre digo que era más inteligente de lo que parecía. No era tonta y estaba preparada. Era la hija de un dictador y en su casa no se respiraba precisamente un ambiente analfabeto, sino todo lo contrario. Pero era mucho menos humilde de lo que la gente creía porque la veían vestida, no mal, descuidada. Yo consideraba que la mujer debía ser siempre femenina, pero ella no. Tenía un poco de calva la pobrecilla, pero no era tan fea. No era ni tan tonta ni tan humilde. Era descuidada. Es una cuestión de coquetería.

Dicen que yo copié el Auxilio Social de Alemania. Mi idea original fue dar de comer a los niños de España. Yo no había estado nunca en Alemania, y, además, como se puede comprender, de julio a octubre no me moví prácticamente de Valladolid. ¡Si no se podía pasar! ¡Estábamos prácticamente en guerra mundial! Surgió de una manera espontánea. Yo pensaba: «¿Cómo vamos a permitir que los niños pasen hambre?» Pasaban hambre sencillamente porque sus padres habían sido rojos y estaban en la cárcel o porque sus padres habían muerto en el frente. Lo merecieran o no, así era. Entonces pensé: «¿Quién llevará el pan a esos hogares? Nosotros tenemos que sustituir esto por algo que ayude a estos niños a comer». Para mí, entre los niños no hay rojos, ni blancos, ni azules, ni morados. Para mí, el niño es el niño, sea de la clase que sea, y lo mismo me da que proceda de una familia anarquista, que su padre esté en la cárcel o que haya muerto en el frente. Más motivo para darle de comer. Entonces se nos ocurrió la idea de las huchas. Eso sí fue por imitación. Javier lo había visto en Alemania y se le ocurrió copiarlo. En nuestras huchas ponía «Auxilio Social» con unas letras que nos había hecho un dibujante alemán. Parece una bobada, pero era importante que estuvieran bien diseñadas, con un emblema que se viera bien y que la gente reconociera. Hoy esto está a la vista de todos pero entonces todavía no. Con esto se recaudó mucho, pero no era suficiente, de modo que creamos «la ficha azul», una especie de suscripción que te pasa el banco y no te das ni cuenta. Con eso, poquito a poco, se hace mucho. Luego, además, tuve una importantísima ayuda del exterior. Eso sí que lo monté yo, con Carmen de Icaza.

Carmen de Icaza, era mayor que yo y guapísima. Era hija de un embajador mexicano que se había casado con una española, una mujer muy rica y muy guapa, que dicen que fue el amor de Alfonso XII. Conocía a muchísima gente; había vivido en Alemania siendo su padre embajador. Hablaba muy bien el alemán y el inglés. Yo dominaba el francés. Con ella organicé los Comités de Ayuda a Auxilio Social. Uno de los comités estaba presidido por la reina Victoria Eugenia, que vivía en Londres. La finalidad de esto era que la gente del extranjero colaborara, porque en aquella época nuestra guerra era una de las cosas más importantes que estaban pasando en el mundo, de manera que si se organizaba un garden party o una obra de teatro, se hacía a beneficio de Auxilio Social. También se hacían rifas presididas por personas importantes, que son las que tienen amistades, lo lógico. También me ayudaron mucho los cuáqueros. Son una especie de religión que no son ni católicos ni judíos, pero son amigos de la humanidad, de los necesitados. Son muy generosos. Sólo nos pusieron una condición: que la misma ayuda que diesen para la zona nacional la querían hacer para la zona roja. A mí me pareció bien. Para mí todos eran españoles. Entonces, de cada barco que llegaba a Alicante, la mitad era para Auxilio Social y la otra mitad para la zona roja. A medida que se iba extendiendo la zona nacional, nos correspondía una proporción mayor de lo enviado. Esto no fue cualquier cosa. Tuvimos barcos enteros, ¡barcos! Es bonito y también es historia.

Una cosa verdaderamente tremenda fue encontrarme con muchas niñas y jóvenes que se habían quedado embarazadas de los soldados. Unos serían de la parte nacional y otros de la parte roja, daba lo mismo. Entonces hicimos una maternidad. Con esto también tuve problemas con Pilar Primo de Rivera. En aquel momento eso de ser madre soltera estaba bastante mal visto. Los conventos y las instituciones religiosas, de las que también sufrí muchas críticas, no las acogían porque no tenían fondos, y por otros motivos. Entonces, estas mujeres venían a mí, y Pilar se indignaba. Yo le decía: «Piensa que tú eres soltera y que no has pasado por la experiencia de tener hijos. ¡Que yo he tenido cuatro, hija mía! Y entonces, una chica de este tipo, cuando se acerca a mí, me habla, o yo le puedo hablar, de una manera que tú no puedes: primero, porque algunas cosas las desconoces y, segundo, porque hasta te da cierto pudor. En mí confían de una manera más amplia, así que tenemos que poner esa maternidad». Yo creo que llegó a comprenderlo. Pilar sólo me llevaba dos años, pero no era cuestión de la edad. Eran mi experiencia y la suya, que era nula. Yo era una mujer muy moderna para mi época, quizás porque mi formación era francesa y Francia siempre ha ido un paso por delante.

Cuando terminó la guerra en el año 39 me casé y, a los diez meses, tuve otra hija, de manera que para mí la vida cambió totalmente. No obstante me han seguido ocurriendo cosas interesantes y he seguido conociendo a mucha gente.

Al acabar la guerra, Franco se encontró con una España deshecha, quemada por todas partes, y lo primero que tuvo que hacer fue reparar las vías de comunicación, los edificios y dar de comer a la gente. Tuvimos ayudas, claro. Una de ellas de Argentina. Vino Eva Perón y me encargaron atenderla todo el tiempo que estuviera en España. Era una mujer interesante. Era fuerte, orgullosa de haber triunfado, porque no cabe duda de que triunfó y, claro, como había sido vedette, tenía cierta coquetería. Hacía preguntas interesantes. Me acuerdo que me dijo: «¿Usted qué cree: Es mayor la mortalidad entre los hijos de las mujeres que trabajan, o entre los de las que no trabajan?»

La guerra fue absolutamente inevitable. Toda Asturias estaba armada, pero armada en milicias organizadas. Y Rusia quería apoderarse de España. La prueba es que sin la ayuda de Rusia la guerra no hubiera durado ni un mes. Lo que me da pena de la juventud actual es que no pueda comprender la Guerra Civil. No era, ni mucho menos, un deseo de ir unos socialistas frente a unos falangistas… No era eso. La Guerra Civil fue una estrategia, sobre todo de Rusia, que entonces era la gran potencia, para apoderarse del Mediterráneo. Nosotros hicimos la guerra para que España no fuese una Albania. Para eso la hicimos. Los que nos levantamos lo veíamos así. La fe, el entusiasmo y el horror de entrar en el comunismo hicieron milagros. Se ganan muchas batallas por amor y por decisión.

Al acabar la guerra quedó una simiente comunista. Franco debió estar tres o cuatro años más, hasta consolidar una democracia, y luego debió marcharse. Quizás el poder hace más que la ambición. Era un hombre honrado, pero no cabe duda de que le pudo el poder.

GUERRA CIVIL. TESTIMONIOS. Heinrich Neumann

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Una vez acabados sus estudios de Medicina, ingresó en el Ejército alemán y se hizo aviador. En octubre de 1936, se ofreció voluntario para venir a España. Prestó servicio como piloto y médico de la Legión Cóndor. En 1938 volvió a Alemania y al declararse la Segunda Guerra Mundial se presentó como voluntario y participó como paracaidista, medico y aviador. Siguió vinculado al Ejército alemán como oficial de sanidad hasta su jubilación. Sus méritos fueron reconocidos con diversas condecoraciones e importantes medallas militares, entre ellas, la Cruz de Hierro.

Soy hijo de un profesor y de una campesina alemanes. En mi familia no estábamos afiliados a ningún partido. Yo, además, era militar. Me hice soldado de la Reichswehr siendo muy joven, y los militares teníamos prohibido significarnos políticamente. Tampoco podíamos votar ni ser votados. Cuando estalló la guerra en España tenía 28 años. Había terminado la carrera de Medicina y estaba soltero. En Alemania pedían voluntarios y me ofrecí. España me pareció una buena causa y, además, estaba deseando librarme de mi jefe, que no me gustaba nada.

Llegué a España en octubre de 1936. Hice el viaje en un barco llamado El Santuy que tocó puerto en Sevilla. La bodega del barco estaba repleta de munición. Era una bomba flotante, de modo que todos estábamos deseando llegar. Nos recibieron sin celebraciones, porque debía mantenerse en secreto el hecho de que Alemania estaba enviando tropas a España. Al llegar, lo primero que hicimos fue asistir a una conferencia de hora y media sobre las costumbres españolas. Me impresionó mucho. Yo nunca había estado en España. Nos dijeron que cuando viéramos algo que no entendiéramos o que nos extrañara, lo peor que podíamos hacer era reírnos, porque esa no era una buena manera de convivir con costumbres que uno no conocía.

Tenía el cargo de capitán médico. Era médico y aviador. Era piloto de guerra y hacía labores de reconocimiento, y, además, era el médico de varias unidades de la zona. Esto era fundamental para entender los problemas de salud de la gente que volaba. Si no hubiera sido piloto, me hubieran dicho: «Tú puedes ser un buen médico, pero no tienes ni idea de lo que significa volar». Muchos médicos tuvieron que aprender a volar para poder desempeñar mi trabajo.

España no me pareció un país tan atrasado como decían. No era cierto que fuera un país menos civilizado que Alemania. Su historia es mucho más larga que la nuestra, y yo a eso no lo llamaría atraso. De todas maneras, los alemanes no nos relacionábamos demasiado con los españoles. En mi grupo estábamos únicamente alemanes, pero sabíamos los nombres de los grandes pilotos tanto de nuestro bando como del contrario, aunque no les conociésemos. La vida cotidiana era la vida normal de un soldado. No había grandes lujos. Normalmente, nos alojábamos en casas de gente a la que tratábamos con el mismo respeto que si hubieran sido alemanes. En algunas ocasiones tuvimos que alojarnos en hoteles. En la zona de Ávila estuvimos alojados en un convento. Trabajábamos desde muy temprano por la mañana hasta bien entrada la noche. Si estaba lloviendo no volábamos. Esos días la gente salía. Yo nunca salí. Si en algún momento me hubiese ido con españoles y mi general se hubiese enterado, me hubieran acusado de estar con alguna chica española y me habrían enviado directamente de vuelta a casa. No vine a España para estar de paseo. Nunca fui a ninguna fiesta ni a ningún baile. Yo tenía un interés especial en las construcciones antiguas, de modo que, si disponía de tiempo libre, visitaba las iglesias o los castillos de la zona. Era una forma de conocer España. Además, no era necesario saber hablar español para ver monumentos. El idioma era un problema para relacionarnos. Recuerdo las Navidades que pasé en España. En la cena me senté junto a un italiano. Conseguimos mantener una conversación a duras penas, hasta que descubrimos que los dos habíamos estudiado Humanidades y hablamos en latín durante el resto de la noche.

Con los nacionales luchábamos europeos de distintos países, y cada uno tenía sus razones. A mí me llamaba la atención que, por ejemplo, los irlandeses acudieran únicamente por razones religiosas. Decían: «Los comunistas quieren hacer desaparecer la religión, y por eso estamos aquí, luchando contra ellos». Los italianos, en parte, también luchaban por razones religiosas, por defender el catolicismo. Conocí a un finlandés, campeón de hípica. A su padre le habían matado las tropas rusas y pensaba estar presente en todas las guerras en las que se luchara contra ellos. Cada uno tenía sus razones. Yo era protestante. Los alemanes no fuimos a España por razones religiosas. Nuestra razón para luchar en España era la lucha nacionalsocialista contra el comunismo, y también la aventura. Además, influía el hecho de que nos pagaban muy bien. Ganaba el doble que en Alemania, más el mismo importe en dinero español.

El primer avión en el que volé era un producto español con el que ningún otro alemán habría estado dispuesto a volar. Luego volé con los Heinkel 151, que fueron el estándar. En el mío pusimos la inscripción «No me toques y yo no te tocaré a ti». Nunca me dieron. Estuve en numerosos frentes: Sevilla, Brunete, Ávila, Escalona ,Almorox… Luego pasé al frente de Bilbao; estuve en Vitoria, Santander, Llanes, León y Burgo de Osma. Hoy nos acusan de haber bombardeado poblaciones civiles. Yo participé en la Guerra Civil española y en la Segunda Guerra Mundial y siempre he visto lo mismo: volábamos y dejábamos caer las bombas intentando derribar objetivos militares, pero a 4.000 metros no es fácil decir: «Esto es un objetivo militar y estoy seguro de que no voy a matar a población civil». Puedo afirmar que la Legión Cóndor nunca tuvo como misión bombardear poblaciones, pero en ciertas situaciones pudo haber ocurrido.

En la Segunda Guerra Mundial, en Berlín o en Hamburgo se bombardearon muchísimos más objetivos civiles. Para mí, España fue un campo de pruebas en el que rusos y alemanes probaron sus estrategias y su armamento para, posteriormente, emplearlos en la Segunda Guerra Mundial. Fue el primer sitio donde se recurrió a la guerra para defender las ideas que mas tarde enfrentarían al resto del mundo.

Yo abandoné España en febrero de 1938, cuando empezaba la ofensiva de Teruel. Normalmente, los soldados alemanes luchaban durante nueve meses y luego eran relevados. Yo me quedé año y medio. Cuando acabó la guerra, en Alemania nos recibieron como héroes. Se hicieron desfiles pero no hubo grandes fastos. Eso sí, teníamos mucho éxito con las mujeres, que decían: «Es un gran hombre, ha estado en España». Después me alisté como paracaidista. Eso sí era peligroso. Estuve ocho años, también como médico militar. Los paracaidistas eran fundamentalmente voluntarios. Era un puesto para el que hacía falta mucho valor, y no todo el mundo podía afrontarlo. Ser paracaidista voluntario implica elegir la peor parte de la guerra, la más arriesgada y la más difícil, pero para mí era lo más bonito, lo que requería más valor.

En mi unidad no podías estar contando la paga; no hubieras aguantado sólo por el dinero. Tenías que ser consciente de los riesgos que corrías. En el Ejército, ser paracaidista es como ocuparte del traslado del piano si el sargento tiene que cambiarse de casa. Yo era un aventurero. No luchaba sólo por las ideas; me gustaba esa vida, mi trabajo era la guerra. Durante seiscientos años mis antepasados habían luchado en todas las guerras. Mis abuelos combatieron en la Primera Guerra Mundial. No es que fuéramos una familia de guerreros. Éramos campesinos libres. Los campesinos libres eran dueños de sus tierras, y no tenían que dar cuenta a nadie. Luchaban cuando hacía falta luchar. Siempre estaban preparados para el combate. Alemania tenía mucha experiencia en guerras. Los españoles no eran malos guerreros, pero carecían de líderes que supiesen guiar a las tropas.

No volví a España hasta los años cincuenta, pero siempre tuve noticias, porque durante años sirvió en casa una asistenta española. Y eso que esa mujer nunca llegó a hablar alemán y yo solamente hablo español después de beberme media botella de coñac. Yo no sé cómo ven hoy los españoles a Franco. Yo creo que Franco supo unir después de la guerra a la España nacional y a la republicana. Por ejemplo, en el Valle de los Caídos, hay enterrados soldados nacionales y republicanos, eso es muy interesante. La juventud actual, si hubiese pasado sólo una décima parte de lo que pasamos nosotros, hoy sería totalmente distinto. Nos entendería mejor.

GUERRA CIVIL. TESTIMONIOS. Fernando Aristizábal

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Miembro del Partido Nacionalista Vasco desde los quince años. Al comienzo de la guerra, se alistó en las milicias del PNV y participó en la defensa de Irún y San Sebastián. Posteriormente luchó con el batallón Amayur en Vizcaya y Santander sirviendo como teniente. Al perderse el País Vasco tomó parte en las negociaciones para la rendición de las tropas. Fue hecho prisionero y condenado a muerte, pero se le conmutó la pena. Salió en libertad en 1943. Ese mismo año se unió a la organización paramilitar clandestina Euzko Naia, cuyo objetivo era mantener el orden en Euskadi una vez que Franco fuera depuesto. Vivió en la clandestinidad hasta 1953. De 1979 a 1983 fue diputado en Madrid del Grupo Parlamentario Vasco en el congreso.

Mi padre era miembro del PNV y de Solidaridad de Trabajadores Vascos. Era panadero. Mi madre se dedicaba a sus labores. Vivíamos en Irún. Éramos cuatro hermanos y una hermana y yo era el mayor de los cinco. No andábamos sobrados de dinero, de modo que yo, prácticamente, no pude estudiar. Fui a la escuela hasta los doce años y posteriormente me apunté a un curso de contabilidad en una academia. Cuando estalló la guerra estaba trabajando de contable. En 1932, con quince años, me afilié a las Juventudes del Partido Nacionalista Vasco: los mendigoizales. Solíamos juntarnos en el batzoki, que era el centro de reunión, para recibir clases de euskera y de danzas y bailes vascos. Así pasábamos las tardes después del trabajo.

Cuando comenzó la guerra tenía 18 años. Recuerdo que aquel domingo fui a misa de 6 porque queríamos hacer una excursión y, ¡coñe!, al regresar a casa vimos una armería que había sido asaltada. Tenía las lunas rotas y todo el armamento había desaparecido. La cosa es que decidimos suspender la excursión e ir al batzoki a enterarnos de lo que estaba ocurriendo. Había mucha confusión y no se sabía bien lo que pasaba. La radio decía una cosa y la gente decía otra: que si se había levantado el Ejército de África, que si venían, que si no venían… El hecho es que el día 20 ya estábamos todos en la frontera con Navarra organizándonos y empezando a formar nuestras unidades.

Las armas que llevábamos eran las que teníamos propias: el que tenía una escopeta de caza la llevaba y el que no, pues nada. Tampoco había uniformes. Cada uno llevaba las botas de monte que tuviera y todo así. Una semana después, el delegado del partido, Pepe Michelena, fue al cuartel de carabineros, habló con un comandante y consiguió que nos cedieran el armamento que tenían disponible, es decir, fusiles y cartucheras y con eso creamos un grupo de combate de voluntarios: las milicias vascas del PNV del Ejército vasco Euzko Gudarostea. Éramos treinta y tantos hombres subdivididos en dos grupos. Uno era dirigido por Pepe Michelena y otro por mí. De este modo combatimos en Irún, Hernani y en otros frentes. Allí me hirieron por primera vez, pero me recuperé rápidamente. Una bala me atravesó el brazo derecho por encima del codo.

De la intendencia se encargaban en el batzoki. Preparaban todo lo necesario y nos lo enviaban al frente. Si había problemas no mandaban nada y ese día no comíamos. En los caseríos de la zona también podíamos comer algo. Por lo demás, como no estábamos lejos, podíamos ir a casa a mudarnos y, en ocasiones, a dormir. Éramos unos chavales, aunque también había alguno de treinta y tantos. De vez en cuando pasaban por allí algunos franceses y algunos belgas que venían a unirse a las Brigadas Internacionales. Así conocí al famoso capitán Jack, que viajaba con una ametralladora.

Nosotros de estrategia militar no sabíamos nada, pero conocíamos la zona, y lo verdaderamente valioso en esos primeros días era conocer los montes como los conocíamos nosotros. El único que tenía conocimientos militares era un tal Larreina que había hecho la mili y se había licenciado con el empleo de alférez. La diferencia principal con el Ejército nacional era que ellos disponían de mandos con preparación militar y nosotros no.

En agosto tuvimos que evacuar Irún. Ya no podíamos aguantar más, porque nos venían zumbando, de modo que salimos en dirección a San Sebastián y allí nos acuartelamos hasta que nos retiramos a Azpeitia, al monte de Andazarrate, donde los combates fueron muy intensos. Aquí me hirieron por segunda vez. Una bala me alcanzó el muslo derecho y me astilló el fémur. Me trasladaron al hospital de Basurto y de allí a dos o tres hospitales más. No salí hasta un par de meses después, en noviembre del 36.

Cuando me reincorporé, estábamos ya en Vizcaya. Allí llegaron las famosas armas checoslovacas, las famosas máquinas Steiglitz. Gracias a ellas pudimos frenar nuestra retirada. De allí me trasladé a Bermeo, donde teníamos nuestra base, y una vez allí, me destinaron al batallón Amayur como sargento. El día del bombardeo de Guernica estábamos en Lequeitio, encima de Berriatua y vimos pasar los aviones. Esa noche, nos ordenaron levantar armas y nos dirigimos hacia Bermeo de vuelta. Pasamos por Guernica cuando ya estaba todo destruido. Era desolador. Un desastre.

Cuando se perdió Vizcaya, fuimos a Santander. Allí hicimos frente hasta que en agosto se produjo la retirada general, momento en que nos entregamos. En Laredo caímos prisioneros de los italianos. Tuve el triste honor de participar de manera muy directa en la rendición ante el coronel Farina. Marchamos hasta Laredo con todos nuestros hombres para realizar la entrega oficial ante el Estado Mayor italiano. El teniente Gorroñogoitia me dijo que no se sentía con ánimo para entregarse ante Farina. Yo mismo me tuve que encargar de hablar con el coronel italiano, que nos recibió con gran ceremonia. Sacó una botella de coñac, la descorchó, y, como no había vasos, hizo unos cucuruchos con papel de barba y brindamos «a la salud del Ejército vasco». El brindis lo pronunció el mismo Farina. Luego me preguntó cuántos años tenía y le contesté que 19. ¡Son recuerdos imborrables! Los campos de prisioneros se levantaron en Laredo y Castro Urdiales. Estábamos protegidos por los italianos que nos pusieron unas tiendas de campaña en la playa y nos respetaron y reconocieron nuestros grados. Todos los días teníamos una reunión de oficiales en la que se daba el parte a los oficiales italianos. Los que tuvieron un papel muy desagradable en Laredo fueron los carlistas. Una compañía se acercó a las alambradas para reclamar a varios gudaris y a varios oficiales. Los querían sacar porque decían que habían hecho barbaridades en sus pueblos aunque tal vez era por venganza o qué sé yo. Los italianos se portaron bien y no permitieron que ni un solo gudari abandonara el campo, porque sabían lo que eso significaba. Permanecimos allí un mes, hasta que llegaron los falangistas y nos condujeron a Santoña y posteriormente al penal de Dueso.

El día 21 de septiembre de 1937 fui juzgado en consejo de guerra. Mi causa tenía el nº 29/37. Fui condenado a pena de muerte por rebelión militar. Un mes más tarde un grupo de unos seiscientos condenados a muerte fuimos trasladados en barco a Bilbao, y conducidos a la cárcel de Larrínaga y el día 26 de julio de 1938 fuimos trasladados al penal central de Burgos. Al estar condenados a pena de muerte nos aislaron en celdas hasta que, por fin, el día 1 de enero de 1939 nos comunicaron a todos los condenados que el Generalísimo se había dignado a indultarnos la pena de muerte sustituyéndola por la inmediata inferior. Años después, en una cena de amigos, nos enteramos de que nuestro indulto tenía fecha del 9 de octubre de 1937. Estuvimos años sin que nadie nos lo comunicara, pensando que nos podían fusilar en cualquier momento. Sobran los comentarios.

De la cárcel podría contar muchas cosas. Éramos un grupo de doscientos incluyendo a jefes, oficiales y políticos. A todos los condenados a muerte nos metieron en celdas. Teníamos un patio pequeño para pasear. No nos dejaban recibir ni libros ni ninguna otra cosa. Entre nosotros había ingenieros, arquitectos, físicos, filósofos, químicos… Chicos preparados maravillosamente bien, estudiantes, y otros como yo, contables y cosas similares. La cuestión es que se decidió crear un círculo de estudios. Se crearon grupos de profesores para que los que quisieran pudieran estudiar. También se creó un orfeón, pero de categoría. Hasta salimos un día a las fiestas de Burgos para cantar en la catedral. Formamos un grupo de dantzaris: Espatadantxa. También había un grupo de música, una pequeña banda, formada por cuatro trompetas, pero que, en fin, algo de ruido hacían. Había pruebas de deportes: carreras, partidos de fútbol y hasta un frontón, ¡y eso que prácticamente no comíamos! Cogimos mucha fuerza porque estábamos todos juntos. Si nos llegan a separar y a mandar a cada uno para un lado, ahí morimos.

A tal extremo llegaron las cosas, que conseguimos que a uno de los directores del penal, llamado Jabonero, lo encarcelaran por estafador y por ladrón. Fue algo maravilloso. Teníamos una sensación de fuerza y de seguridad inigualables. Yo tengo muy buenos recuerdos de la cárcel. Evidentemente, también los tengo muy malos. Por ejemplo, de los predicadores de la Compañía de Jesús, como el padre Bolinar, que era un bárbaro. Nos daba el parte de guerra: que si habían tomado Belchite y cosas así. «Váyase a paseo, hombre, déjenos en paz». Nos amargaba el día, pero la mayor parte del tiempo estábamos bien.

Lo que sí es cierto es que comíamos muy mal y, además, los dos primeros años no permitieron la entrada de paquetes de comida. A mí no me preocupaba, porque yo tenía a toda mi familia en Francia y no me podían enviar nada, pero a los tenían a su familia cerca sí les fastidiaba. Nos daban un cazo de café y un bollo por la mañana y, para comer, un cazo de caldo con cuatro o cinco garbanzos. Solíamos hacer apuestas, para ver quién tenía más. A la hora de la cena daban lo mismo. Esto mejoró cuando empezaron a llegar paquetes de comida. Entonces creamos grupos para repartirnos las cosas. Mi familia regresó en el año 42 y yo comencé también a recibir el suministro. ¡Bendito sea Dios! ¡Ya empezaron a llegar las cosas!

Se pasó mal, pero todo esto se recuerda con mucho cariño. Había gente muy buena. Teníamos, por ejemplo, unos médicos fuera de serie. Eran compañeros presos, que fueron oficiales como nosotros, pero que eran médicos de profesión. No teníamos medicinas, sólo las que se podían conseguir gracias a la gente de fuera. Pero no hay que equivocarse, la cárcel ha sido, y lo digo con toda sinceridad, desastrosa, asquerosa y repugnante. Un detalle: estaba prohibido ducharse. Sólo podíamos ducharnos cuando nos lo permitían, que a lo mejor era cada seis meses o cada dos años, ¡yo qué sé! Un día, era tanta la mugre y los piojos que teníamos encima, que cinco de nosotros salimos de la celda y nos escapamos a las duchas, que estaban detrás de la enfermería. En plena ducha de agua fría apareció un guardia « ¡Venga, venga, venga! Todos a vestirse y detrás de mí». Nos llevó donde estaba el cabo de limpieza y le dijo: «Éstos, castigados quince días a limpieza general». Imagínate un patio como medio campo de fútbol y a quince tíos con sacos de arpillera frotando el suelo. Para protegernos, nos hicimos rodilleras con goma de neumáticos atada a las rodillas y, de este modo, limpiábamos el patio. Acabamos con las manos destrozadas.

Murió bastante gente en la cárcel, muchos eran amigos míos. La enfermedad más común era la tuberculosis. A los tuberculosos los mandaban a Segovia, no sé por qué, porque Burgos tiene buena situación, pero los enviaban allí y allí murieron muchos. Sólo los más fuertes salimos adelante.

Salí de la cárcel central de Burgos en el año 43, el día 25 de marzo. Cuando salí di de destino Irún, pero me marché a Madrid. Entonces dictaron una orden de busca y captura porque tenía que hacer el servicio militar. En la comandancia de San Sebastián estaba de secretario del comandante un buen amigo mío, y como sabía que andaba en líos y vio que me reclamaban, cogió un impreso y escribió que estaba haciendo el servicio militar en Larache. Le presentó a firmar al otro, que, ¡cómo son esas cosas!, firmó sin tan siquiera mirarlo, y, de un plumazo, se canceló mi orden de busca y captura. Es decir, que yo hice la guerra pero no el servicio militar. Estaba destinado al batallón de trabajadores nº 1 de Melilla, pero gracias a esto me dejaron en paz y ni la Guardia Civil ni la policía me buscaron más. Me casé en el año 44 y en el 45 tuve mi primer hijo. Casado y con un hijo de dos meses, la policía vino a buscarme, pero pudieron avisarme a tiempo y no me encontraron. Aparecieron en mi casa preguntando por Fernando Aristizábal. Mi mujer les hizo pasar y les llevó a la habitación del niño, que estaba en la cuna.

En cuanto salí de Burgos, me integré en la organización clandestina Euzko Naia, que estaba creada y dirigida por los jefes políticos del PNV. Trabajaba en Madrid en un almacén de papel y de vez en cuando pasaban por ahí preguntando por mi. Eso era una cosa bastante habitual en esos días. Luego ya me trasladé a Vizcaya y, desde entonces, estuve viviendo en la clandestinidad más absoluta hasta el año 53. Fue muy duro, tienes que hacer una vida totalmente distinta hasta el punto de tener que negar a muchos amigos el saludo. Vivía escondido en un piso franco en Bilbao, con nombre falso. Mi actividad se encuadraba dentro de la reorganización del PNV. Formaba parte del servicio de información del partido y del Gobierno vasco. Un servicio de información con todas sus consecuencias, ¡todas! Así es la vida.

Me mantenía la organización. Me pasaban dinero a mí y a mi familia. Luego ya, en el año 53, pude volver a la normalidad y tuve que buscarme la vida. Mi hijo mayor tenía ocho años y había tenido ya dos hijos más. Tuve suerte. Empecé a trabajar por mi cuenta y me fueron bien las cosas. A pesar de todo, seguí en activo en la resistencia vasca hasta el año 1957.

Durante el franquismo, nos solíamos reunir el primer domingo de junio para celebrar el Día del Gudari. En esa época, muchos estábamos todavía en la clandestinidad, pero lo que hacíamos era llamar a un sitio para encargar una comida, comíamos y luego nos dispersábamos rápidamente. En esos años era necesario pedir un permiso para reunirse y teníamos un amigo, que tendría entonces sesenta años, al que habremos casado unas veinticinco veces, porque la excusa que poníamos siempre para reunirnos era su despedida de soltero. Cuando se presentaba la Guardia Civil, como los propietarios de los restaurantes eran amigos, nos seguían el juego. Así estuvimos hasta que murió Franco. Durante la transición nos seguimos reuniendo ya libremente, con las mujeres, y ya podíamos hablar en voz alta. Luego llegó la escisión del PNV y la creación de EA y nos dividimos y se rompió la tradición.

En el año 1979, como en nuestro partido cuando te dicen una cosa hay que hacerla, me tuve que ir de diputado del PNV por Vizcaya al Congreso de los Diputados como parte del Grupo Parlamentario Vasco. Estuve los cuatro años de la legislatura, hasta el 83, y luego lo dejé.

Y eso fue todo. ¡Qué voy a decir de la guerra! La guerra es la plaga más horrorosa que puede caerle a un pueblo o a una persona. El día 18 de julio de 1936 nos cayó a nosotros, a «la maravillosa juventud del año 36», como dicen algunos escritores. Mi familia se desintegró. Mi hermano Pantxo, que tenía quince años, se unió a nuestro grupo cuando nos retiramos de Irán en dirección a San Sebastián. Mis padres y mis tres hermanos menores, dos varones y una chica, se pasaron a Francia el día 3 de septiembre del año 36, por la noche. No llevaban encima más que lo puesto. No volví a verlos hasta el año 50, que pude, por fin, reunirme con ellos. ¡Estuvieron catorce años malviviendo en el exilio! No, no me gusta la guerra y lo peor es que hoy, en la actualidad, en Euskadi seguimos ansiando la paz, la tranquilidad y la convivencia que, en julio del 36, cuando salimos al monte con nuestras escopetas, esperábamos conseguir dominando a los fascistas, que querían imponernos su credo por la fuerza de las armas.

Mucha sangre se derramó entonces. No sé si los que murieron en el frente de combate, en las cárceles, en los campos de concentración o en los paseos fueron los mejores. Lo que sí sé, es que la juventud vasca del año 36 fue una generación excepcional. Gudaris y milicianos dejaron sus vidas luchando contra el fascismo y a favor de la libertad y la democracia y en defensa de Euskadi y de la República. Eran mis amigos y les echo en falta.

GUERRA CIVIL. TESTIMONIOS. Renzo Lodoli

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:57 pm

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Fascista de familia católica y padre militar. Nada más concluir su carrera de ingeniero se alistó como voluntario en el Ejército italiano y marchó a Abisinia. A su vuelta, decidió unirse a la División Littorio para combatir en España al lado de los nacionales. Llegó en 1937 y permaneció en el frente hasta que el fallecimiento de su madre en agosto de 1938 le obligó a regresar. Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, se alistó de nuevo en el Ejército Italiano donde permaneció hasta que en 1946 volvió a la vida civil para trabajar como ingeniero. Es fundador del Movimiento Social Italiano, un partido de extrema derecha. Hoy en día sigue manteniendo el ideario fascista y visita anualmente España en compañía de otros ex combatientes.

Mi madre y mi esposa tenían ascendencia austriaca, de modo que, cuando me preguntan de dónde soy, contesto que soy un italiano bastardo. Nací en Venecia porque mi padre era oficial de marina. De niño recorrí toda Italia con él. Luego volví a Roma y estudié en el Politécnico. Cuando empezó la guerra de España tenía 23 años. Era ingeniero pero todavía no estaba trabajando. Acababa de regresar de África de luchar en Abisinia como miembro de un batallón de estudiantes voluntarios. Todos nosotros éramos fascistas. En aquel entonces todos los italianos eran fascistas. Había una organización de universitarios fascistas, de donde posteriormente surgirían los más antifascistas.

Llegué a España con un regimiento de la División Littorio, en un barco que no tenía nombre ni nacionalidad. Se la habían borrado. ¡Era un barco fantasma! Llevábamos los uniformes caquis de las tropas coloniales italianas, sin grados, sin emblemas, sin nada. Salimos de Nápoles y tardamos cinco días en llegar a Cádiz. No sé por dónde pasamos. Al llegar, nos pusieron grados y emblemas y una boina negra con una estrella de cinco picos. Teníamos, como los alféreces provisionales españoles, una hombrera de paño negro con una estrella de oro. A los alféreces, nos pusieron dos estrellas blancas de plata. No llevábamos bandera italiana ni nada semejante. Llevábamos una bandera negra, con una cinta italiana y otra española.

Nada más llegar nos mandaron quince días a Jerez de la Frontera, donde nos facilitaron un carné de falangista y otro de requeté. De allí nos trasladamos a Guadalajara. Fue horroroso, ya que allí, nuestro Estado Mayor se equivocó en todo. Estábamos a mil y pico metros de altitud, había mucha nieve, hacía mucho frío y no estábamos bien equipados. Los soldados, por ejemplo, no teníamos guantes. Mi general pidió guantes. ¡Llegaron en junio! Algunos compañeros murieron de frío. Había una única carretera, la carretera de Francia. Viajábamos en una fila de autocares que ocupaba toda la calzada con lo que si un autocar se paraba, toda la columna de coches se tenía que detener detrás. Fuimos al bosque de Brihuega, y ahí nos dijeron: «Aquí está el frente». Había anochecido, nevaba. Los italianos de las Brigadas Internacionales habían avanzado 40 kilómetros hasta Torija e intentaban tomar el pueblo. Nosotros éramos más fuertes, pero ellos eran más. Nosotros éramos 40 batallones de infantería, pero 33 eran banderas, es decir, batallones ligeros. Ellos tenían 44 batallones de infantería, 90 carros rusos de combate y la aviación. Nuestros aviones se habían visto obligados a permanecer en la base, que estaba en Soria, porque llovía y había mucho barro lo que les impedía despegar. Sin embargo, los aviones rojos sí salían, porque se encontraban en los campos de Madrid, donde disponían de varias pistas de asfalto. Resistimos lo que pudimos y luego retrocedimos hasta Almadrones.

Los rojos tardaron en avanzar dos o tres días. No sabían que nosotros habíamos retrocedido. En el campo no había casas. En la meseta de Castilla no hay apenas casas. Nuestra posición estaba muy próxima al palacio de Ibarra. Era un palacio muy hermoso, decorado con numerosos cuadros, pinturas y alfombras. Cuando una de nuestras banderas llegó al palacio, dijeron: «¡Oh, aquí nos quedamos!» Llevábamos una semana conviviendo con la nieve, la lluvia y el barro de manera que los compañeros no se lo pensaron y se pusieron a descansar allí. Entonces fueron atacados por las Brigadas Internacionales. Murieron casi todos. Fueron sorprendidos mientras dormían, ¡una cosa horrorosa! Es mejor olvidar. Los rojos, después, sepultaron a los suyos y, a los nuestros, los arrojaron a una fosa común que todavía no se ha encontrado.

Estábamos obligados a entregar los prisioneros a los nacionales en un plazo de 48 horas. Los fusilaban a todos. Los españoles eran de paredón fácil. De un bando y del otro. Nuestras divisiones estaban llenas de prisioneros. Casi todos eran gudaris vascos. A muchos les pusimos el uniforme italiano para salvarles la vida. Hubo un capitán republicano que combatía en el frente de Santander que fue hecho prisionero y sabíamos que si lo entregábamos lo iban a fusilar. El comandante del regimiento de artillería le puso un uniforme italiano y ese hombre hizo toda la guerra con nosotros como topógrafo. Incluso fue condecorado con una medalla de bronce por detectar un depósito de municiones. Cuando acabó la guerra y volvió a su casa, lo detuvo la Guardia Civil y fue condenado a muerte. Gracias al embajador italiano pudo salvar la vida, aunque tuvo que estar preso durante algunos años.

Al principio, los españoles nos llamaban cobardes, porque cuando avanzábamos, íbamos de un árbol a otro, o de una piedra a otra, mientras que ellos avanzaban en línea recta, con la bandera y el crucifijo de los requetés como escudo y al descubierto. Aprendieron mucho de nosotros. A los italianos nos sorprendían muchas de las cosas que hacían. Por ejemplo, en el frente de Bilbao, en Orduña, había una peña que era defendida por unos requetés que tenían su casa justo debajo, en el valle. Todas las noches iban a dormir a su casa. ¡La guerra la hacían durante el día! ¡Los españoles combatían así! A la hora de la comida cesaban los tiros y después de comer proseguían. Y por la noche no combatían nunca.

En Guadalajara, con los rojos, estaban los italianos de la Brigada Garibaldi, que no hicieron nada. Decían que no querían que italianos combatiesen contra italianos, de modo que aunque la Brigada Garibaldi fue enviada al frente, apenas actuó. Iban en unos camiones con altavoces y nos gritaban: «Italianos, cabrones, tenéis que venir con nosotros. Somos los defensores de la libertad y de la democracia». Y cantaban Giovinezza. Eso era todo lo que hacían. Una noche, en Guadalajara, tuve que ir a tomar contacto con una bandera. Llovía. Cuando les encontré, estaban cantando Giovinezza y les pregunté: «¿Por qué cantáis esa canción? Sólo los rojos cantan Giovinezza». Era para confundir, ya que en el bosque no se sabía quién era amigo y quién enemigo. Además, los uniformes eran casi iguales, bueno, eso cuando había uniformes.

El primer rojo que murió en Guadalajara fue uno que se despistó y apareció en nuestras líneas. Se parapetó detrás de un árbol y empezó a disparar. Tenía una chaqueta de civil y un fusil. Los nuestros dispararon y cayó herido muy grave. Antes de morir se santiguó. Llevaba en la cartera estampas de santos y el carné de Socorro Rojo. Era un campesino de Ciudad Real. El primer italiano de mi bando que murió en Guadalajara, fue uno que durante la noche, como no había aseos, se alejó un poco; cuando volvió, un centinela le dio el alto y aunque él se identificó, el soldado le disparó. ¡Mira que durante el día disparaban y no acertaban casi nunca!, pero esa vez, de noche y todo, no falló. Estas cosas pasaban todos los días.

Posteriormente tuvo lugar la batalla de Levante. De mi batallón, fallecieron ocho personas y otros 17 quedaron mutilados o heridos. Yo pertenecía al Tercer Batallón del Segundo Regimiento de la División Littorio de voluntarios. Todos los italianos éramos voluntarios menos los oficiales y los generales del Estado Mayor, bueno, y los capellanes militares. El obispo castrense les decía: «Tú tienes que ir a España».Y se tenían que aguantar.

En Levante hacía un calor terrible. Un día, una vez terminados los combates, me encontraba hablando y fumando en un búnker con mis soldados, cuando un balazo entró por la ventanita. Yo tenía las piernas en alto, y esa bala perdida me atravesó una pierna. Fue horroroso. ¡Esa fue mi heroica herida! Los soldados me decían: «¿Teniente, qué tiene?» El disparo me había reventado una vena. Tuve que retirarme con el caballo de mi comandante, porque no podía caminar. Pero no fui al hospital, me asistieron allí. No podía marcharme, ya que sólo quedábamos seis oficiales. Habían herido al comandante del regimiento y matado al comandante del batallón. Esa fue mi única herida. En otra ocasión, me dieron en el casco, otra en la mascara antigás, otra en la manta… Decían que tenía suerte. Después de la batalla de Levante volví a Italia porque murió mi madre. Posteriormente intenté volver, pero ya no me dejaron.

En octubre de 1938, las Brigadas Internacionales fueron disueltas y abandonaron los frentes. También regresaron a Italia los diez mil voluntarios nuestros que llevaban más tiempo en España. Tanto en la batalla de Cataluña como en las siguientes no hubo ya extranjeros combatiendo con el bando rojo. Cuando se produjo la victoria final, mi división se encontraba en la zona de Logroño. Después, muchos italianos se casaron con chicas de la zona. La convivencia con los españoles había sido buena. Lo que más esfuerzo nos costaba era el aceite. Teníamos que hacer dos ranchos: uno para los españoles y otro para nosotros. A los españoles no les gustaba nuestro aceite y a nosotros no nos agradaba el aceite de los españoles. En Italia se comía mejor que en España.

Durante la Segunda Guerra Mundial, fui con mi regimiento de los Guardias del Rey a Croacia, Eslovenia y Dalmacia y posteriormente me enviaron a la Escuela de guerra de Turín, donde permanecí seis meses. Luego estuve en Sicilia como oficial del Estado Mayor y pasé los últimos meses de la guerra en Francia. Después participé en la República Social Italiana y concluí con un año de calabozo y dos procesos en los tribunales. En total hice diez años de guerra, desde octubre de 1935 hasta noviembre de 1945. Después me dediqué a la ingeniería. También fui uno de los fundadores del Movimiento Social Italiano, un partido de extrema derecha. Hoy sigo escribiendo en periódicos y libros, pero ya no estoy activo en la política. Fui candidato a diputado en 1948 cuando nadie quería serlo.

A mí no me gustan las guerras pero, en mi opinión, la guerra de España fue la única que tenía un motivo real, ya que no se trataba de una guerra por el poder, contra los ingleses o los alemanes. Esta fue una guerra en defensa de nuestra civilización. El comunismo empezó a ser derrotado en España. Fue su primera derrota. Este fue el motivo por el que acudimos a España casi todos los italianos. Claro que, entre los ochenta mil que fuimos, estaban los que les había dejado la novia, los que tenían problemas económicos, los aventureros que iban por el mundo de guerra en guerra… Había uno en mi división que se llamaba Ferrari. Había sido condecorado con tres medallas de plata en la Primera Guerra Mundial y tenía tres promociones por méritos de guerra ¡Y era capitán! ¡Había sido degradado en dos ocasiones!

Me preguntan muchas veces por qué vine a España y yo respondo: «Soy católico, procedo de una familia católica, estudié ocho años en un colegio de jesuitas y no me gustaba ver que mataban a tantos curas ni tantas iglesias destruidas. Ni que el señor Azaña anduviera diciendo: «España ha dejado de ser católica»». Esa era una de las razones. Otra es que soy italiano. Y el interés de Italia era que en España existiera un gobierno, si no igual, sí semejante al italiano y no comunista, desde luego. Otro motivo es que soy fascista y esperaba que el franquismo fuera fascista. No lo fue, pero eso nosotros no lo sabíamos entonces. Franco adoptó la boina roja, el Cara al sol, el saludo romano y poco más. Y por último: yo no soy demócrata. No creo que el 51 % pueda decidir lo que quiera en contra del 49 %. Y tampoco soy liberal.

GUERRA CIVIL. TESTIMONIOS. José Ramón Calparsoro

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Perteneciente a la alta burguesía vasca. En 1936 regentaba una fábrica papelera en Tolosa. Unos meses antes del alzamiento, sus trabajadores se pusieron en huelga y le amenazaron de muerte por lo que tuvo que abandonar la fábrica. Poco después, se alistó en infantería y partió al frente. Tras la liberación de San Sebastián, se presentó como voluntario en el aeródromo de Lasarte para ser piloto de bombarderos. Pese a su poquísima experiencia de vuelo fue aceptado y acabó siendo el piloto de bombarderos más condecorado y con más horas de servicio durante la contienda. Fue también el primer español destinado a la Legión Cóndor. Cuando terminó la guerra, dejó el ejército y reanudó su actividad empresarial en la industria del papel.

Todo lo que he hecho en la vida, lo he hecho por mi libertad. Unos días antes de empezar la guerra, siendo gerente de la fábrica de papel de Tolosa, los obreros me amenazaron de muerte: «Pollo, su vida no está tan segura como usted se cree». Yo me alisté para defenderme. No me dejaron otra opción. Había estudiado en los jesuitas de Orduña. Estuve interno seis años y, al salir, intenté entrar en la Escuela de Ingenieros de Bilbao, pero como no me admitieron, me fui a Francia para completar mi educación, luego estuve en Lausana y concluí mis estudios en Alemania, donde incluso me contraté en una fábrica para aprender el oficio. Me hice ingeniero. Soy hijo y nieto de papeleros, pero era el menor de los hermanos, y la fábrica de mi padre le correspondía al mayor, por eso me tuve que poner a trabajar en la papelera de Tolosa.

Cuando estalló el Movimiento el 18 de julio, que era sábado, yo residía en San Sebastián. A mediados de junio, los obreros se me habían declarado en huelga y me habían amenazado de muerte, por lo que tuve que irme de Tolosa. Las cosas estaban muy revueltas desde que había ganado las elecciones el Frente Popular. La UGT y la CNT querían trato directo con la empresa. Me tenían enfilado y en el periódico Euskadi Roja se referían a mí como el perro hitleriano.

Precisamente, el 18 de julio por la mañana, iba yo al Gobierno Civil a denunciar que había aparecido en la prensa la noticia de que los obreros se iban a incautar de mi fábrica. En aquel momento me enteré de lo que estaba sucediendo. El gobernador civil me dijo que lo de los obreros no era para tanto. Todos los diputados vascos (los padres de los que ahora quieren ser independientes) apoyaban al gobierno. En ese momento se me cayó la venda de los ojos, y dije: «Aquí no tengo nada que hacer».

Al salir me encontré con mi padre y nos fuimos a Tolosa a comer juntos. Después cogí mi coche y a un amigo, Joaquín Abeín, arquitecto de Tolosa, y nos marchamos a Biarritz. Fuimos al aeródromo, donde yo estaba haciendo un curso de piloto, y allí me acogí al Movimiento. El día 22, miércoles, cogí mi coche y me marché a Stuttgart para ver a unos amigos. De allí me trasladé a Berlín. Iban a empezar las Olimpiadas. Me presenté a los jefes de la empresa en la que me habían enseñado, que tenía su sede en Berlín, y me acogieron como un exiliado español, me regalaron las entradas y pude ver a Jessie Owens batir el récord del mundo.

El 13 de agosto me enteré de que Tolosa había sido liberada y regresé. Me presenté en casa de mi padre y tras comprobar que estaban todos bien me fui a la fábrica. Allí me encontré con que no estaba ninguno de los 180 obreros que tenía, así que me fui a la comandancia militar, me presenté al comandante y le dije: «Mi comandante, soy José Ramón Calparsoro, gerente de esta fábrica y como aquí no tengo nada que hacer, déme usted un fusil, que me voy al frente». Así empecé la guerra. Me influyó el hecho de que por el camino había visto a una compañía de carlistas que iba al frente, ¡con una fe y una devoción!, que me llegaron mucho.

Entonces me fui a las trincheras del monte Burunza, donde permanecí hasta que entramos en San Sebastián el 14 de septiembre. Entré con un fusil al hombro. El 15 de septiembre me voy al hipódromo de Lasarte, que se usaba como aeródromo, y me encuentro con un joven de mi edad que me dice que es piloto. «Yo también», le dije. «¿Cuántas horas tienes?» pregunté. «Yo cuarenta», dijo. «Pues yo, treinta y ocho». Mentimos los dos. Luego, cuando nos hicimos amigos, confesamos. Yo tenía ocho y él doce. Lo que sí era verdad es que entre mayo y junio de 1936 yo había hecho un curso de aviación civil en la escuela de pilotos de Biarritz. «¿Quién manda aquí?», preguntamos. «Paco Ansaldo». Nos presentamos y le dijimos que éramos pilotos, y que deseábamos ingresar en el Ejército del Aire. ¡Así fue como la Mula (Javier Allende) y yo entramos en el Ejército. Fuimos a Logroño y nos presentamos al teniente coronel Whitte. «¿Pilotos, eh? ¿Cuántas horas?» «Cuarenta horas». Nos mandaron a servir como ametralladores en un Fokker trimotor.

¡La madre santificada! ¡Estábamos haciendo la guerra!, ¡Nosotros! Por supuesto no sabíamos disparar la ametralladora; íbamos de paquetes. ¡Menos mal que no hubo incidentes y no tuvimos necesidad de utilizarlas! A primeros de octubre, nos trasladaron al aeródromo de Tablada, en Sevilla, y allí nos dieron algunas clases en un Breguet. El día que me soltaron en el Breguet, me entró pánico. Me temblaba todo, pero, al fin, conseguí tomar tierra. Como habíamos mentido sobre nuestras horas de vuelo, nos trataban como si fuéramos expertos. Estuve volando con ese avión desde octubre a diciembre, en Andalucía. Me destinaron a una unidad de Breguet 19, donde me encomendaron mi primer servicio: «Vaya usted a Don Benito, a ver si hay caza enemiga en el aeródromo». «Capitán Soler, si vuelvo es que no hay», contesté. «¿Ves el avión 157? Ése es el tuyo. Cógelo y vete». Sin más. ¡Hasta tuve que preguntar dónde tenía que pulsar para disparar la ametralladora! En los siguientes servicios fuimos al frente de Málaga. Volábamos siempre tres aparatos juntos. Así estuvimos entre Sevilla y Córdoba hasta fin de año. Esa época fue maravillosa, porque hacíamos lo que nos daba la gana. Nos habían dado unos monos de piel alemanes. Nos levantábamos, nos lo poníamos encima del pijama y ¡hala! A volar. Hacíamos uno o dos servicios al día. No tuve ningún período de instrucción. Insensateces las hicimos todas, pero con el ánimo que teníamos, nos comíamos el mundo.

El 31 de diciembre de 1936 me enviaron a Zaragoza y, durante todo el año 37, volé con las famosas pavas (Heinkel 46), con las que actué en los frentes de Huesca, Alcubierre, Belchite y Teruel. Aquí modifiqué los aviones para poder incrementar su potencia bélica. Yo inventé las bombas de cincuenta kilos para los aviones. Le dije al capitán Pedrezuela: «¿Nos estamos jugando la vida para lanzar diez bombas de diez kilos? Déjeme usted». Y, por mi cuenta y riesgo, cargué dos bombas de cincuenta kilos a las pavas. Yo, en toda mi vida, desde que me dijeron «coge esa escoba y a limpiar», no he sabido perder el tiempo. Durante la guerra, tomé muy pocas cervezas en la cantina. Hacía otras cosas. Un día, le dije a Fitz, que era el ingeniero de los alemanes: «Oye, yo no me juego la vida con diez bombas. Ponme un lanzabombas y vamos a ponerle dos bombas de cincuenta kilos a mi 157».

Hice la primera prueba y solté una, pero la otra se quedó colgando. Todos tomaron tierra y me quedé solo. La bomba no se soltaba y a mí se me acababa el combustible. Me vi obligado a realizar un aterrizaje. Tomé tierra con todo cuidado y… no pasó nada. Salté, miré y ¡no estaba la bomba! Lo que había pasado era que se había desprendido justo antes de tocar tierra. Una bomba tiene una hélice en la parte delantera que, con un número x de vueltas, libera el seguro. En ese momento el percutor queda libre y alumbra el cebador, que es el que produce el chispazo que la hace estallar. Todo es muy rápido. Como mi bomba cayó desde poca altura, no tuvo tiempo de activarse. Me salvé de milagro.

Durante toda esta etapa, actuamos en el frente de Huesca. Íbamos al cerco de Huesca dos o tres veces al día. Vivíamos en Zaragoza, en el Gran Hotel. Yo me alojaba en la habitación 109. Los días que librábamos salíamos por la ciudad. Un día, un compañero, Ignacio Jiménez, me presentó a una chica. Nos hicimos novios y el 23 de octubre de 1937 nos casamos, aprovechando que me habían desmilitarizado para que volviera a poner mi fábrica en marcha. Para disgusto de mi mujer, el 8 de noviembre me volvieron a llamar, y me tuve que reincorporar. Estuve en Belchite, en Alcubierre y después en la ofensiva de Teruel, que duró de noviembre del 37 a febrero del 38. En Teruel, el día de mi cumpleaños, el 26 de diciembre, hizo -18 ºC, la temperatura más baja que se recordaba en la zona. Todo este tiempo coincidí con García Morato, que de vez en cuando me pedía el coche para irse de planes. También trabajé como intérprete de los alemanes. Yo les decía: «Vosotros venís aquí a aprender, porque si quisierais terminar la guerra, acababais con todo esto en dos días, pero no os conviene». Era verdad.

En febrero de 1938, me destinaron a la Cóndor. A partir de ese momento, mi mujer vivió siempre engañada. La convencí de que yo era únicamente un intérprete y de que no volaba. Fui el primer piloto español en la primera escuadrilla. Yo creo que la razón por la que me incorporaron a la Cóndor no fue por mis conocimientos de alemán, sino por mi forma de volar. A mí me llamaban el Tío Manitas. Fui un caso único, se peleaban por tenerme. Hasta García Morato me solicitó, pero aunque en mis informes se leía «muy apto para cazador», yo no era cazador. No mataba ni a una perdiz. ¡Cómo iba a disparar a otro piloto en otro avión!

Me destinaron a Alfaro, al grupo bombarderos K-88, el más moderno del mundo. Era el único español. El jefe de mi grupo era el capitán Schulz. Desde el primer momento me pusieron a volar y al poco me destinaron al Heinkel 111. Me dieron unas clases, me soltaron y al siguiente servicio estaba volando solo, con tripulación alemana. A principios de junio me enviaron a la Escuela de vuelos nocturnos de Olmedo. Hice el curso de vuelo sin visibilidad como alumno e intérprete del comandante alemán Zellman, el piloto personal del general jefe de la legión Cóndor, que me tomó bajo su protección. Tenía un Junker especial, dotado de depósitos suplementarios de gasolina para grandes distancias. Con Zellman realicé la siguiente práctica: Salimos de Olmedo a las cinco de la mañana. Fuimos a Sanjurjo, en Zaragoza. Después tomamos tierra en La Cenia, en el Mediterráneo, y nos fuimos a desayunar. De ahí nos dirigimos a Palma, donde llegamos a las diez de la mañana y nos acercamos a Capitanía para ver a Ramón Franco. Después, cogimos el avión y nos trasladamos a Melilla. Desde allí nos fuimos a dormir a Tetuán. ¡Para que me digan a mí de horas de vuelo y de historias! Además, todo ese itinerario lo hice con las cortinas cerradas y volando sólo con los instrumentos. El primer vuelo nocturno que hice solo, como piloto, fue de Sevilla a Tetuán, ida y vuelta, el día 14 de julio de 1938. Después de estar todo el día volando, me dijeron: «Hoy es tu suelta».Así que a las once de la noche despegué de Tetuán y a las doce aterricé en Tablada. A las doce y diez salí de nuevo hacia Tetuán, donde llegué a la una de la madrugada y a las cinco ya estaba volando: Tetuán, Tablada, Salamanca y Zaragoza. Al llegar me fui a ver El Pilar y a comer a La posada de Huesca, un restaurante en el que se comía muy bien. Entonces, llamé a la fábrica para ver cómo iban las cosas y me dijeron que mi mujer estaba de parto. Conseguí llegar a las diez y cuarto de la noche. Mi hijo había nacido a las diez. ¡A mí me hace mucha gracia eso del jet-lag! Antes no existía. Volví a Tetuán y a los pocos días me incorporé a la primera escuadrilla de la K-88. Mi llegada el 25 de julio del 38 coincidió con la ruptura por parte de los rojos del frente en Mora de Ebro. Nos trasladaron a Zaragoza. A partir de ese día todo fue muy duro. Hasta tuve una caída en barrena de casi tres mil metros.

A principios de 1939 se creó en Valencia la primera escuadrilla española adjunta a la Cóndor, a la que me incorporé. Estuve en Valencia, posteriormente nos mandaron a Vall de Uxó y finalmente a Cariñena. Allí me pilló el final de la guerra. Mi último servicio fue en febrero del 39. Me tocó ir a la bahía de Rosas. Ese día averiguó mi mujer que yo volaba. ¡El último día! En total hice más de cuatrocientos servicios. En febrero del 39, en Tolosa, me había encontrado con un amigo que me había comentado que la fábrica papelera de Burriana estaba a la venta porque habían asesinado a su dueño. Al siguiente permiso, cogí mi coche, un Ford que me había comprado con el primer dinero que gané y con el que hice toda la guerra, y me fui a Burriana a arreglar el trato. La guerra se acabó el primero de abril, el día 6 de abril solicité el permiso para abandonar el Ejército y el 23 de abril estaba ya haciendo papel en Burriana.

En el año 41, Paco Mira, que ya era general jefe de Valencia, me localizó para comunicarme que me habían concedido la Medalla Militar por la campaña. Fue última vez que me puse el uniforme. Me ascendieron a capitán. Además de la Medalla Militar, algo muy poco común en pilotos de bombardero, tengo dos Cruces Rojas al mérito militar, y dos Cruces de Guerra. También tengo la Orden del Águila alemana. A pesar de haber realizado el servicio militar en San Sebastián, en el año 1931, nunca juré esa bandera ni, hasta hoy, la bandera nacional. Posteriormente, pese a haber sido admitido en aviación, tampoco recibí título alguno como piloto de aviación militar ni como piloto de vuelos nocturnos. Únicamente tengo el título de piloto de la Deutsche Luftwaffe.

Hace unos años, hacia 1988, me llamaron del Museo del Ejército para pedirme la hélice de mi viejo Heinkel. Desde que acabó la guerra no había vuelto a recordar estas historias. Yo no pienso en la guerra. Yo de toda esta historia no me he acordado para nada. ¡Para nada! Tengo más de noventa años, de modo que la guerra no ha sido más que un 3 % de mi vida.

GUERRA CIVIL. TESTIMONIOS. Trinidad Gallego

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http://www.elmundo.es/especiales/2006/07/espana/guerracivil/hist_gallego.html

Creció junto a su abuela en la portería de una casa del distinguido barrio de Salamanca de Madrid. Esto le permitió tomar conciencia de las desigualdades e injusticias sociales existentes. Tras formarse como matrona y enfermera se empleó en el Hospital San Carlos desde donde promovió el Comité de Enfermeras Laicas. En 1935 se afilió al Partido Comunista. Durante toda la guerra trabajó de enfermera en Madrid. En 1939 fue detenida y encarcelada junto a su madre y su abuela de 87 años. Pasó casi siete años en prisión. Al salir, la contrató un médico de Baena, que abusó de ella aprovechándose de su penosa situación. Hoy sigue siendo comunista.

Yo soy mi abuela. Ella me crió y me educó y a ella le debo todo. Soy comunista porque mi abuela era comunista sin saberlo. Mi abuela, Trinidad Mora Frías, nació en Cogolludo. Cuando tenía doce años murió su madre. Su padre agarró a los hijos, se montaron en un burro y se vinieron a Madrid llenos de miseria. Mi abuela sirvió, fregó, lavó… Ésa fue su infancia y su juventud. Luego se casó y tuvo tres hijas, pero, al poco tiempo, mi abuelo murió en un accidente y ella se quedó en la calle y se vio obligada a llevar a sus tres niñas a la inclusa. Trabajó como una mula. No sé cómo ni dónde vivía, pero hizo de todo.

Un día la llamó la marquesa de Constantino, que vivía en la calle de Marqués de Villamagna. Según parece estaba muy enferma y nadie quería ocuparse de cuidarla. Mi abuela, que no le hacía remilgos a nada, se fue con ella. Y allí estuvo hasta que murió. Entonces le dijeron: «Señora Trinidad, ¿querría usted una portería?» Era la de la casa de al lado, que es en la que yo nací, en pleno barrio de Salamanca. Fue a la inclusa a buscar a sus tres hijas, pero sólo pudo recuperar a dos. Le dijeron que la otra había muerto. ¡Vete a saber! Así era entonces la vida de la gente de pueblo. Mi tía, a los pocos días de llegar, se puso a servir en el piso de arriba y mi madre aprendió a coser, porque, al ser la menor, era la preferida de mi abuela. Se hizo costurera. Iba a coser por las casas. Cosía para una casa del barrio que cuando llegaba el verano, se la llevaban con ellos. O sea, que mi madre trabajaba siempre y siempre estaba fuera. En invierno llegaba a casa a las nueve de la noche y, en verano, se iba los tres meses.

Un día la invitaron a la boda de una compañera costurera que se casaba con un guardia civil. Allí conoció a mi padre, que era hijo de un guardia civil extremeño. Se enamoró y se casó con él. Esto es todo lo que sé, porque yo de mi padre no he oído mucho y lo poco que sé, lo he averiguado recientemente. Él dijo que nada de poner un piso, ¡ni soñarlo!, y entonces mi abuela les dejó en una habitación la cama de matrimonio de mi abuelo, que era de esas antiguas, de hierro. Él se marchaba periódicamente y volvía al cabo de dos o tres días. No trabajaba, y un día, mi abuela, que había luchado tanto para salir adelante, le dijo: «Si quieres llevarte a tu mujer, te la llevas, pero si no, aquí eso de venir a que cada año o cada dos años nazca un hijo, sin tener para comer ni para vivir, no. Elige: O coges la maleta y te vas, o te pones a trabajar». A los ocho días vino, agarró la maleta y se marchó. Yo todavía no había nacido.

Crecí con mi abuela en la portería de una casa donde vivían unos señores que, cuando yo estaba fregando la escalera, me decían «¡Hola, Trinita!», pero que luego, cuando me vestía y me iba a la calle, no me saludaban porque era la nieta de la portera. Así era entonces el mundo, pero a mí me importaba siete puñetas, yo bailaba encima de ellos y me quedaba tan ancha, porque de pequeña nunca me di cuenta de que yo no tenía padre y de que el resto de los niños sí, ni de que todos los niños tenían zapatos y yo iba en alpargatas, ni de que las niñas iban al cine el domingo mientras yo fregaba escaleras.

En mi casa había dos colegios. Uno en la planta baja, que era privado, y otro en el principal, que era del Ayuntamiento. Cuando cumplí los cuatro años, la vecina de arriba dijo: «¡Trini tiene que ir al colegio del Ayuntamiento!» Y me llevó arriba. Como no llegaba a los pupitres, porque entonces los niños empezaban la escuela a los ocho años, me pusieron una mesita pequeña. Cuando no estaba en clase, estaba pegada a mi abuela. Si ella se ponía a lavar en una artesa, a mí me ponía en el lado estrecho. Tenía una tabla grande de planchar y yo planchaba a su lado en una pequeñita. Se ponía a guisar y me ponía al lado del fogón, en una trona. Hizo un marco de madera con una alambrera para que no metiera las manos en la lumbre mientras guisaba y me sentaba allí. Cuando zurcía calcetines me decía «¡Mira, esto se hace así!». O sea, que me enseñó las tareas de la casa, pero, además, me decía: «¡Tú aplícate en el colegio, tienes que estudiar!» Yo soy lo que soy por mi abuela.

De pequeña salía poco, yo creo que porque tenían miedo de que mi padre me llevara con él. Bajaba del colegio, me daban un pan y media onza de chocolate para comer y me ponían a hacer los deberes. Luego tenía que hacer una onda de bolillos y, para cuando quería salir, me decían: «Ya han encendido los faroles, ya no puedes salir». Iba mucho a cuidar a los niños del piso de arriba. Su padre era médico de partos y venía a la portería y le decía a mi abuela: «A ver si Trinita puede subir a entretener a los niños». Yo subía y jugaba con ellos y la niñera aprovechaba para planchar y guardar ropa. Tenían juguetes preciosos: mecanos, trenes eléctricos… Lo pasaba bomba. Me daban de merendar más de lo que yo comía al mediodía, ¡unos filetes…! Yo vivía así, pero no me daba cuenta de nada. Era muy feliz en mi casa. ¡Ay, mi abuela! Los fines de semana salía con las niñeras al paseo de la Castellana, a un aguaducho. Estaban las niñeras con los niños y yo con mi merienda y mis barquillos.

Por la noche, me limpiaba las sandalias, que eran de goma de cámara, con cebolla o con tomate, porque no había betún, y mi abuela me lavaba el delantal blanco para ir al colegio al día siguiente y ponía a cocer un litro de leche para mi cena; porque yo me crié con leche de una vaca de La Balbina, una lechería de la calle de Serrano. Valía ochenta céntimos el litro y a veces había que dejarla a deber, porque mi abuela sólo ganaba al mes treinta pesetas y pagaba una bombilla de luz, que es lo que le permitían, y tres pesetas al marqués de Santo Domingo. ¡Así vivíamos las que luchamos luego!

Salí del colegio a los catorce años, y fui a una academia del Ayuntamiento a aprender taquigrafía, mecanografía y francés. Mi madre siguió trabajando y mi abuela siguió en la portería. En la escalera vivía un hermano de un ministro de la dictadura. Sabían que yo estudiaba, que limpiaba escaleras, que trabajaba, pero jamás me dijeron: «Oye, mira, podías ir aquí o allí, que te recomendamos» ¡Jamás! Un día vino el secretario de la cámara de comercio inglesa a ver un piso que estaba vacío. Lo enseñaba yo porque mi abuela empezaba a estar muy mayor. Después de enseñárselo, me dijo: «¿Querrías venir a trabajar con nosotros?» Fue mi primer trabajo. Ganaba cuarenta pesetas al mes, que para mi casa era mucho. Allí estuve meses. La mujer de la limpieza un día me dijo: «Mira, yo hago la limpieza en un salón de té al que sólo entran títulos o la Casa Real y necesitan personal. ¿Por qué no te vienes?» Fui y me contrataron para el guardarropa y para la pastelería. Allí ganaba treinta duros al mes, y, además, me sacaba propinas, pero se empezaba a últimos de septiembre y se terminaba a últimos de mayo y al año siguiente te cogían o no según les convenía. El sitio se llamaba Sakuska y estaba en Alcalá 60, al lado de Correos. Yo tenía 16 años. Iba de doce a dos y media y luego al té que era de cinco a siete y media. También había algún aperitivo por la noche. Se cerraba a las nueve y media o diez, cuando se iba el último, de manera que no había horario.

Todas las empleadas íbamos vestidas de rusas con zapatos grises de tacón, medias finas y una falda azul de satén, brillante y muy fruncida. La blusa era amarilla, con cuello alto cerrado al lado, con pasamanería y con una cosa roja con piedras y lazos de colores. Cuando se abría la puerta, cada mesa tenía un letrero de reservada y si los que entraban no eran los que tenían que ser, no pasaban. En la puerta había un alemán vestido de cosaco. Salía y abría las puertas de los coches, que casi todos eran de caballos.

Había un banquero llamado Calamarte, que era un calafate viejo y gordo. Muy bien vestido, pero muy desagradable. Allí se veía con una hija del duque de Sevilla, que no era hija del matrimonio, era hija del duque de Sevilla con otra mujer. ¡Allí veía de todo! Había otro calafate gordo que era ayudante del rey y que venía con su mujer, tomaba el té con ella y luego se iban. Al cabo de un rato volvía con una ayudante de la reina, que era viuda, alta, muy maja. Allí conocí también a una gitana que se codeaba con gentes y que estaba con un escritor de novelas al que llamaban el Caballero Audaz. Según decían tenía poco de audaz y menos de Caballero. Luego a ella me la encontré en la cárcel, creo que estuvo con un anarquista y la detuvieron. En tres temporadas que estuve vi de todo. Claro, es fácil imaginar lo que se me iba cociendo dentro cuando veía esas cosas, sabiendo lo que había pasado mi abuela y lo que yo vivía en casa desde pequeña.

Yo no tenía el bachillerato. Mi idea era estudiar para matrona, pero antes hice el primer curso de enfermería, para el que no hacían falta más estudios. Para ser enfermera tuve que ir a hacer prácticas a un hospital. Una de las primeras cosas de las que me di cuenta fue que en los hospitales no había enfermeras, sólo mandaban las monjas. Una noche ingresó una pobre mujer que se había quemado las manos. A la mañana siguiente, una de las monjas la echó a la calle sin curar, y la mujer no tenía dinero ni para el tranvía. Yo la cogí y me la traje al cuarto de curas, con la consiguiente bronca de la monja. Le dije: «¡Cómo! ¿Que a usted la llaman sor María? ¡Sor Caballo!» Y se montó el lío.

Después de esto me hice practicante y matrona. La Segunda República nos permitió cierta apertura. Empecé a enterarme de cosas, a hablar con gente, conocí la Casa del Pueblo, que era la UGT, vi las primeras manifestaciones anarquistas…, pero todavía no lo tenía claro. En el año 1935, en plena clandestinidad y antes de las elecciones, que volvimos a ganar, creamos el Comité de Enfermeras Laicas para que pudieran trabajar las que no eran monjas. Debió ser cuando Dolores Ibárruri estaba en el Congreso, porque fuimos a verla para que en el momento que presentáramos el escrito, lo apoyara. Entonces, gracias a las compañeras que conocí en el Comité, ingresé en el Partido Comunista.

Cuando estalló la guerra me fui inmediatamente a la casa del partido: «¿Qué hago?», pregunté. Me contestaron: «Ahora, vete a casa y mañana por la mañana te vas a tu sector». Me fui a mi casa, pero a las siete de la mañana empecé a oír los zambombazos. Me levanté y dije: «¡Me tengo que ir!» Mientras me vestía, bajó el marido de una señora que vivía en casa: «¡Ay, que venga Trini, que me parece que mi mujer ha dado a luz en el váter!» Primero le dije: «¿No dijo usted que nunca le asistiría a un parto? Pues ahora me tendría que ir». Pero fui. La ayudé, arreglé al niño y me marché. En Goya cogí el tranvía y, al llegar a Alcalá, empezaron a escucharse tiros. En el tranvía no íbamos más que el cobrador, el conductor y yo. Paró el tranvía y nos protegimos en un portal. Pero justo antes de resguardarnos, vi como un hombre se caía al suelo. Fui a ayudarle, pero los otros dos tiraron de mí y me metieron al portal. Le habían disparado y estaba muerto. En media hora vi mi primer muerto y mi primer recién nacido.

Cuando llegué al sector me dijeron: «Vete al hospital San Carlos inmediatamente. Preséntate como lo que eres. Busca más comunistas y socialistas, que haya republicanos; formad un comité y empezad a funcionar porque la guerra ha estallado». Me llevaron en un coche con colchones de lana encima, porque los tiros se enredaban en la lana y no traspasaban. Ahora, si entraban por abajo, te daban. Creamos un comité y fueron llegando estudiantes y médicos. Empezaron a traer heridos y ya no salimos nadie del hospital, porque no había horas suficientes para todo el trabajo que teníamos. Aquello era un maremágnum, porque tampoco había comida. A mí me nombraron enfermera jefe y era la que organizaba e iba a buscar el suministro, a firmar.

No libraba nunca; estuve toda la guerra en el hospital. Un día, vi que mis zapatos ya no tenían suela y decidí tomarme la tarde para ir a la calle Fuencarral a comprarme unos. Me dijeron: «Trini, no vayas ni por Fuencarral ni por Hortaleza, porque caen bombas todas las tardes». Yo fui de todas maneras; esa tarde no cayó nada en esa zona y, sin embargo, bombardearon el hospital. Luego, el Primero de Mayo de ese año se celebró un gran desfile en el paseo de la Castellana y, como teníamos montado nuestro Sindicato de Enfermeras Laicas, salimos con transparencia a la manifestación. Nos vio todo el mundo. Muchos de mis vecinos se enteraron entonces de que era comunista.

En mi casa vivían dos hermanos falangistas, los Rivera. Uno estaba en el frente y al otro lo fueron a buscar un día, se lo llevaron y lo mataron. Yo era tan idiota, que cuando me enteré fui al depósito de cadáveres para verlo. Para entrar había que tener estómago, porque era agosto, no había enterradores y el hedor era tremendo. Desde entonces no puedo oler nada podrido, porque lo estuve oliendo quince días. Cuando acabó la guerra volví a mi casa y el vecino falangista nos denunció porque decía que nosotras habíamos entregado a su hermano.

Un día aparecieron en casa dos niños de unos 20 años, con un fusil al hombro, de paisano y con los nombres y apellidos de mi abuela, de mi madre y míos. «Vengan ustedes con nosotros, que enseguida van a volver. No son más que unas preguntas». Nos llevaron a las Salesas. Nos dejaron en unos sótanos en el suelo, a mi abuela con 87 años, a mi madre y a mí. Mi abuela había comido algo, pero mi madre, la pobre, no. Al día siguiente, el 14 de abril de 1939, nos metieron en un camión y nos llevaron a la cárcel de Ventas, sin decirnos nada. Había que pasar siete puertas que se abrían y se cerraban cuando entrabas. La que abrió la puerta interior era una funcionaria de unos sesenta años que le dijo a mi abuela, (¡y esto no se lo perdono aunque esté muerta!): «Aquí se entra muy fácil, pero lo de salir… es difícil». ¡Y se lo dijo a mi abuela! ¡Me cago en su alma, si está muerta! ¡Me acordaré siempre de aquella tía! ¿Quién era ella para decirle nada a mi abuela? Nos metieron en la tercera galería. Acabamos siendo unas once en una celda, en el suelo, sin nada. Así estuvimos hasta que un buen día, en junio, nos llamaron a las tres, nos metieron en otro camión y otra vez a las Salesas, a los sótanos. Nos subieron a juicio en fila. Los que juzgaban eran militares. El juicio fue el siguiente: «Fulana de tal, por haber matado a no sé cual… pena de muerte. Fulano de cual, por haber ido al incendio de la iglesia de San Luís… pena de muerte». Parecía que todos habían matado a alguien o habían incendiado algo. Ya llegaron a nosotras: «Trinidad Mora Frías, por la muerte de Fulano de tal… treinta años y un día».Yo suspiré y el militar me miró como diciendo: «¡A ésta le ponen treinta años y suspira de alivio!» Salimos las tres con treinta años de condena. Así eran los juicios. Ni una letra ni una coma más.

Las condiciones en la cárcel durante los primeros meses fueron terribles. En mi prisión había no sé cuantos miles de mujeres. Hasta los pasillos de las galerías estaban repletos. Por la noche, la gente se tumbaba en el suelo y quedaba un pasillito para ir al servicio. Allí no se comía a la hora de comer porque no había ni comida ni cubiertos para todas. Hacían una cocinada y la repartían. Empezaban por la primera galería hasta donde llegaran. Cuando hacían otra cocinada se empezaba por donde se había terminado la anterior y se seguía hasta donde llegara. Las lentejas tenían bichos. Las llamábamos lentejas con carne. Yo trabajaba en la enfermería. Había muchas madres con sus niños. Niños de pecho, niños de un año, niños de edad… y como no había agua, ni sitios donde lavar, ni higiene, ni comida, los niños se morían. Entonces crearon una prisión para madres y niños y me llevaron como enfermera, con mi abuela y con mi madre. Allí, aunque teníamos un ambiente un poco más limpio que en el otro lado, se nos seguían muriendo niños. Un día hubo cinco niños muertos. Uno tenía ya gusanos en los ojos. No dejé que su madre lo viera y me pegó. ¡No me defendí. ¡Qué iba a hacer la pobre!

Un día hicieron una expedición a Amorebieta y Trinidad Mora Frías, Petra Prieto y Trinidad Gallego Prieto fuimos a la cárcel de Amorebieta. Fuimos en tren. Para llegar desde la estación, tuvimos que subir una cuesta tan empinada que mi abuela no podía. Tenía 89 años. Era una cárcel sin rejas, un antiguo colegio. Los servicios eran de esos de poner los pies. ¡A ver cómo se ponía mi abuela allí! Un buen día: «Trinidad Gallego Prieto… Sale en expedición». Pero esta vez yo sola. Me llevaron a Madrid, a Ventas, para ser juzgada por segunda vez. Si tienes pena de treinta años y te vuelven a llevar a juicio…Yo estaba convencida de que me iban a condenar a muerte. Iba en el tren y cuando amaneció pensé: «Ay, Trini, mira este amanecer, porque ya no veras más que éste y el del día que te fusilen». Me condenaron a doce años y un día y me enviaron de vuelta a Amorebieta.

Al poco tiempo de volver, como Franco vio que no podía alimentar a tantos presos, promulgó una ley según la cual todos los condenados a doce años y un día saldrían bajo ciertas condiciones. Yo salí en el 41, con destierro. Fuimos a Madrid, a la habitación que mi tía tenía alquilada en casa de los familiares de otros presos en Prosperidad. Estábamos en Madrid, por primera vez en dos años fuera de la cárcel y cuando empezamos a andar se nos reventaban los pies de no haber andado en tanto tiempo. Yo no tenía zapatos. Llevaba unas zapatillas que tenían la parte de arriba hecha con un tejido como de manta de soldado y la suela de esparto. Decidí acercarme al Ministerio de Justicia para pedir que les retrasaran el viaje a mi abuela y a mi madre y me dejaran llegar a mí primero a un sitio donde pudiera empezar. Hablé con un chico joven que me dijo: «Mira, vamos a seguir hablando fuera; vamos a tomar una cerveza». Me dijo: «Mira, ni tú, ni tu abuela, ni tu madre tenéis que ir a ningún destierro, porque tú puedes trabajar para nosotros y formar grupos para delatar a comunistas».Yo le dije: «Bueno, pues déjame pensármelo y te lo diré». ¡Me quedé helada! Al final, hablando con otros, pude tramitar que mi abuela y mi madre se quedaran en Madrid, mientras yo iba a Murcia y preparaba algo para que vinieran más adelante a vivir conmigo. De allí me fui a Alicante y conseguí trabajo en una clínica. Sólo trabajé seis meses, porque en febrero de 1942 me volvieron a detener. Un día, mientras estaba en el quirófano, vino la policía a buscarme. Yo no sé si me denunciaría otra vez mi vecino o si fue alguien del hospital. Fui a parar a la cárcel de Ventas por segunda vez. Habían hecho una prisión maternal en Carabanchel, en lo alto, al otro lado del río. La dirigía «la Topete», la hermana del general Topete, el director general de la Guardia Civil. Como es lógico, me volvieron a llevar con los niños y las mujeres embarazadas. Pasé allí dos años y medio más. Esta vez, por lo menos, dormía en una cama con un colchón, con manta y en una sala como es debido. Las madres y los niños estaban aparte. Sólo podían estar juntos un rato. Yo sí podía estar con los niños, con las embarazadas y con las madres, que no sólo eran presas políticas, había también comunes.

Un día me trajeron a una mujer muy grande. La habían detenido porque había ido al monte de El Pardo a por leña y se había metido sin darse cuenta en la zona del Caudillo. La monja me había dicho: «Oye, pon cuidado porque la han traído directamente, no ha ido ni a comisaría porque está a punto de dar a luz».Y tan a punto, porque al día siguiente se puso de parto. Tenía unas varices en la vulva como mi dedo gordo. La subí a una mesa de parto y me dijo: «Yo aquí no puedo parir. Así no he parido nunca. Mi marido, cuando iba a parir, ponía paja nueva en la cuadra; yo paría y luego venía una mujer del pueblo a arreglarme. Si no le importa bajarme al suelo, yo me acuculo… » La bajé al suelo, se acuclilló y parió. Pero se le reventó la variz y yo no tenía instrumental para hacer ligaduras, sólo tenía gasas para meter y eso estuve haciendo hasta la mañana siguiente que vinieron a abrirnos. Si aquella mujer llega a parir en su casa, en la cuadra, se muere.

A pesar de todo, la verdad es que allí no llorábamos nunca. Podía haber un momento malo, pero se cantaba, se bailaba, se hacían coros… El 14 de abril, cuando se iban a dormir las funcionarias y habían tocado silencio, se oía: « A ver, un brindis: ¡Trikilitrí!» Y cantaban todas: «¡Tras!».Y otra vez: «¡Trikilitrí!, ¡Tras!» Cuando subían las monjas corriendo para ver qué pasaba, ya estábamos todas metidas en el petate haciéndonos las dormidas.

Un día me dice la Topete: «Mira, voy a ir a buscar tu expediente porque tú trabajas mucho y yo no te puedo tener aquí sin redimir». Cuando regresó, me dijo: «Trini, si tú no tenías que estar aquí. Tú has tenido algún malquerer». Yo creo que fue mi denunciante, el falangista, que se enteró de que salía y escondió mi expediente. La mujer me dijo: «Trini, te voy a pedir un favor. Quédate un par de días hasta que me traigan a otra matrona. Porque yo no me puedo quedar aquí sin nadie». Le dije: «Bueno, después de todo este tiempo, me da igual unos días más». A los dos días llegó una chica de Valencia y salí yo. Entonces me enteré de que un cirujano que conocía había montado una clínica en Baena, Córdoba. Era una clínica buena, con quirófano y consulta. Su hermana vino a mi casa a preguntarme si quería ir. Dije que sí, y me llevé a mi madre, por que mi abuela ya había muerto. Fue la peor época de mi vida. Ese doctor abusó de mí en la clínica muchas veces y yo no tenía a quién quejarme. ¡Quién iba a creer a una ex presa comunista y no a un doctor de familia de derechas! ¡A quién denunciabas! Yo no estaba colegiada y no me podía trasladar. Aguanté allí tres años, metiéndome luego la cucharilla cuando hacía falta, odiándole, preguntándome dónde ir y sin contárselo a nadie. Acabé con anemia perniciosa. A pesar de todo, conseguí colegiarme como matrona en Jaén y me fui a un pueblo a ocupar mi plaza. Contacté con el partido y un día me dijeron que había que atender a unos hombres que estaban en el monte, que allí no se les llamaba guerrilleros, sino bandoleros. Debido a esto me detuvieron y tengo mi último expediente por auxilio a bandoleros. Me llevaron a la cárcel de Madrid en camilla, de lo mala que estaba.

Esa fue mi vida. Siempre defenderé las ideas comunistas porque creo que sólo desde ahí se puede luchar contra lo que se nos vino encima y contra lo que sucede hoy, que yo no sé si la gente lo ve, pero yo sí lo veo. Y menos mal que me moriré pronto, porque con 85 años yo no sé si he hecho bastante, pero lo cierto es que ya no puedo más.

GUERRA CIVIL. TESTIMONIOS. Theo Francos

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Hijo de trabajadores españoles emigrados a Francia, vivió siempre en Bayona. Militante comunista desde los 16 años. Al comienzo de la guerra viajó a Madrid para luchar con el 5º Regimiento y, más tarde, con la XI Brigada Internacional, donde ejerció de comisario político. Al retirarse las Brigadas Internacionales, continúo la lucha en el Ejército republicano y fue hecho prisionero. Fue a parar al campo de concentración de Miranda de Ebro. En 1940 logró salir del país y se unió a los aliados como paracaidista. Intervino en las batallas más importantes de la Segunda Guerra Mundial. En Holanda fue capturado y fusilado sin éxito. Aún tiene una bala alojada en el cuerpo, junto al corazón. Hoy sigue siendo comunista y antifascista.

Siempre he vivido en Francia, aunque soy hijo de españoles y nací en España. Mi madre decidió ir al pueblo a dar a luz para hacerlo en compañía de su familia. En el año 1909, por razones económicas, emigraron a Bayona, donde mi padre consiguió trabajo en una fragua. Allí fui al colegio hasta los doce años. Luego me contrataron para trabajar como camarero en un restaurante y dejé la escuela. A los 16 años, me afilié a las Juventudes Comunistas. Veía que el fascismo se estaba expandiendo por Europa y empecé a darme cuenta de que era importante estar dispuesto a luchar para evitar ese avance. La primera ocasión para actuar se me presentó en octubre de 1934. En Asturias se había producido el levantamiento obrero. Los trabajadores asturianos fueron salvajemente reprimidos. En las Juventudes Comunistas ayudamos a cruzar la frontera francesa a los que conseguían escapar. Les instalábamos dos o tres días en una pensión, les conseguíamos unos billetes de tren a París y les dejábamos en la estación de San Juan de Luz. Si se trataba de cargos importantes, les acompañábamos hasta París. En total conseguí pasar a unos treinta militantes clandestinos.

Cuando en España se produjo el alzamiento militar contra la República, yo me indigné. Me asustaba que el fascismo estuviera ganando posiciones tan cerca de nuestras fronteras. Sabíamos que el fascismo acabaría con la igualdad y con la libertad de los pueblos. En el caso de España para mí era aún más doloroso, ya que nos alegramos mucho cuando el Frente Popular ganó las elecciones. A los pocos días, tuve el deseo de combatir al lado de los republicanos. Este deseo no era compartido por mis dirigentes políticos. Yo no hice caso de sus órdenes y el 10 de agosto de 1936 llegué a Madrid, acompañado por un compañero de Biarritz.

En Madrid, me alojaron en un convento de los salesianos, en Cuatro Caminos y pasé a formar parte de las fuerzas republicanas españolas. En esos primeros momentos los extranjeros éramos, sobre todo, belgas y franceses. Muchos eran atletas que llegaron a Barcelona el 17 de julio para participar en las Olimpiadas Populares organizadas como respuesta al boicot a los deportistas antifascistas que había tenido lugar en los Juegos Olímpicos de Berlín. Juntos formamos una de las primeras centurias franco-belgas, llamada Comuna de París e incluida en el 5º Regimiento, fundado el 2 de agosto con la aprobación del Partido Comunista de España y que dirigía Vittorio Vidali, conocido como el comandante Carlos. Nos dieron un pantalón, una chaqueta y un fusil y nos mandaron a la sierra de Guadarrama. Nuestro primer combate tuvo lugar en el puerto de Somosierra. Cerramos el paso a las tropas del general Mola, que amenazaban con entrar en Madrid por el norte. Seguidamente nos enviaron a Talavera de la Reina, para evitar que los nacionales avanzaran hacia Madrid por esta vía.

Cuando se crearon las Brigadas Internacionales todos los extranjeros fuimos enviados a Albacete. ¡Una verdadera torre de Babel! Un total de 35.000 voluntarios de 54 naciones pasamos por allí. Yo me incorporé a la XI Brigada. La instrucción duró apenas quince días. El día 8 de noviembre participamos en el gran desfile de las Brigadas Internacionales. Sobre nosotros volaban los Moscas y los Chatos, que acababan de llegar de la URSS. Nuestra XI Brigada estaba a la cabeza del desfile y el pueblo de Madrid nos acogió de una manera inolvidable.

Nuestra primera acción fue la defensa de la Ciudad Universitaria. Fue un combate terrible, cuerpo a cuerpo, edificio por edificio y escalera por escalera. Tirabas un tabique y te encontrabas con un moro de frente. El primero que tiraba era el que se salvaba. Pasamos mucho miedo. Creo que fue algo parecido a lo que debió ser Stalingrado. Además, los aviones alemanes de la Legión Cóndor nos aplastaban con sus bombas, mientras las columnas de Yagüe nos atacaban por tierra. Perdimos más de un tercio de nuestros efectivos en estos combates, pero nuestra satisfacción fue que Franco no pudo cumplir su palabra de estar en Madrid para oír misa a finales de ese mes. Durante estos combates me hirieron por primera vez. Fue en el brazo izquierdo, por la metralla de una granada. Me mandaron a la retaguardia, a Elche. Allí pasé mi primera Navidad en guerra.

En enero de 1937, ya recuperado, me enviaron en prácticas de formación a la escuela militar situada en el cuartel de Portacelli, a 29 km de Valencia. Salí el 5 de febrero de 1937 con el título de comisario político de la brigada. Precisamente ese día, los franquistas lanzaron su ofensiva por el este de Madrid, en la zona del río Jarama. Y allí, con el lema de «No pasarán», luchamos para salvar de nuevo Madrid. Murieron unos tres mil Brigadistas. No dábamos abasto para introducir los cuerpos en las fosas. Todavía hoy tengo la imagen grabada en mi cabeza: todos esos brazos y esas piernas desperdigadas por el campo, descomponiéndose al sol. Fue horrible. A mitad de combate tuve que realizar una de las operaciones más arriesgadas de toda la guerra; fui casi hasta las líneas franquistas a buscar a un camarada americano, de la Brigada Lincoln, al que una granada había arrancado un brazo. Se trataba de un gran pianista. Para rescatarle, tuve que atravesar a nado el río Jarama que, por suerte, era bastante estrecho a esa altura. Fui tirando y arrastré como pude su cuerpo mutilado. Hace pocos años, en 1986, nos reencontramos en Madrid en el 50º aniversario de la guerra. Con su única mano, tocó las notas de El paso del Ebro, una canción que nos reconfortaba el corazón durante los días previos al combate. Fue increíble.

El 16 de julio de 1937 volvimos a entrar en combate. La batalla de Brunete fue una de las más duras. Los combates eran violentísimos y las temperaturas rondaban los 45 ºC. Era espantoso encontrarse sin agua en ese horno de fuego y metralla. Estábamos en primera línea con el 5º regimiento. Comenzamos muy bien. En los primeros momentos conseguimos ganar terreno, pero enseguida se frenó el avance porque nuestras tácticas militares eran insuficientes. Fue otra matanza. Después de Brunete tuvo lugar la ofensiva del Alto Aragón. Allí reinaba una gran confusión. Los anarquistas habían abandonado los frentes para montar sus colectividades. Nunca entendí bien a los anarquistas. Me asombraba ver a los que estaban en primera línea jugar partidos de fútbol con los franquistas en los momentos tranquilos.

Del 24 de agosto al 6 de septiembre se produjo la batalla de Belchite. Una vez más, nuestra intervención, victoriosa en un principio, se vino abajo por nuestras deficiencias en estrategia y táctica militar. No pudimos tomar Zaragoza. Después llegó Teruel. También allí los combates fueron terribles, pero esta vez debido a un frío siberiano intensísimo. Tanto, que los ancianos de la zona no recordaban algo igual. No estábamos equipados para soportar unas temperaturas tan bajas. Además nos acosaban los aviones Messersmitch alemanes, frente a los cuáles nuestros
Chatos no podían defenderse. La situación no dejaba de empeorar. Estábamos bloqueados por la nieve. Numerosos camaradas tenían los miembros congelados y muchos murieron por esta causa. El 8 de enero entramos en Teruel. Fue una victoria efímera, porque los franquistas consiguieron reconquistar la ciudad el 22 de febrero.

A finales de febrero cubrimos lo que para los republicanos sería el gran acontecimiento de esta guerra: el paso del Ebro. En el mes de agosto todavía estábamos en la zona, en el pueblo de Corbera. Contábamos ya con 120.000 bajas. Fue la última gran batalla. En octubre de 1938 llegó, de manera súbita, la orden de que las Brigadas Internacionales nos debíamos retirar de España debido a un acuerdo firmado en Londres.

El 28 de octubre de 1938 se celebró en Barcelona el acto de despedida. La Pasionaria pronunció un discurso histórico y sus palabras se me quedaron grabadas: «Podéis marchar orgullosos. Vosotros sois la historia, vosotros sois leyenda. Sois el heroico ejemplo de la solidaridad y de la universalidad de la democracia. No os olvidaremos y cuando el olivo de la paz florezca, ¡volved a nuestro lado!» Yo no podía abandonar así al pueblo español. Decidí permanecer en España y me incorporé a la 65ª Brigada de choque del Ejército republicano. Fuimos hacia Andalucía y Extremadura. Los combates cada vez eran más difíciles. Madrid resistía, pero empezábamos a sentir que la victoria se nos escapaba de las manos. Luchamos en Cabeza del Buey, Don Benito, Pozoblanco, en el valle del Guadiana y en Villanueva de Córdoba.

En marzo de 1939 se produjo la retirada general hacia el puerto de Alicante, donde los dos últimos barcos debían partir. Nos juntamos millares de combatientes vencidos. Habíamos caído en una trampa. Los aviones italianos empezaron a bombardearnos y, más tarde, llegaron los tanques italianos. La desesperación llevó a algunos hombres a suicidarse tirándose desde el puerto a las rocas. Desmoralizado y vencido, me hicieron prisionero. Sufrí entonces la violencia salvaje de los franquistas. Me golpearon y, sin comer nada, me condujeron a la cárcel de Portacelli que, para colmo, quería decir «puerta del cielo».A todos los que ostentaban el cargo de comisarios políticos les introdujeron en un camión y desaparecieron para siempre. Por lo que a mí respecta, fui torturado. Nos hacían «la gota de agua»: Te atan en el suelo y hacen que una gota caiga sobre tu cabeza sin parar. Muchos se volvieron locos. Yo tuve suerte, pude resistir y conseguí camuflar el grado de comisario político. De allí me trasladaron al campo de concentración de Miranda de Ebro. Conseguí ocultar mi verdadera identidad y adopté la de uno de mis primos, François Pérez, que vivía también en mi misma calle y que había venido, como yo, para luchar junto a los republicanos. A él lo fusilaron en Tolosa y me transfirieron sus papeles al campo de Miranda.

En el campo, mi único pensamiento era evadirme. La primera ocasión se produjo cuando un grupo de polacos consiguió hacer un túnel que partía desde la capilla. Provocaron un cortocircuito con el muelle de una de sus camas y, gracias a eso, pudimos escapar 35 personas. Conseguimos llegar a la línea del ferrocarril. Los ferroviarios de Miranda nos ayudaron a subir a distintos trenes, pero yo no tuve suerte, me detuvieron y me trasladaron a una prisión de alta seguridad en Burgos. Allí me volvieron a torturar. Me metieron en una celda subterránea en oscuridad total. Allí estuve tres meses. Mis únicos alimentos eran un poco de pan y agua cada 24 horas. A la salida de esta «tumba» sufrí un violento ‘shock’ producido por la luz del día.

Después, me trasladaron de nuevo a Miranda. Unas semanas más tarde protagonicé una nueva evasión, esta vez a través de las alcantarillas. Fue repugnante. Caí en un pasaje muy difícil y quedé bloqueado durante algún tiempo pero, finalmente, conseguí liberarme y llegué a un pequeño curso de agua que facilitó mi huida. Una vez más fui detenido por la Guardia Civil y conducido de nuevo al campo de Miranda. Allí me golpearon generosamente y luego me enterraron hasta la cintura, a pleno sol, para recibir noventa latigazos. Acabé con la espalda en carne viva y, para colmo, me rociaron con vinagre. Me quedé inconsciente y no lo hubiera contado si mis compañeros no me hubieran sacado de allí y no me hubieran ido dando pequeñas raciones de leche condensada de las que suministraba la Cruz Roja Internacional. Me abrían la boca y me introducían un par de cucharadas. Así me fui recuperando. También mi familia sufrió las represalias de mi militancia. A un tío de mi mujer, Miguel San Miguel, le ataron a la cola de un caballo y le lanzaron al galope hasta que se desangró. El hermano de mi padre, Esteban Francos, alcalde de Fontihoyuelos, fue rociado con gasolina y quemado vivo en medio del campo. Y a cuántos prisioneros republicanos vi que les cortaron el puño, mientras les gritaban: « ¡A ver como saludáis ahora con el puño cerrado!»

Una vez recuperado, me integraron en una brigada de trabajo para la construcción del pueblo nuevo de Belchite. Nos alojaron en un convento en ruinas. Recibíamos berzas como único alimento. Finalmente, gracias a la intervención de la Cruz Roja, pude salir libre. A mediados de junio de 1940 y acompañado por un funcionario de la Embajada de Venezuela en Madrid me llevaron en tren hasta Irún para atravesar la frontera con Francia. Yo no sabía nada de la situación militar en Europa. Pensaba que volvía a casa para ver a mi familia y descansar. Pero no fue así. Llegué a Hendaya el 20 de junio de 1940.Allí me enteré de que la llegada de las tropas alemanas era inminente. Me había liberado de las garras del franquismo, pero me esperaban las tropas hitlerianas. Por casualidad, ese mismo día supe que algunos barcos polacos iban a partir desde el puerto de San Juan de Luz hacia Inglaterra. Tuve el tiempo justo, para proveerme de uno de sus uniformes y embarcar con ellos. Esto ocurrió el 21 de junio de 1940. El día 23 entrábamos en Plymouth. A partir de aquí comenzó otra nueva odisea.

Al llegar a Inglaterra me llevaron a la Escuela de Paracaidismo de Manchester. Allí nos formaron para las operaciones de sabotaje. En febrero de 1941, comenzaron una serie de operaciones y misiones en Noruega, Bélgica y, sobre todo, en la Francia ocupada. En febrero de 1942, el general Rommel ya había avanzado con sus tropas. Se habían producido los duros combates de Tobruk y los bombardeos de Trípoli. Así que nos mandaron al desierto de Libia. Nos lanzaron en paracaídas en la zona para volar una barrera y una central. En esta misión viví uno de los momentos más terribles y dramáticos de mi vida. Mi mejor amigo desde la guerra de España, mi gran compañero, Jacques Vidal, que era casi como un hermano para mí, fue gravemente herido por una ráfaga de ametralladora. Tenía diez o doce tiros en el cuerpo. Tuve que llevarle a cuestas durante más de 15 km a través del desierto. Él sufría horriblemente, y estábamos agotados. No debía caer vivo en manos del enemigo. Tenía una pastilla de cianuro, pero no tenía el coraje suficiente para tomarla y me pidió que le rematara. Tuve que hacerlo. No le deseo a nadie que tenga que pasar por lo que yo pasé en esos momentos. De los quince hombres que participamos en la operación, sólo siete alcanzamos las líneas inglesas.

A finales de 1942 se produjeron más misiones sobre la Francia ocupada y sobre Bélgica. En una de ellas tuvimos que atravesar Bayona de incógnito. Pasé por la calle Víctor Hugo, bajo la ventana de la casa de mi madre y no pude siquiera parar a saludarla. Desde allí, una mujer de San Juan de Luz me llevó en una ambulancia a una pensión. Tenía que pasar la frontera por mi cuenta, pero, una vez en España, me detuvo la Guardia Civil y me encontré de nuevo en el campo de Miranda, que ya había conocido en 1939. Era julio de 1942. Conseguí de nuevo evadirme, pero fui interceptado una vez más a un kilómetro de la frontera portuguesa. Paré en una casa a pedir agua y era de la Guardia Civil. ¡Otra vez de vuelta al campo de Miranda! Me volví a escapar en noviembre, esta vez con éxito, ya que conseguí pasar a Portugal y, desde el puerto de Setúbal, embarcar hacia Casablanca y, más tarde, hacia Inglaterra.

Al poco tiempo comenzó la campaña sobre Italia. Después de Sicilia y Montecassino entramos en Roma. Habíamos recibido la orden de dejar pasar primero a los americanos, pero la ignoramos y fuimos los primeros en poner la bandera de la Francia libre en la plaza de Venecia. Esto nos valió un mes de arresto. De las tropas americanas hubo algo que me sorprendió enormemente. Los comedores eran dobles para separar a los militares negros del resto durante las comidas. Este racismo me ponía malo.

Hacia el 15 de septiembre de 1944, me lancé en paracaídas sobre Arnhem, en Holanda. El enemigo nos rodeó al salir el sol y nos hicieron prisioneros. Entonces, a pesar de la convención de Ginebra, esperaron a la noche y, por grupos, nos llevaron delante de una fosa. Éramos 37 hombres. Fue el 30 de septiembre de 1944.Teníamos la fosa detrás de nosotros y las metralletas delante. En el momento en que me di cuenta de que nos iban a ametrallar, en unos segundos pasaron por mi cabeza las imágenes de mi madre y de las torres de la catedral de Bayona. Más tarde, oí el comienzo del tableteo de las metralletas y me dejé caer. Entonces se produjo el milagro. La bala que debía haberme tocado en pleno corazón fue amortiguada y desviada por una insignia metálica de paracaidista que llevaba en mi uniforme.
Gravemente herido, caí en la fosa junto a mis compañeros muertos. Los alemanes no nos remataron ni nos cubrieron de tierra y cal, sino que decidieron dejarlo para el día siguiente. Segundo milagro. Antes de su llegada, al alba, se produjo el tercer milagro. Una pareja de campesinos holandeses, gente muy valiente y, sobre todo, buena, pasó por delante de la fosa para empezar su jornada de trabajo en el campo. Eran de la Resistencia.

Sorprendidos, descubrieron la carnicería y, observando los cuerpos, vieron que uno entre ellos se movía todavía un poco. Era yo. Entre los dos me llevaron más mal que bien, gracias a que aún era de noche, a su granero. Yo estaba inconsciente y gravemente herido. Tenía la bala alojada en la base del corazón, al lado de la aorta. Pudieron encontrar un médico de la Resistencia que acudió regularmente a curarme. Esto tuvo para ellos un riesgo enorme. La mujer se hizo pasar por enferma para ocultar mi presencia y justificar la atención médica ante sus vecinos. Además de mi sufrimiento físico, la vida en el granero durante estos meses fue horrible, siempre sobresaltado al mínimo ruido y en un estado de ansiedad permanente. No solamente por mí, sino por la gente que me hospedaba. Todo esto duró tres meses hasta que por fin un avión de rescate vino a buscarme. Unas horas más tarde estaba en Inglaterra, para asombro general de mis compañeros, que me habían declarado muerto en combate. A los pocos días, a pesar de mi estado, volví a combatir. La misión era liberar la capital de la Alsacia. Los fragmentos de metralla de una granada enemiga me hirieron en las dos piernas. Con estas heridas concluyó mi etapa de paracaidista: 554 saltos y 2.500 horas de vuelo.

Me trasladaron al hospital de Biarritz y, más tarde, al hotel de las Termas Salinas hasta que estuve totalmente restablecido. No quise que avisaran a mi madre ni a mi prometida. No las había visto desde hacía nueve años y quería estar totalmente recuperado y en pie para llamar a su puerta y sorprenderlas. Eso fue lo que hice a finales de febrero de 1945. Me concedieron un permiso y aproveché para hacer una escapada con mi prometida a París. Volví al hospital con una semana de retraso.

Ella se convirtió mas tarde en mi esposa. Al contrario que mi madre, que llevaba ya luto por mí, ella nunca perdió la esperanza de volver a verme. Nos casamos en Bayona en el 46. La guerra había terminado, pero entonces comenzaron los problemas para acreditar mi identidad. Durante todos estos acontecimientos yo había adoptado muchos nombres: François Pérez, Pierre Elisalde, Pierre Cahier, Josef Soeniest y Joseph Dallet. Quisieron cobrarme por recuperar mi verdadera identidad, pero yo me negué desde el principio. Gracias a un diputado comunista amigo mío, se pudo arreglar y el 16 de julio de 1947 obtuve, por fin, mi verdadero nombre y la nacionalidad francesa.

En 1950 ya había retomado mi trabajo como camarero en Bayona. De pronto, un día, me llegó una notificación para que me hiciera la revisión médica para el servicio militar. Se lo comenté a mi amigo el diputado y lo solucionó todo una vez más. Hoy sigo yendo a algunas convocatorias y reuniones y me hago revisar cada tres meses la bala que todavía tengo alojada a tres milímetros del corazón, por si se desplaza. Nunca quise sacarla, me dio miedo. A pesar de eso, sigo fumando de vez en cuando en pipa. Y me encuentro bien.

GUERRA CIVIL. TESTIMONIOS. MANUEL VALDÉS LARRAÑAGA

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Amigo íntimo de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española y miembro de su primer Consejo Nacional. En febrero de 1936, fue detenido junto a José Antonio y otros destacados dirigentes de la Falange. Al comenzar la guerra se encontraba en la cárcel Modelo de Madrid, pero se libró milagrosamente de la muerte. Desde la cárcel organizó el espionaje y el servicio de información de la falange en Madrid, lo que se llamó la quinta columna. Después de la guerra desempeñó importantes cargos políticos y fue nombrado embajador.

Estudié arquitectura en Barcelona y Madrid. Soy doctor en Arquitectura. Fui muy aficionado al deporte y llegué a ser campeón nacional de natación. Desde muy joven me dediqué a la política y milité en organizaciones monárquicas, hasta que, en 1931, conocí a José Antonio Primo de Rivera, del que me hice amigo íntimo. En 1933 se fundó Falange Española. Yo formé parte de su primer Consejo Nacional. Luego fui el primer jefe nacional del SEU y el miembro más joven de la Junta Política de la Falange que, al poco de iniciarse la guerra, se vio sensiblemente reducida por los asesinatos en la cárcel Modelo de Madrid. Yo también estaba allí, pero me libré milagrosamente de la muerte.

En las elecciones de febrero de 1936 me presenté por Asturias en la candidatura de Falange. La campaña electoral que hicimos por toda la región asturiana fue un éxito y sirvió para darnos a conocer como un movimiento nuevo y muy distinto a lo que significaba la CEDA, muy vinculada en el Principado al viejo caciquismo rural. Debido a lo exiguo de nuestros medios económicos, nuestra pretensión era exclusivamente de propaganda y de presencia política, sin esperar un resultado importante de votos. Sin embargo, quedó izada nuestra bandera de enganche, y bien alta, como la historia se encargó de demostrar.

El día de la fundación de la Falange Gallega, José Antonio me manifestó su descorazonamiento por las pretensiones meramente electorales de los gallegos con la siguiente frase: «los que nos quieren no nos comprenden y los que nos comprenden no nos quieren». Para poner remedio a este estado de cosas, en los actos públicos de la campaña asturiana puse en práctica la siguiente táctica: de entrada, los teloneros lanzaban un ataque frontal a la CEDA por su vinculación al progresismo masónico, lo que producía la inmediata salida del acto de los caciques del lugar, dando entrada, movidos por la curiosidad, a los que habían quedado fuera. Esto originaba un interesante cambio de público.

Al regresar a Madrid tras las elecciones y temiendo la persecución que se preveía contra nosotros, me fui a vivir a casa de un amigo. Pese a todo, fui detenido el 13 de marzo de 1936. Al llegar a la dirección general de seguridad ya se encontraban allí detenidos José Antonio y otros miembros de Falange. Al día siguiente ya estábamos en la galería de presos políticos de la cárcel Modelo de Madrid. Para no dejarnos libres se nos procesó con la pretensión de declarar asociación ilícita a Falange. También se nos quiso procesar como encubridores de los asesinos del catedrático de Derecho Jiménez de Asúa, llevado a cabo por algunos de sus propios alumnos, que, si bien algunos eran simpatizantes, no tenían dependencia o filiación con Falange.

La vida en la cárcel antes del 18 de julio estaba perfectamente programada. José Antonio había elaborado un plan que comenzaba con la misa a las ocho de la mañana. Como los políticos no estábamos sujetos a los horarios de los presos comunes, bajábamos al patio cuando lo desalojaban los demás reclusos. Aparte de las visitas en el locutorio general, recibíamos visitas en horas extraordinarias con la autorización previa del director. Las tardes las dedicábamos al estudio y la lectura. La comida nos la servían de distintos restaurantes de Madrid. A veces era el cocinero del suegro de José Antonio el que nos la servía. Finalmente, para simplificar, nos la traían de una taberna próxima de un tal Ananías, un personaje judaizante y cobarde, que cuando la cárcel pasó a manos de los milicianos denunció que Alejandro Salazar era quien pagaba nuestra comida, lo que le costó la vida a Alejandro.

Al Gobierno le inquietaba el gran número y la calidad de las personas que visitaban diariamente a José Antonio, y decidieron trasladarlo a la cárcel de Alicante, feudo político del director general de seguridad y de la propia masonería a la que él pertenecía. La sorpresa por el traslado y lo intempestivo de la hora dieron lugar a un duro enfrentamiento entre José Antonio y el propio director de la cárcel, el sr. Elorza, que ordenó maniatarle. José Antonio respondió diciéndole: «Con la misma cuerda que manda atar a sus detenidos algún día le ahorcarán».

El distanciamiento físico no pudo entorpecer la normal comunicación entre José Antonio, su Junta Política y los que trabajaban en la calle, ahora dirigidos por su hermano Fernando. Día a día seguíamos los preparativos del Movimiento. Tuvimos varias reuniones para discutir la conveniencia o no de que Falange participara en el Movimiento. Yo era de los que defendía nuestra participación, ya que partía del principio de que nuestra gente, participáramos o no, iría de todas formas al Movimiento. Gracias a confidentes, también teníamos informaciones precisas de cómo iba evolucionando la política en el campo marxista, así como de sus propósitos. Entre estas informaciones nos llegó una que nos pareció disparatada y que, tristemente, luego se confirmó: el propósito de crear Tribunales de Salud Pública, vulgarmente llamados Chekas.

Gracias a estos canales, el día 16 de julio por la tarde recibimos una comunicación de puño y letra de José Antonio en la que se nos anunciaba que el 17 por la noche comenzaría el Movimiento en Marruecos. La suerte estaba echada. Sabíamos que de no triunfar rápidamente el Movimiento en Madrid la junta política de Falange quedaría en una difícil situación que, como poco, nos llevaría a ser los últimos en ser liberados.

A partir del 18 de julio el panorama cambió radicalmente: se suprimieron las visitas, nos quitaron los aparatos de radio, se limitaron los paseos por el patio y los oficiales de prisiones se volvieron hoscos y represivos.

Entre nosotros crecía la angustia al ver que pasaban las horas y los días sin que la guarnición de Madrid se movilizara. Por fin, el día 20 tuvimos conocimiento de que el general Fanjul se encontraba en el Cuartel de la Montaña con todo listo para ponerse al frente de la sublevación de Madrid. El general, más político que militar, en vez de asumir una sublevación con todos los medios a su alcance, se limitó a encerrarse en el Cuartel, reduciendo el hecho a un pronunciamiento decimonónico que fue resuelto con escasos tiros y funestas consecuencias. El pensar que con una simple cuartelada cumplía con su compromiso de conjurado fue un error que costó muchas vidas entre presos políticos y militares y la suya propia. Con su fusilamiento en los primeros días de agosto se inició una larga serie de juicios y ejecuciones entre la guarnición militar de Madrid.

Visto lo visto, me pregunto si no debió ser el general Villegas el que se pusiera al frente de la sublevación con un plan de actuación militar que supiera unir a la totalidad de las fuerzas y que hubiera sabido sumar a la Guardia Civil y a los guardias de asalto. Un plan que se hubiera ejecutado el mismo día 18 de julio, aprovechando el desconcierto de las primeras horas y el compromiso de la totalidad de las unidades y la sagrada hermandad de la familia militar. La valiente comparecencia de todos los jefes y oficiales ante los tribunales que juzgaron la rebelión demostró que había auténtica madera para haber escrito una página gloriosa de haber tenido el mando adecuado. Lo que hubiera evitado una guerra civil y mucha sangre.

Desde la cárcel oímos perfectamente el tiroteo desde primeras horas de la mañana hasta su término al mediodía. Después se hizo un silencio que quedó roto por la llegada a la Modelo de los coches de la Guardia de Asalto repletos de militares de todas las graduaciones que venían en un estado lamentable. En días sucesivos se fue incrementando la llegada de detenidos tanto civiles y militares como políticos hasta convertirse en una auténtica riada humana.

Entre los políticos que ingresaron había desde ex ministros, hasta ex presidentes de gobierno, pasando por líderes de partidos políticos, republicanos incluidos. Todos ellos fueron fusilados en los siguientes meses sin juicio previo. Entre ellos estaba Melquiades Álvarez, fundador del Partido Reformista, un santón de la democracia y del republicanismo que, por un extraño conducto, recibía incluso prensa extranjera. Del periódico francés Le Temp nos leía con énfasis decimonónico la marcha de las operaciones militares. Cuando nos leyó el paso del estrecho de las unidades nacionales, lleno de entusiasmo y admiración por el general Franco, exclamó: «¡Éste va a ser un segundo Espartero!» Refiriéndose a la que él consideraba la máxima figura de nuestra historia moderna, el fundador del progresismo en España.

Para juzgar a la guarnición de Madrid se constituyó un tribunal especial presidido por un magistrado, Mariano Gómez, y completado con un jurado popular formado por milicianos del PSOE, de las JSU y de la Agrupación Anarquista. Por su actuación sangrienta y desalmada se la conoció como La Columna Gómez.

El día 22 de agosto, los presos comunes, atendiendo a un plan instrumentado entre La Pasionaria y un recluso comunista conocido como Doctor Muñiz, simularon un incendio en el cual quemaron los ficheros, mataron a algún oficial de prisiones y posteriormente escaparon. La huida del resto de los funcionarios permitió la entrada de grupos, previamente organizados, gritando que los presos políticos y los militares sublevados querían escaparse. Así la cárcel quedó en manos del populacho y nosotros a su absoluta merced.

Al día siguiente, desde las ventanas de la galería de políticos, vimos cómo alguno de los presos comunes que abandonaban la cárcel prendía fuego al cuarto donde estaban los ficheros. Aquel día ni salimos al patio ni comimos y, a partir del medio día, ya no vimos a ningún oficial de prisiones. A media tarde, desde las ventanas y azoteas de las casas contiguas, comenzó el ametrallamiento del patio de la 1ª galería, donde estaban ubicados los militares sublevados, provocando un muerto y varios heridos. Al mismo tiempo, en nuestra galería irrumpieron una especie de comisarios que trataban de atemorizarnos diciendo que habían quemado la cárcel (sin decir quién) y que no sabían lo que allí podía pasar. Más tarde, cuando casi había anochecido, entraron milicianos armados con mosquetones y pistolas y se apropiaron de todo aquello que pudiera tener algún valor. El registro nos dejó perplejos y sospechamos que algo grave podía pasar. Ya de noche y entre la luz de las velas con las que paliábamos la falta de luz eléctrica volvieron a irrumpir otra vez los milicianos diciendo: «no queremos vuestro dinero, queremos vuestras vidas». Entre culatazos nos trasladaron a la 1ª galería, que había quedado desierta, ya que a todos los militares detenidos se les había ubicado en el patio.

El espectáculo recordaba a las estampas de la Revolución Francesa: ex presidentes del Gobierno, ex ministros, políticos, aristócratas y presos en general tirados por el suelo o medio sentados esperando su suerte. Reflejando en sus rostros la angustia de una muerte segura. Frente a nosotros, milicianos y mujerzuelas que se paseaban entre los presos con un morboso deseo de sangre.

Entre los milicianos que pululaban había unos campesinos de Jaén que llevaban sombreros de paja de ala ancha y otros de tipo más urbano con pañuelo rojo al cuello y zapatos ‘entaconados’, que parecían proceder de los barrios bajos de la capital. Había también mujeres desgreñadas de ojeras grisáceas que nos miraban como si fuéramos seres extraños. Todos ellos como emergidos de las entrañas de la tierra. Seres a los que no había visto antes, ni volvería a ver.

Hacia medianoche, después de un detenido reconocimiento hicieron la primera saca eligiendo a los de más edad: Martínez de Velasco, ex presidente del Gobierno y ex ministro; Melquiades Álvarez, ex presidente de la cámara de diputados; Álvarez Valdés, ex ministro de justicia y el Dr. Albiñana, fundador del Partido Social Popular. Los cuatro ancianos subieron la escalera con la mirada perdida, insensibles a los culatazos de los milicianos y a los insultos de las mujeres. Al cabo de una hora oímos la descarga de su fusilamiento. Más tarde supe que durante esa hora los milicianos hicieron, según su manera y estilo, una especie de juicio sumarísimo popular antes de proceder a fusilarlos en los sótanos de la cárcel.

Un buen rato después hubo otra saca que incluía también a ex ministros y parlamentarios. Y, ya casi al alba, se produjo una tercera, de la que no pudieron librarse ni Andrés de la Cuerda, secretario de José Antonio, ni su propio hermano Fernando Primo de Rivera, entre otros.

Durante aquella interminable noche toda mi obsesión era buscar la manera de que al día siguiente se pudiera identificar mi cadáver, por lo que decidí anotar mi nombre en la camisa. Luego pensé que había hecho una estupidez e intenté borrarlo. Me vino la idea de que si llegaba el amanecer podría salvarme. Y así fue. También pensaba en las tropas del general Franco, que no podían estar distantes, ya que sabíamos que ese mismo día se habían librado combates en Maqueda, un pueblo de la provincia de Toledo.

A primera hora de la mañana se nos hizo saber que podíamos estar tranquilos, que se habían acabado los fusilamientos. Unos tribunales especiales nos juzgarían a todos los presos políticos y el que no tuviese una culpabilidad determinada se iría a su casa o al frente.

Desde aquel 22 de agosto nuestra situación cambió sustancialmente. El personal de prisiones fue sustituido por milicianos del PSOE y de las agrupaciones anarquistas. La dirección de la cárcel pasó a manos de un político marxista y las sacas nocturnas continuaron.

El comienzo de la guerra había coincidido con la celebración en una plaza vecina a la cárcel de una de las típicas verbenas de barrio. A pesar de los acontecimientos no fue trasladada y todos los días oíamos la musiquilla del tiovivo que, indiferente a nuestra tragedia, nos recordaba como la vida seguía.

A los pocos días comenzaron los juicios, para lo cual necesitaban rehacer los ficheros de los detenidos. Al preguntarme por mi nombre dije llamarme José María Batllé Larrañaga y surtió efecto el engaño, ya que cuando al poco tiempo comparecí ante la cheka lo hice bajo esa supuesta identidad. Dije ser un aparejador de Bilbao de paso por Madrid al que habían detenido en un café de la calle de Alcalá por indocumentado. Debieron creerme, ya que mi comparecencia no tuvo consecuencias. No fue así para tantos otros que eran llamados ante el siniestro tribunal a cualquier hora del día y de la noche. Esto hizo que la vida entre septiembre y octubre se convirtiera en una auténtica tortura. Por la noche sólo conseguíamos conciliar el sueño a medias, porque el menor ruido de pasos sobre el suelo metálico nos hacía despertar sobresaltados. Esto podía pasar hasta dos y tres veces en una misma noche. La emoción y curiosidad que experimentábamos son de muy difícil descripción. Cuando los pasos se acercaban a la altura de nuestra celda… y luego seguían… O cuando se detenían en puertas próximas… O cuando la que abrían era la nuestra y preguntaban por alguno de los allí presentes.

Al irse acercando las tropas nacionales a Madrid los trabajos de la cheka fueron acelerándose y extendiéndose desde primeras horas de la mañana hasta bien avanzada la noche. Llegó un momento en que las sacas se hacían a suertes sobre el fichero, de manera que un día les tocaba a los de la C y otro a los de la R. Comenzaron, además, a sacar a mucha gente de la cárcel. Los menos para ser trasladados a otras, los más a un destino mucho más siniestro: Paracuellos del Jarama.

A principios de noviembre se produjo la llegada a la cárcel de la Brigadas Internacionales y
al poco tiempo, la víspera del ataque nacional por el Puente de los Franceses, de la columna
de Durruti. El ruido de los transportes militares y la intranquilidad que nos produjo aquella
situación nos hizo pasar la noche en vela. Efectivamente, a la mañana siguiente, la cárcel
comenzó a ser bombardeada, hecho que fue aprovechado por algunos para escapar. Otros se
refugiaron en los tejados esperando la llegada salvadora de las tropas nacionales, pero fueron
apiolados allí mismo. Algunos se ofrecieron como camilleros y consiguieron escapar e incluso
pasarse a las líneas nacionales en pleno ataque. En medio de ese caos llegó herido el propio
Buenaventura Durruti, que tras ser asistido, volvió al frente de su columna. Al terminar la
mañana, en camilla, y escoltado por un grupo de anarquistas, volvió su cadáver. Al parecer, con
algunos tiros en la espalda.

Al renacer la calma a la mañana siguiente, se decidió evacuarnos a la totalidad de los presos.
Sin haber amanecido aún se nos mandó formar en la galería advirtiéndonos de que dejáramos
cualquier utensilio personal con el pretexto de lo limitado del espacio en los autobuses.
Todo indicaba que nuestro destino era Paracuellos y, efectivamente, la columna de autobuses
enfiló por la calle de Alcalá. Al llegar a la altura del Retiro, la columna recibió ordenes nuevas y
cambió de dirección. Milagrosamente fuimos realojados en la cárcel de Porlier. Luego supe que
aquella mañana nuestro traslado fue imposible debido al intenso bombardeo que estaba
sufriendo la carretera que llevaba a Paracuellos, prolongación de la calle de Alcalá.

En Porlier nos alojaron en un sótano al que llamaban Galería Provisional en unas condiciones
higiénicas y de hacinamiento terribles. A los pocos días estuve a punto de ser puesto en
libertad gracias al encargado de negocios de la Embajada de Argentina en Madrid, pero en el
último momento aquello se frustró debido a la casualidad de que el funcionario que vino a
buscarme había estado anteriormente destinado en la Modelo y descubrió mi auténtica identidad.

Justo cuando peor parecía que iba a irme, todo quedó olvidado gracias a que en ese
momento la autoridad carcelaria destapó, en medio de un gran revuelo, una trama de mercadeo
con la libertad y la vida de los internos por parte de los responsables de la cárcel, que fueron
inmediatamente depuestos y, a su vez, encarcelados. Esto me permitió volver a ser por un
tiempo José María Batllé y ser trasladado a la 6ª galería, en unas condiciones mucho mejores.
Incluso me entregaron un petate para dormir.

A finales de abril del 37 me trasladaron inesperadamente a la cárcel de Duque de Sexto,
donde se me comunicó que iba a ser juzgado sumarísimamente por rebelión militar bajo mi
auténtica identidad. Tras un aplazamiento, que me permitió preparar mi defensa, fui juzgado y
condenado a veinte años de internamiento en un campo de trabajo por auxilio a la rebelión,
algo muy distinto a la inicial petición fiscal de pena de muerte. Indudablemente la deriva que
había tomado la guerra había hecho que las condenas se vieran suavizadas por la prudencia.
Este criterio no debía de ser compartido por Cazorla, el Director General de Seguridad,
quien ordenó mi secuestro y traslado a una cárcel clandestina en un palacete de la calle Serrano.
Salvé la vida gracias a que en una dependencia cercana se hallaba también secuestrado Raimundo Fernández Cuesta. Para combatir la piorrea usaba un colutorio que le preparaban en
una determinada Farmacia. Raimundo convenció a sus captores para que se lo proporcionaran
y el farmacéutico, al serle requerido, se dio cuenta de que el destinatario no podía ser más que
Fernández Cuesta. Tirando de ese hilo y con la activa colaboración del Ministro de Justicia Irujo
dieron con nosotros y fuimos devueltos a nuestras respectivas cárceles.

El episodio de mi juicio y posterior secuestro y liberación despertaron en el director de la
cárcel una reacción de humana simpatía y de respeto, que se materializaron en una serie de
favores, visitas y contactos con el mundo exterior que fueron para mí de extraordinario interés. Gracias a esto, pude ser trasladado al Hospital Prisión, un lugar mucho más indicado para comenzar la reorganización clandestina de Falange. Aparte de un régimen penitenciario mucho más laxo y tolerable, la pieza fundamental para mi propósito fue, de nuevo, el propio director de la prisión, un anarquista llamado Primitivo Requena, que me autorizó a recibir en su despacho, y a solas, a quien quisiera. Esta situación nos permitió crear una organización verdaderamente eficaz en el auxilio a nuestros camaradas y en la colaboración con nuestros servicios de información. En pocos meses llegó a contar con miles de militantes.

Dos años más tarde, cuando se produjo el golpe de estado del coronel Casado, le propuse a
Requena que abriera las puertas de la cárcel para evitar la posible matanza que la entrada de
los comunistas podría producir entre los presos. A cambio él se vendría conmigo a un refugio
seguro. Mi propuesta fue aceptada y así me vi por fin libre y listo para preparar la entrada de las tropas nacionales en Madrid. Vinieron entonces unos días de febril actividad que culminaron en una reunión con todos los jefes de las distintas banderas y algunos asesores militares para hacer un estudio exhaustivo de todos los supuestos de actuación en adelante.

Cuando todo quedó perfectamente dispuesto, pensé que lo mejor que podía hacer era pasar
a la zona nacional valiéndome de los pasos de que disponía el Servicio de Información del
Ejército Nacional. Justamente la víspera de mi partida, Antonio Garrigues me concertó una
entrevista con el nuevo miembro del Consejo Nacional de Defensa, Julián Besteiro, a fin de
explorar su postura ante las negociaciones para poner fin a la guerra. A última hora de la tarde
llegué a su despacho que se encontraba en los sótanos del Ministerio de Hacienda. En la habitación, que más bien parecía una celda, se encontraba acostado y en pijama el propio Besteiro, demacrado y enfermo. Escuché con atención sus pretensiones y sus ideas de cómo debía llevarse a cabo la rendición, pero me di cuenta de que, desgraciadamente, todos sus buenos deseos llegaban demasiado tarde. Al final me confesó que era un hombre que terminaba sus días aplastado por todo aquello que había defendido. Besteiro era un hombre honrado, el
último romántico de la política. Al despedirse dijo conocer mi intención de pasarme y me previno contra las patrullas comunistas.

Unos días después y tras agotadoras jornadas de marcha llegué a Burgos. Me instalaron en
el hotel Condestable, centro de la vida política de la capital de la España nacional. El hormigueo
de políticos, periodistas y financieros que allí encontré causaron mella en mi ingenuidad
falangista. Aquel clima distaba mucho del espíritu de servicio que en la Falange aprendimos
de José Antonio. Permanecí unos días en Burgos y me entrevisté con un sin fin de autoridades.
Incluso, tuve el alto honor de ser recibido por su Excelencia el Generalísimo Franco. Pero, dadas
mis obligaciones, no me fue posible desplazarme a Oñate, donde mis padres habían pasado
toda la guerra. Pude, eso sí, hablar por teléfono con ellos.

El día 28 de marzo de 1939 se me comunicó mi nombramiento como Jefe provincial de
Madrid y que ante la inminente entrada de nuestras tropas debía de ir allí a hacerme cargo de
mi puesto. Partí de inmediato y, dos días después, el pueblo de Madrid recibía a las distintas
unidades victoriosas de Franco con profundas muestras de alegría y lágrimas de emoción.
Después de la guerra desempeñé diversos cargos políticos y fui embajador. De las cosas de
las que estoy más orgulloso es de haber gestionado directamente en Alemania la vuelta de los
voluntarios de la División Azul tras la segunda Guerra Mundial.

Pienso que la guerra fue inevitable y que la posguerra siguió el único camino posible para
la recuperación de España, fruto de ello es la España actual. Franco no sólo salvó a España, sino
que la transformó socialmente, y, después de la victoria, España desembocó en una estructura
social más justa, sin parangón con lo anterior ni precedente alguno. Los españoles, gracias a
todo esto adquieren una nueva mentalidad y le prestan sus derechos al trabajo, a la sanidad
pública y a todas las prestaciones de la seguridad social. A pesar de que la posguerra fue dura,
nos veíamos avanzar día a día. No se dejó resquicio alguno para la demagogia marxista al convertir al proletariado en clase media, fuente de estabilización social. Ahora las cosas se olvidan y tergiversan, pero es porque todavía está muy próxima la historia y porque se ha contado de una manera sectaria, con un aparato de poder que necesitaba esa manipulación para instalarse, pero llegará ese período de estudio sereno y reflexivo de los acontecimientos que devolverá hechos y nombres al lugar que les corresponde. Estoy seguro de que así sucederá con aquella época, que fue la nuestra y con el hombre que fue nuestro guía y capitán.

GUERRA CIVIL. TESTIMONIOS. Marcos Ana

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 http://www.elmundo.es/especiales/2006/07/espana/guerracivil/hist_marcosana.html

Fernando Macarro procede de una familia muy humilde y profundamente católica. Con quince años se afilió a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y abandonó la religión. En julio de 1936 marchó al frente, pero le devolvieron a casa por ser menor de edad. Se incorporó finalmente en 1938 llegando a ser comisario político del partido comunista. Al acabar la guerra fue encarcelado y torturado. Se le juzgó en dos ocasiones y las dos salió con condena de muerte. Cumplió casi 23 años de prisión. En la cárcel comenzó a escribir poemas firmando como Marcos Ana. Fue indultado en 1961. Ya libre, marchó a Francia y se dedicó a viajar por todo el mundo convertido en un símbolo de la solidaridad internacional y de la lucha antifranquista.

Tengo la friolera de 82 años, aunque, como digo siempre, esos son años de edad. De vida tengo 59, que son los que quedan al restar los 23 que pasé en la cárcel. Entré con 19 años en mayo del año 1939 y salí en el año 1962 con 42. Soy la persona que más tiempo seguido ha pasado en las cárceles franquistas.

Yo procedo de una familia muy humilde. Mis padres eran campesinos sin tierra y analfabetos. Cuando tenía seis años, nos trasladamos a Madrid y nos afincamos en Alcalá de Henares. Allí viví mi adolescencia y mi juventud hasta que comenzó la guerra. No pude ir al colegio, ya que mi familia no tenía recursos y enseguida me tuve que poner a trabajar. O sea, que yo estudié prácticamente las cuatro reglas, como se decía entonces. Mis padres no pertenecían a ningún partido. Eran profundamente católicos. Eran tan sumisos que cuando pasaba el amo hacían la señal de la cruz, como si se tratara de un representante de Dios en la tierra. Por ese motivo yo en mi infancia era católico y, en mi adolescencia, más de una vez me sangraron las rodillas de hacer penitencia en las iglesias. Un día, sería el año 35, con quince años, asistí con un grupo de jóvenes católicos a un mitin de las Juventudes Socialistas en Alcalá para repartir nuestra propaganda. Me quedé escuchando lo que decía el orador y me di cuenta de que aquel hombre estaba hablando de mí, de mi casa y de mis problemas. Me empecé a interesar por lo que aquella gente decía. Pasé por un proceso de transición muy difícil. En esta época, a lo mejor durante el día estaba vendiendo los periódicos de las Juventudes Socialistas pero después no me acostaba sin hacer mis oraciones. Acabé afiliándome y, durante la guerra, me pasé al Partido Comunista. Todavía continúo defendiendo las mismas ideas. Hemos cometido muchos errores, sin embargo mi corazón sigue en el mismo sitio.

Al empezar la guerra, la JSU formamos un batallón al que llamamos batallón Libertad. Yo, con 16 años, era la mascota. Fuimos a la zona de Peguerinos, en la sierra de Madrid. A los pocos meses el ejército se regularizó, y a los menores nos enviaron a casa. Entonces me dediqué al trabajo político en Alcalá. Fui secretario general de esa comarca hasta el año 38. Ese año, los jóvenes tuvimos la idea de movilizar a los menores de edad. Organizamos dos divisiones de lo que se llamó Voluntarios de la Juventud. De vez en cuando aparecía el padre de algún chico y se lo llevaba de allí a caponazos. Era increíble, ¡chicos de 15 y 16 años movilizados! Cuando cumplí los 18 años me incorporé al ejército. Fui comisario político en una unidad. Después fui instructor de la juventud en el Ejército del centro hasta el final de la guerra. Se corrió la voz de que quienes tuviéramos responsabilidades políticas debíamos concentrarnos en el puerto de Alicante, porque nos iban a sacar de España. Nos concentramos a miles, pero nuestros barcos nunca llegaron. Los que llegaron fueron los de Franco. Y la División Littorio, que llegó por tierra. Nos atraparon a todos. Me llevaron al campo de prisioneros de los Almendros y, a los pocos días, me trasladaron al de Albatera, de donde me escapé, lo que resultó relativamente fácil ya que había muchísima gente. Conseguí llegar a Madrid y me escondí en casa de un amigo. A los pocos días un confidente me entregó a la policía. Me cogieron por ingenuo y por impaciente. En pleno año 39 estaba tratando de organizar la resistencia, contactando con los amigos. Uno de los que llamé se había hecho confidente y me denunció.

Me llevaron a la cárcel de Porlier, un antiguo colegio. Muchas veces me paseo por ahí y veo un espectáculo que me recuerda a nuestra época. Las madres van a buscar a sus hijos y eso me recuerda a cuando nuestras familias iban a recoger nuestros paquetes o a llevarnos los suyos. También iban a buscar los cuerpos de los que habían sido fusilados. Muchas veces las madres llegaban con el paquete y se tenían que volver. «No, señora, su hijo ha sido fusilado». Yo estaba condenado a muerte, lo habitual en esos días. Hasta tal punto, que cuando la gente iba al consejo de guerra al volver estábamos todos esperándoles para saber que condena traían. A lo mejor venían con los ojos llenos de lágrimas: «¡Treinta años! ¡Treinta años!». Y te abrazaban, porque traer treinta años de condena era una suerte, era evitar el fusilamiento.

Desde el principio empezamos a montar una organización clandestina en la prisión. Una organización muy cerrada y muy opaca. Cada miembro conocía sólo a dos compañeros, el que te pasaba las cosas y al que tú se las pasabas. En el año 43 creamos un periódico al que llamamos ‘Juventud’, destinado a mantener el ánimo de los presos y a mantenerlos informados. Estaba primorosamente hecho, incluso llevaba dibujos. Un día sorprendieron a un chico leyéndolo. El chico confesó y yo entonces decidí entregarme para evitar que cayera más gente. Estuve casi un mes en la Dirección General de Seguridad, donde me torturaron cruelmente. Me machacaron vivo, pero no delaté a nadie. La tortura es una pelea extremadamente difícil. Llega un momento en que temes por tu razón. El problema es que mientras tú estás bien, aunque te machaquen, si tienes moral, lo soportas. Lo malo es que pasa el tiempo y empiezas a temer, Por qué dices: «¿Pero hasta dónde voy a controlar mi cabeza?» Mi fortaleza era imaginarme mi vuelta a prisión. A mí, en la prisión, todo el mundo me quería. Me llamaban el chaval porque era de los más jóvenes, y todos me conocían. Yo pensaba: «Si vuelvo sin haber entregado nada, después de haber salvado la situación y habiendo resistido, ¡joé!, la gente me va a comer a abrazos. Pero ¿y si vuelvo después de haber hablado? No me voy a atrever a mirar a nadie a la cara, seré como un pelele, siempre solo en un rincón del patio» Eso era lo que me daba fuerza. Después de estas torturas, me condenaron por segunda vez a muerte. Cuando las penas de muerte se conmutaron por treinta años, a mí me cayeron sesenta.

Un día, cuando me encontraba en la Dirección General de Seguridad tirado en la celda, lleno de sangre y hecho un guiñapo, de repente sentí que me lanzaban un papel por el ventanuco. A rastras, como pude, cogí el papel. Era un retrato de Lenin, que alguien había arrancado de algún libro. Nunca supe quién me lo mandó. Lo cierto es que, para mí, desde ese momento, fue como si yo ya no estuviera solo. Como si alguien estuviera vigilando y controlando mi situación y mi comportamiento. Tenía el retrato enterrado bajo la arenilla del suelo de mi celda. Cuando bajaba, lo desenterraba y hablaba con él: «Mira, camarada, cómo me han puesto, pero no temas, que yo tendré fuerza suficiente para defender al partido». Un día, estando en el calabozo, oí unos gemidos y me asomé por el ventanuco de mi puerta. Vi que traían en brazos a un preso al que habían torturado. Me di cuenta de que aquel hombre estaba entregado. Que ya había confesado algo y que estaba vencido. Yo, que era todavía un niño, tenía 21 o 22 años, desenterré el retrato de Lenin y le dije: «Tú sabes que por nada del mundo me desprendería de ti, pero te necesitan en la celda número 27». Cuando me sacaron al servicio, pasé delante de su celda y le tiré la foto. Parecerá un milagro, pero al día siguiente, cuando oí que venía este preso, me asomé y observé que venía andando por su pie y en su mirada había una luz tensa y distinta a la del día anterior. Aquel hombre se había rehecho. Recibir la fotografía lo resucitó. Años después, en la cárcel de Ocaña, oí a un hombre contar la historia. Entonces me di a conocer. «¡Yo soy el que te pasé la foto!» Me confirmó que ya había denunciado a alguien y que, cuando se encontró con el retrato, se golpeaba contra la pared, desesperado. Muchos años después, en Moscú, visitando el museo de Lenin, Yeltsin me enseñó el papel en el que yo escribí esta historia junto a la famosa fotografía de Lenin con un pionero en la Plaza Roja. Se lo enseñaban a todos los españoles.

En la prisión, en un primer momento, lo único importante era sobrevivir, hasta el punto de que en Porlier, al poco tiempo de entrar, no quedaba ni un hierbajo en el suelo. Las hierbas del patio las cogíamos, las metíamos en agua a hervir y nos las comíamos como podíamos. Muchas mañanas te encontrabas con que, no sólo faltaban los compañeros que habían fusilado, sino que también muchos aparecían muertos a tu lado, de hambre o de frío. La situación cambió coincidiendo con el fin de la Guerra Mundial. Nuestras familias se habían rehecho y nos podían ayudar. Europa pudo volver sus ojos a España y se empezaron a organizar comités de amnistía, socorro popular… Y comenzó a llegar algo de esta solidaridad, que nos ayudó a sobrevivir.

En esa época empezamos a estar más tranquilos y más alimentados y gracias a eso empezamos a organizarnos mejor. Éramos como un estado dentro de otro estado. Montamos clases clandestinas. Teníamos cientos de libros escondidos. Era muy fácil introducir libros en la cárcel. Lo difícil era mantenerlos ocultos. Lo que hacíamos era coger de entre los libros de la biblioteca de la cárcel, casi todos religiosos, el libro más parecido al que queríamos camuflar. Desencuadernábamos los dos libros, cogíamos las tapas del libro legal con las cien primeras páginas, que era donde aparecían el sello de la cárcel y las firmas del director y del capellán e íbamos intercalando cien páginas de nuestro libro y cien del otro y así sucesivamente. Como teníamos buenos artesanos, componíamos de nuevo el libro que, por fuera, era La historia de Santa Genoveva y, por dentro, El capital. Teníamos de todo, y todo clandestino. Había una escuela de pintura e incluso organicé una tertulia literaria en los últimos tiempos. También hacíamos una revista, que sacábamos de la cárcel y que se reproducía y se difundía fuera.

La cárcel fue mi universidad. Conocí a mucha gente. Coincidí con Buero Vallejo y con Miguel Hernández entre otros muchos. Miguel Hernández era una persona entrañable, murió de franquismo en la prisión de Alicante en el año 42. Unos años después le hicimos uno de nuestros homenajes: Esperábamos a la noche, a que cerraran las galerías. Entonces montábamos un pequeño escenario con mantas y sábanas. En las ventanas algunos presos se dedicaban de la vigilancia y así, en el silencio terrible de la cárcel, hacíamos los homenajes. El de Miguel Hernández lo titulamos Sino sangriento, que es el nombre de uno de sus versos. Tenía tres actos, con los nombres de tres de sus libros: El rayo que no cesa, Vientos del pueblo, que trata de la guerra y Cancionero y romancero de ausencias, que era el de la cárcel. Unos narradores relataban los hechos y una pequeña banda de música se colocaba detrás del escenario con sus instrumentos realizados con los palos de las escobas y con cosas así. Era muy ingenioso: se cortaba un trozo de escoba de caña. Unas gomas sujetaban un papel de fumar en cada punta y se le abrían unos orificios. Sólo con eso salía una música preciosa, que era como un zumbido, pero muy bonito. Una cosa tremenda. Esa bandita, compuesta por cuatro o cinco personas, iba poniendo música a determinados pasajes. Cuando los locutores contaban la parte de la guerra de España y de los soviéticos se oía La Internacional. Con los franceses y André Martí… se oía La Marsellesa. Los mexicanos con Siqueiros y tal… Se oía La Cucaracha. Todo a media voz. Se titulaba Homenaje a voz ahogada a Miguel Hernández. Fue algo impresionante, en medio del silencio de la prisión. De vez en cuando, oías el «alerta» de los centinelas desde las garitas. Toda la noche: «¡Alerta el uno!, ¡Alerta el dos!, ¡Alerta el tres!» Eso se hacía para que el cabo de guardia supiera que no se había dormido ninguno de los centinelas. Hicimos otros homenajes a Rafael Alberti y Neruda. Creo que jamás se podrá concebir un homenaje más emocionante que éste.

Ésta fue mi escuela y la de mucha gente, y así pasé los años de prisión. Hoy miro aquello casi con nostalgia, «¡Joder, aquélla fue una de las épocas más hermosas de mi vida!» Sabías que el futuro te pertenecía, aunque estuvieras sufriendo y te pudieran llenar la cabeza de plomo, aunque te tocara caer, pero nos parecía que el futuro era nuestro. Se vivía con esperanza. El talón de Aquiles del preso era la familia. Si veías a alguno triste, preocupado, andando solo por el patio, es que su familia tenía algún problema.

Empecé a escribir en la década de los cincuenta. Todo empezó porque me sacaron de la galería y me llevaron castigado a celdas. Allí estaba aislado. Los funcionarios te sacaban el petate por la mañana y no te lo devolvían hasta la noche para que fuera imposible tumbarse durante el día. Entonces los compañeros, los destinos, que eran quienes barrían y hacían la limpieza, se encargaban de introducir comida o lo que fuera en el petate antes de devolvértelo. Una de las veces me metieron unas hojas arrancadas de libros de Rafael Alberti y de Neruda. Las manoseaban antes para que el sonido del papel dentro del colchón fuera imperceptible, porque los guardias a veces lo inspeccionaban para ver si notaban algo raro. Releí aquellas hojas más de mil veces, y eso me creó un clima un poco particular, que hizo que empezara a escribir con un pequeño lapicero que me habían pasado. Cuando salí de celdas me animaron a continuar diciéndome que lo que había escrito estaba muy bien. Lo sacamos al exterior, como el náufrago que lanza un mensaje al mar en una botella sin saber si va a llegar a algún destino. No le di más importancia. Tiempo después, llegó un paquete de México, en el que nos mandaban revistas y otras cosas que nuestras familias nos pasaban clandestinamente. Entre todas esas cosas, venía un librito mío, con ocho o diez poemas. Aquello me hizo pensar que esta era una forma más de ayudar a que la gente comprendiera nuestra situación. Entonces pensé que debía adoptar un nombre para firmar mis cosas. Pensando en mis padres me puse Marcos Ana. A mi padre lo habían matado en la guerra y mi madre murió, la pobre, cuando me condenaron por segunda vez a muerte. Anduvo deambulando por la puerta del penal de Burgos intentando verme. No lo consiguió. La encontraron muerta en una zanja. Poco a poco empecé a contactar con los poetas en el exilio. María Teresa León y Rafael Alberti, se valieron de que Paco Rabal pasaba por Buenos Aires y le dieron una pequeña nota, que me pasaron dentro de un tubo de pasta, que decía: «Cuéntanos algo de tu vida». Entonces les compuse un pequeño poema:

Mi vida
os la puedo contar en dos palabras:
Un patio
y un trocito de cielo donde a veces pasan
una nube perdida y algún pájaro
huyendo de sus alas.

A partir de aquel poema, que titulé Mi corazón es patio, empecé a ser conocido fuera de las cárceles. En el extranjero la campaña en mi defensa fue muy fuerte. Entonces el Gobierno promulgó un decreto, según el cual las personas que llevaran más de veinte años ininterrumpidos en prisión serían excarceladas. Fue una cosa insólita, ya que fui el único al que le afectó. Normalmente, nadie estaba en prisión más de veinte años o, como mínimo, se entraba y se salía cumpliendo la condena en dos o tres veces. Pero yo estaba condenado a sesenta años y fui el único que salí de la cárcel gracias a ese decreto.

Cuando conseguí la libertad a finales de 1961, salí en los periódicos de todo el mundo. Fraga, que entonces estaba en el Ministerio de Información y Turismo, reaccionó con un folleto que se titulaba: Marcos Ana, asesino, en el que me atribuían todo lo que había pasado en Alcalá de Henares durante la guerra. Si eso hubiera sido cierto, me hubieran fusilado muchos años atrás. De todas maneras, sólo puedo agradecérselo, porque eso me dio todavía más publicidad.

Sabía que el aparato clandestino francés iba a venir a buscarme. Estuve unos días en Madrid, en casa de mi hermano, hasta que vino a buscarme un matrimonio francés. Querían que me aprendiese de memoria mi nombre en francés, pero yo ni me aprendía mi nombre ni nada. Entonces, la mujer me puso una bufanda, me tapó un poco y salimos. El coche era de una marca importante y el hombre iba ataviado con gorra y uniforme de chofer. La mujer se sentó detrás conmigo y, cuando llegamos a Irún, le dijo al guardia: «Por favor, dése prisa porque mi marido está enfermo». Y así, con pasaporte falso, pasamos la aduana. Cuando llegué, lo primero que hice fue organizar el Centro de Información y Solidaridad con España (CISE) presidido por Picasso, pero dirigido por mí. Había muchísima gente: Yves Montand, Piccoli, Jean
Paul Sartre, Jean Cassou… Desde allí empecé a organizar las campañas de solidaridad internacional. He viajado por casi todo el mundo. Mi vida ha sido muy intensa y apasionante. Me ocurrieron cosas muy graciosas. Siempre he parecido mucho más joven de lo que soy. Salí de la cárcel con 41 años, pero sin embargo parecía que tenía veintitantos. En una ocasión, había ido a Inglaterra para pronunciar una conferencia en el parlamento. Me acompañaba un intérprete, que era un ex brigadista, profesor de español que tenía lesiones de guerra y estaba cojo, e iba con un bastón. Tendría 45 años, pero estaba muy envejecido. Cuando nos hicieron pasar, yo, como siempre he sido nervioso, entré deprisa, subiendo la escalera a gran velocidad. Me extraño que nadie se moviera cuando aparecí en el escenario. Cuando, unos segundos después, entró el intérprete con su bastón, cojeando, todo el mundo se puso en pie, aplaudiendo. Para un inglés era inconcebible que yo, que parecía un jugador de rugby, hubiera estado 23 años en la cárcel, torturado y condenado a muerte, tenía que ser el otro, que iba con su bastoncito.

Estas conferencias nos permitieron dar a conocer nuestra lucha. Solían preguntarme qué había sido lo más difícil. Lo más difícil para mí, después de tantos años de prisión, fue la libertad. Yo en la cárcel sabía vivir. Era como un pedazo más de aquellas piedras. Lo difícil fue salir a los 41 años, después de 23 encarcelado. Fue como si me hubieran abandonado en un planeta extraño. Para mí fue una cosa tremenda: la adaptación a la vida, a la libertad… Fue lo más difícil. Al principio, vomitaba los alimentos, no podía subir a los vehículos, incluso los ojos se me enrojecieron, puesto que el nervio óptico, en la prisión, se va retrayendo. Como se tienen paredes o muros delante en todo momento, se acostumbra a enfocar siempre cerca, y va perdiendo facultades. Si estaba en una habitación o en una calle donde hubiera edificios altos, la vista se protegía y estaba tranquilo. Pero cuando salía al campo me mareaba, como si me hubieran puesto unas gafas que no eran mías. Fue un tiempo difícil, porque no conocía y no entendía muchas cosas del mundo al que había salido. Tenía conciencia de que era un ser adulto, pero, al mismo tiempo, tenía la candidez y la inexperiencia de un adolescente. Por ejemplo, nunca había estado con una mujer. Cuando salí en libertad, uno de mis amigos vio que me quedaba atontado mirando a las mujeres por la calle. Salimos una noche juntos a un cabaret y él pensó que lo que más ilusión me haría sería irme con una mujer. De modo que cogió a una chica, le dio mil pesetas y le dijo: «Toma, para que te vayas con mi amigo». Cuando me quedé a solas con esa chica, yo quería que me tragara la tierra, porque no sabía cómo comportarme. Ella se creía que estaba borracho y cuando intentó devolverme el dinero, tartamudeando, le conté lo que me sucedía. Que había pasado 23 años en la cárcel, no conocía a ninguna mujer y ésa era mi primera experiencia sexual. Ella me dijo: «Mira, yo voy a perder contigo unos cuantos miles de pesetas». Dimos un paseo. Luego me llevó a cenar a la Torre de Madrid. Lloró conmigo cuando le contaba las cosas de la prisión. Recuerdo que me besaba las manos llorando. Le hablaba de un mundo que ella desconocía. Luego fuimos al hotel. A pesar de mi timidez y de todas mis inhibiciones, esa mujer consiguió con una ternura y una humanidad extraordinarias que yo hiciese el amor por primera vez.

Me despertó por la mañana. Había traído chocolate con churros. Me marché a casa con un nudo en la garganta, sabiendo que esa noche no tendría dinero para volver con ella. Al llegar, descubrí en mi bolsillo las mil pesetas y una nota que decía: «Para que vuelvas esta noche». Estuve todo el día haciendo tiempo, deseando que llegaran las ocho o las nueve de la noche para poder ver de nuevo a esa mujer. Pero, poco a poco, me fue asaltando la idea de que si la veía se iba a romper el encanto de la noche anterior. Esas mil pesetas las había ganado ella, y, si iba a verla con ese dinero, yo iba a tratarla como una prostituta, es decir, que yo iba a prostituirla más. Decidí no ir, pero continuamente sentía la necesidad de volverla a ver. Me decía: «Qué importa. Ella conoce todas las noches a cuatro o cinco o diez hombres. ¡Qué le importará a ella!» Mientras deambulaba, pasé por delante de una floristería y, sin pensarlo demasiado le dije a la mujer: «Mil pesetas de flores». Hicimos un ramo enorme, y lo dejé en el hotel con una tarjeta con su nombre, Isabel Peñalva. No la olvidaré nunca.

En el CISE, en París, estuve hasta que murió Franco. Bueno, en realidad no volví hasta finales del 76, porque yo fui de los últimos a los que proporcionaron el pasaporte. Cuando volví a España, me tuve que ir inmediatamente a Burgos, a encabezar la lista de diputados comunistas en esta provincia, como símbolo de los miles de demócratas que habían dejado su vida en el penal de esta ciudad. No salí elegido, ya que Burgos era muy difícil. Luego, el partido me puso al frente del departamento de Solidaridad Internacional. Se decía: Ayer por España; hoy España por los pueblos. Yo me sentía un hijo de la solidaridad y quería devolver la solidaridad que a mí me habían prestado en la cárcel y en el exilio.

Al comienzo de la guerra, es justo reconocer que en los dos bandos se cometieron actos descontrolados. Cuando las pasiones están desatadas, es comprensible que puedan ocurrir algunas cosas. Es cierto que se quemaron iglesias y que la gente estaba descontrolada. Sin embargo, a partir del año 37, la cosa se controló y esos actos no se produjeron más. Esto no tiene comparación con lo que pasó en el otro bando. Esta gente ganó la guerra y durante cuarenta años mantuvo un ideario gubernamental cuyo objetivo fue exterminar al enemigo. Lo que hicieran durante la guerra es justificable, pero después se dedicaron a arrancar hasta las raíces del enemigo. Hubo miles de fusilados. Un exterminio total.

La Ley de Memoria Histórica obligará a las instituciones a retirar los símbolos franquistas

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:44 pm

EFE

MADRID.- La nueva redacción de la Ley de la Memoria Histórica aprobada por la ponencia del Congreso obligará a ayuntamientos, instituciones y particulares a retirar los símbolos franquistas y de exaltación de la Guerra Civil, y faculta a las Administraciones Públicas para retirarles subvenciones y ayudas si no lo hacen.

La ponencia de la Comisión Constitucional encargada de informar sobre este proyecto se reunió esta tarde en el Congreso y acordó mayoritariamente elevar a la comisión un texto propuesto por el grupo socialista, que incorpora algunas novedades surgidas de su negociación con los otros grupos parlamentarios.

El documento contó con el visto bueno de todos los ponentes, con excepción de los representantes del PP, que rechazan frontalmente su contenido, y de ERC, formación que considera insuficientes sus medidas y por ello se abstiene sin oponerse a su tramitación.

Las principales modificaciones respecto al texto original del Gobierno que ha asumido el PSOE se refieren a la expresa condena del régimen de Franco, a la declaración de «ilegitimidad» de los tribunales sin garantías y de sus sentencias y al reconocimiento de las creencias religiosas como motivo de la represión.

La fórmula consensuada abarca tanto a los tribunales militares de la zona nacional como a los procesos extrajudiciales republicanos, al declarar en su artículo 3 la ilegitimidad de los «tribunales, jurados y cualesquiera otros órganos penales o administrativos» constituidos durante la Guerra Civil para imponer condenas por motivos «políticos, ideológicos o de creencia religiosa».

Después, en otro apartado se declara expresamente la ilegitimidad del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo, el Tribunal de Orden Público (TOP) y los tribunales políticos y consejos de guerra.

De esta manera se abre la puerta para una posible revisión jurídica de estos procesos, ya que ni los tribunales injustos de esa época ni las leyes que se aplicaban para la persecución podrán ser invocadas por el Tribunal Supremo para negarse a anular las condenas que impusieron, como ocurría hasta ahora.

Además, en el capítulo de símbolos y monumentos públicos, cuya retirada limitaba inicialmente el Ejecutivo a las instituciones estatales, ahora se establece que todas las Administraciones Públicas «tomarán las medidas oportunas» para suprimirlos.

Algunos elementos se salvarán

Se trata de «escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura», según el artículo 15, donde se añade que «entre estas medidas podrá incluirse la retirada de subvenciones o ayudas públicas».

Sólo se salvarán estos elementos simbólicos «cuando las menciones sean de estricto recuerdo privado sin exaltación de los enfrentados» o por razones «artísticas y arquitectónicas».

La posibilidad de quitar las ayudas públicas se extiende en otro artículo a los «propietarios privados» que no cumplan esa obligación.

La redacción del artículo que regulaba el régimen del Valle de los Caídos ha quedado igual que en el proyecto inicial, para prohibir actos de exaltación de la contienda o el franquismo, pese a que IU-ICV reclamaba una intervención mayor del Estado en el lugar, y la salida de la congregación benedictina de la basílica.

También pedía este grupo más implicación pública en las tareas de exhumación e identificación de víctimas, que se ha concretado en una disposición para que el Estado elabore planes de trabajo y conceda subvenciones a quienes se ocupen de estas tareas.

En otro apartado se determina que el Gobierno elaborará un protocolo de actuación científica «que asegure la colaboración institucional y una adecuada intervención en las exhumaciones».

Más cambios experimenta la parte de la ley que originalmente reservaba a un ‘Consejo de sabios’ la función de emitir las declaraciones de reparación y reconocimiento a las víctimas, que desaparece del proyecto, de manera que corresponderá al Ministerio de Justicia expedir estos documentos.

Diez puntos clave

  • 1. Reparación moral: Reconoce y amplía los derechos de quienes «padecieron persecución o violencia por razones políticas, ideológicas o religiosas durante la Guerra Civil y la Dictadura» y para promover su «reparación moral».
  • 2. Condena expresa: Por primera vez se condena expresamente el franquismo. Para ello, se asume un acuerdo que adoptó el Congreso en 2002 y otro europeo de 2006.
  • 3. Derogación de leyes: Se derogan el Bando de la Guerra Civil de 28 de julio de 1936 y otras leyes de la Dictadura usadas para dictar condenas.
  • 4. Condenas injustas: Se declara la ilegitimidad de los tribunales de la Guerra Civil que se crearon para imponer condenas por motivos políticos, ideológicos o religiosos. Se reconoce el carácter injusto de esas condenas.
  • 5. Derecho a reclamar: Se reconoce el derecho a obtener una «declaración de reparación y reconocimiento personal» a los afectados. Se podrán llevar a cabo reclamaciones judiciales.
  • 6. Más prestaciones: Se mejoran las prestaciones reconocidas en 1979 a los familiares de los fallecidos durante la Guerra Civil y se amplía el colectivo de personas con derecho a ser indemnizado por sufrir prisión en el franquismo.
  • 7. Búsqueda de fosas: Se autoriza la «ocupación temporal de terrenos» para que las Administraciones públicas se impliquen en la localización e identificación de las personas enterradas en fosas comunes.
  • 8. Retirada de símbolos: La Administración adoptará medidas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros símbolos de exaltación del golpe de Franco, la Guerra o la Dictadura.
  • 9. El Valle, de todos: El Valle de los Caídos no podrá usarse para exaltar la Guerra Civil o la Dictadura. Servirá para honrar la memoria de todos los fallecidos y para estudiar ese periodo histórico, los valores constitucionales, la paz y la memoria democrática.
  • 10. Información libre: Derecho de acceso a los documentos de los archivos públicos y a obtener copia de los mismos.

CCAA y gobierno pagarán el dentista a los niños entre siete y ocho años a partir de 2008

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:42 pm

ELMUNDO.ES

MADRID.- Los niños entre siete y ocho años podrán acudir gratis al dentista a partir del próximo año. Los tratamientos los financiarán a partes iguales el Ministerio de Sanidad y las Comunidades Autónomas, según ha informado el titular de este departamento, Bernat Soria.

Sanidad financiará el 50% del coste total de los servicios incluidos en este plan. La forma de organizar la provisión de los servicios de atención bucodental infantil queda a criterio de cada Comunidad Autónoma.

El objetivo de este programa para 2008, el primer año de aplicación, es dar cobertura en salud bucodental a las niñas y niños que cumplan siete y ocho años, que son cerca de un millón. La medida tiene carácter progresivo a lo largo de los próximos cinco años, lo que supone que para 2012 se ofertará a cuatro millones de chicos de siete a 15 años.

El Plan incluirá las siguientes medidas preventivas y asistenciales: instrucciones sobre dieta y salud bucodental y enseñanza en higiene bucodental tanto a los niños como a sus padres; aplicación de flúor tópico; sellados de fisuras en molares permanentes; evaluación de las caries y empaste en caso necesario; endodoncias de los dientes permanentes con lesiones pulpares irreversibles; extracción de las piezas de leche y algunos tratamientos especiales.

En la actualidad, la atención bucodental se ofrece de manera desigual en el conjunto del territorio español, por lo que el propósito del Gobierno es asegurar la equidad en el acceso a la atención bucodental de todos los niños.

Una vacuna esperada

Además, Soria ha anunciado que la vacuna del papilomavirus quedará incluida dentro del calendario vacunal oficial. Así lo han decidido por unanimidad las Comunidades Autónomas durante el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, reunido hoy en Madrid.

La vacuna se administrará a niñas de 11 a 14 años en una única cohorte que decidirá la Comisión de Salud Pública. Las comunidades tienen de plazo hasta 2010 para incorporarla al calendario, en función de las necesidades, prioridades y logística de los programas de vacunación de cada región y de la disponibilidad de las vacunas.

Además, se ha acordado que se establecerá un sistema de vigilancia para conocer la evolución de las cepas circulantes del virus y la reevaluación de la estrategia de vacunación implantada. Además, se creará un grupo de trabajo para revisar las recomendaciones pertinentes y nuevas propuestas que puedan reforzar los programas de detección precoz del cáncer de cuello de útero. Esta enfermedad se diagnosticó en 2002 a 2.103 españolas, una de las tasas más bajas de Europa; al igual que en el caso de la mortalidad, que es de dos muertes por cada 100.000 mujeres (594 fallecimientos en 2005).

La comisión interministerial de precios ya había decidido el pasado 19 de septiembre la comercialización de esta terapia, elaborada por Sanofi y que tendrá un precio máximo de 104 euros por dosis. La administración completa de la vacuna requiere tres dosis.

Con esta decisión España se suma a otros países europeos que ya han recomendado su incorporación al calendario vacunal, como Alemania, Reino Unido, Bélgica, Francia o Dinamarca.

Humanizar el parto

En el Consejo también se ha aprobado la Estrategia de Atención al Parto Normal en el Sistema Nacional de Salud como un plan por el que Sanidad trabajará por «aumentar la calidad en la asistencia» tanto en hospitales públicos como en privados la atención a la mujer en el momento del parto.

Humanizar la atención al parto. Ése es el objetivo de esta medida, que nace para ser la referencia de actuación clave para todo el territorio español y se estructura en cuatro grandes líneas: el abordaje de prácticas clínicas basadas en el mejor conocimiento disponible, participación de las mujeres en la toma de decisiones, formación especializada y continuada de profesionales sanitarios e investigación, innovación y difusión de buenas prácticas en la materia.

La Estrategia aprobada persigue que la atención al parto se realice bajo el concepto general de que el nacimiento es un proceso fisiológico en el que sólo se debe intervenir para corregir desviaciones de la normalidad, y que los profesionales sanitarios que participan favorezcan un clima de confianza, seguridad e intimidad, respetando la privacidad, dignidad y confidencialidad de las mujeres. Esta medida será evaluada a los dos años de su aprobación, como ocurre con el resto de estrategias del SNS.

La finalidad es que las mujeres sean las verdaderas protagonistas del parto y se eviten intervenciones injustificadas.

Historia Clínica Digital

El Pleno también ha aprobado el proyecto de historia clínica digital común para el Sistema Nacional de Salud. Se trata de un registro electrónico diseñado para facilitar la anotación de observaciones y al que se puede acceder desde cualquier punto del territorio los profesionales debidamente autorizados.

El proyecto permitirá el acceso electrónico de los médicos a la información clínica relevante de un paciente que viene de otra comunidad autónoma, con totales garantías de confidencialidad e integridad de los datos. Además, se pretende dar a acceso directo a los propios usuarios a sus datos.

La implantación del proyecto será gradual, en primer lugar, se recogerán los datos que se producen rutinariamente en una hospitalización o consulta, como el informe médico, las pruebas realizadas, etc. Posteriormente, está previsto acometer otras actuaciones como el acceso a la imagen diagnóstica.

Para valorar la viabilidad e idoneidad del proyecto, el Consejo Interterritorial ha decidido que se realice, en primer lugar, una experiencia piloto entre algunas Comunidades Autónomas.

Telefónica ofrecerá Internet a una velocidad de 30 megas a partir de 2008

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:40 pm

El director general de Telefónica España, Antonio Viana-Baptista, ha anunciado que la empresa empezará a comercializar Internet a una velocidad garantizada de 10 megas por segundo en Madrid y Barcelona antes de que termine el año, y a 30 megas por fibra óptica a partir de 2008. En conferencia de prensa, Viana-Baptista recordó que Telefónica está realizando una prueba piloto a 10 megas en mil hogares de Madrid y Barcelona.

(Libertad Digital) El precio de este servicio, cuando se generalice la oferta en estas dos ciudades, se fijará a partir de los 44,9 euros al mes para los dúos (voz e Internet) y de 48,9 euros para los tríos (incluyendo también televisión). El directivo de Telefónica dijo que la red de la operadora ya está preparada para ofrecer 10 megas de velocidad al 54 por ciento de la población y que el objetivo es que en 2010 pueda llegar al 80 por ciento. Además, se espera que el 40 por ciento de la población pueda acceder a 30 megabits y el 25 hasta los cien.

Servicio Past TV
Viana-Baptista anunció que para estas Navidades completarán la oferta de televisión por Internet de Telefónica, Imagenio, que llegará a los 160 canales, de los que 40 serán nuevos. El director general de Telefónica España anunció el lanzamiento en primicia mundial del servicio Past TV, que permitirá acceder a la mayor parte de los programas emitidos por la televisión convencional de Telecinco, TVE, La 2 y Cuatro de los últimos 7 días cuando el usuario quiera. Dijo que se trata de que el usuario pueda ver la televisión cuándo y cómo quiera.

Dentro de esta política, Telefónica lanzará el PVR (grabador de vídeo personal en formato digital) con capacidad de almacenamiento de 160 Gigabytes, equivalentes a 100 horas de grabación. Este servicio permitirá rebobinar la televisión en directo hasta el momento en que se sintonizó el canal para no perderse ningún momento de un programa, parar la televisión en directo y recuperar la emisión y grabar de forma instantánea. Además se ofrecerán paquetes de programas destinados a ciudadanos de los distintos países que viven en España.

Televisión en el móvil
En telefonía móvil, Viana-Baptista dijo que Telefónica ofrece ya cobertura de tercera generación en las poblaciones de más de 15.000 habitantes, de 3,5 en las de más de 20.000 y de la siguiente generación, HSUPA, en municipios de las diez principales provincias. El directivo recordó la oferta de televisión en el móvil con 42 canales y tarifa plana de 5 euros al mes y el correo móvil dirigido a los clientes residenciales. Además, anunció un acuerdo con Sony por el que los nuevos modelos de ordenadores portátiles Vaio tendrán telefonía de tercera generación de Telefónica.

Las ofertas de Telefónica están pendientes de la autorización definitiva de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones.

Telefónica lanza una conexión a Internet de banda ancha vía satélite

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:39 pm

Telefónica anunció el lanzamiento de un sistema de telecomunicaciones que permite una conexión total a Internet de banda ancha en los puntos más remotos del planeta mediante un acceso vía satélite.  En concreto, el acceso se realiza a través de la Red Global de Banda Ancha (BGAN, Broadband Global Area Network), un servicio de la compañía Inmarsat que Telefónica distribuye en diferentes países.

LD (Europa Press)  La operadora explicó que con esta tecnología, los usuarios podrán enviar correos electrónicos, conectarse a una red privada y, simultáneamente, disponer de comunicaciones de voz, entre otras aplicaciones, a través de un único dispositivo.

Asimismo, indicó que el servicio está especialmente diseñado para periodistas, ingenieros, especialistas en prospección, servicios de emergencias, militares, deportistas de aventura y aquellos usuarios que necesiten comunicarse en lugares remotos.

El nuevo servicio se prestará gracias a un acuerdo suscrito entre Telefónica Wholesale, empresa mayorista de servicios de comunicación globales de Telefónica, e Inmarsat, compañía especializada en comunicaciones móviles globales vía satélite.

El equipamiento utiliza una de las redes de satélites más sofisticadas del mundo, permitiendo el acceso a aplicaciones de datos a velocidades de hasta medio megabit por segundo, al mismo tiempo que se pueden realizar llamadas telefónicas. Además, el servicio se establece a través de pequeños y ligeros dispositivos BGAN, de entre 1 y 3,2 kilogramos de peso.

A través de su red de satélites, el servicio BGAN de Inmarsat ofrece una cobertura prácticamente global, el 85% de la masa terrestre y el 98% de la población mundial.

El PP denuncia el «destierro» del castellano en Cataluña y pregunta a Molina por el caso Peri Rossi

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:37 pm

El senador popular Juan Van-Halen Acedo advertido del «destierro» que, a su juicio, sufre el castellano en Cataluña y preguntó al ministro de Cultura, César Antonio Molina, si se adhiere al manifiesto en solidaridad con la escritora Cristina Peri Rossi, despedida de Catalunya Ràdio por no hablar en catalán. Molina no se ha pronunciado al respecto y simplemente se ha remitido al artículo 3 de la Constitución, donde se establece el castellano como lengua oficial del Estado y el resto de lenguas cooficiales en sus comunidades autónomas respectivas.

L D (EFE) Durante la sesión de control al Gobierno en el Senado, Juan Van-Halen Acedo preguntó al ministro de Cultura, César Antonio Molina, si se adhiere a este manifiesto que, según dijo, denuncia la persecución lingüística en Cataluña, al que se han sumado alrededor de quinientos intelectuales y escritores.

La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi denunció a finales de septiembre haber sido despedida como tertuliana de Catalunya Ràdio por expresarse en castellano, y colgó en su «blog» un manifiesto al que se han adherido personalidades como Ana Maria Moix, Esther Tusquets o Enric Majó.

Van-Halen alertó del «destierro del castellano» en Cataluña, lo que supone una «vulneración de la Constitución», y subrayó que esa discriminación se da en el ámbito educativo, «donde contra la voluntad de los padres a los alumnos se les priva del castellano», en la publicidad o en el comercio, «donde se favorece la delación entre comerciantes por no rotular sus establecimientos en catalán».

Molina, en su turno de respuesta, se remitió al artículo 3 de la Constitución, donde se establece el castellano como lengua oficial del Estado y el resto de lenguas cooficiales en sus comunidades autónomas respectivas. Además, recordó que desde su anterior cargo como director del Instituto Cervantes, se dedicó a impulsar la lengua castellana por todo el mundo, así como las otras lenguas oficiales.

ERC pide que se supriman los delitos contra la Corona y de ultrajes al Rey

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:36 pm

ERC en el Ayuntamiento de Gerona ha presentado una moción para que se supriman los delitos contra la Corona y de ultrajes al Rey, porque, según ellos, vulneran la libertad de expresión. ERC denuncia «la persecución del movimiento independentista»  por parte del «Estado español» y pide que desaparezca la Audiencia Nacional al considerarla un «anacronismo».

(Libertad Digital) ERC dice en su moción que «la persecución del movimiento independentista no es un hecho nuevo en los Países Catalanes. El año 1992 algunos catalanes fueron detenidos por el sólo hecho de defender una ideas ligadas a la independencia política de nuestro país. Hoy, uno de los cuantos años más tarde, el independentismo vuelve a ser motivo de persecución por parte del Estado español». Según los independentistas, la moción viene motivada por la decisión de la fiscalía de la «Audiencia Nacional española de imputar a los diversos ciudadanos por un delito de injurias a la Corona, a raíz de la quema de fotografías del rey».

ERC pide «el fin de la criminalización del movimiento independentista de la ciudad de Gerona y de las ciudades de los alrededores de los Países Catalanes.Exigimos el respeto al derecho fundamental de la libertad de expresión –y el derecho a manifestarse como expresión de éste- reconocido por la Constitución española pero también por el artículo 19 de ka Declaración Universal de los Derechos Humanos».

Por otra parte, los republicanos muestran su apoyo a «los periodistas que se han visto vulnerados sus derechos profesionales habiendo cedido imágenes y exigimos el respeto al derecho a la libertad de información y el secreto profesional reconocidos en el artículo 20 de la Constitución española».

Asimismo «denunciamos el anacronismo que supone la existencia de la Audiencia como un tribunal especial en el actual ordenamiento jurídico español. Pedimos a la Fiscalía General del Estado, y en especial al fiscal de la Audiencia Nacional, que no malgasten los pocos recursos que tiene la justicia y centren sus esfuerzos en perseguir y combatir aquellos delitos que suponen un problema social grave (delitos fiscales, narcotráfico, etc.)».

Finalmente, ERC anuncia que impulsará «una proposición de ley de supresión de los artículos 490.3 y 491 relativos a los delitos contra la corono y el artículo 543 relativo a los ultrajes a España comprendidos a la Ley orgánica 19/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal».

Zapatero: El PP da voz a «minorías radicales» para atacar al Gobierno

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:34 pm

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha vuelto atacar al Partido Popular tachándolo de dramatizar la actual situación de la Nación. En su intervención en el Senado, ha destacado que los populares «dan voz» a minorías radicales, como las que queman fotografías del rey don Juan Carlos y que no son otros que los propios aliados del PSOE en Cataluña y en el Congreso de los Diputados. El portavoz del PP en la Cámara Alta, García Escudero, le ha contestado que no saben si quedarse con el PSOE de Ibarra o con el de Galicia o Cataluña.

(Libertad Digital) Escudero ha recalcado que esta legislatura socialista es la primera en toda la democracia en la que se están planteando temas como «la monarquía o la bandera», una situación que para el Gobierno de Rodríguez Zapatero es «simplemente espuma». El portavoz del PP en el Senado le ha recomendado al presidente que se olvide de «campañas publicitarias» para mejorar su debilitada imagen y que reconozca que se equivocó de amistades. «No se puede defender España con sus aliados», aseveró.

«Usted (al presidente) es incapaz de solucionar la actual situación porque usted mismo la ha creado», ha destacado Escudero quién ha apuntado que fue el Gobierno socialista el que rompió todos los consensos básicos con el Partido Popular. Ante esta situación, le ha exigido que convoque de manera inmediata elecciones generales.

 «Sólo queda una salida, dele la palabra a los españoles cuanto antes. Convoque ya las elecciones para que elijan un nuevo gobierno», recalcó. Por otro lado, exigió al Zapatero que sea firme ante las pretensiones secesionistas del lehendakari Ibarretxe.

La postura del presidente Zapatero

En respuesta a estas declaraciones, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha ironizado afirmando que «agradece» los consejos de Escudero aunque también tiene «derecho» a sonreír mientras el popular realiza su intervención.  

El jefe del Ejecutivo ha recalcado que ante «los problemas latentes» él tiene una receta: «buscar el máximo marco de entendimiento y convivencia y no de confrontación». Una receta que, para cumplirse, necesita de la ayuda del PP que, en palabras del presidente, se basa en la descalificación absoluta. «Se puede discrepar en todo pero no tener que recurrir a la descalificación de los que ostentan una representación democrática en esta cámara o en el Congreso de los Diputados».

«Resulta paradigmático y extraño que ustedes traigan a esta cámara, con reiteración, los argumentos y acciones de grupos tan radicalmente minoritarios que nunca van a llegar a  esta cámara» afirmaba Zapatero, en referencia a aquellos que queman fotografías del Rey don Juan Carlos. Unos grupúsculos que conforman las bases de aquellos partidos, como ERC, en los que se ayudó el Partido Socialista para gobernar en Cataluña o sacar adelante proyectos en el Congreso de los Diputados.

«No parece ni razonable ni útil dar pábulo a actitudes minoritarias y que no representan nada en la sociedad», recalcó.

En referencia a este asunto, Zapatero intentó radicalizar el mensaje del PP afirmando que esta formación «ha puesto empeño en intentar confrontar, criticar, atacar, pelear, en cosas esenciales en las que estamos de acuerdo». Y concluyó: «no hay ninguna hoja de servicios con España mejor que la del PSOE».

Montilla: «El Código Penal no debería perseguir la quema de fotos de los Reyes»

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:33 pm

A pesar de la repulsa generalizada en contra de las injurias a la Corona de España, el presidente catalán, José Montilla, ha asegurado que, en su opinión, el Código Penal no debería perseguir la quema de fotos de los Reyes, tal como ha sucedido en la Comunidad Autónoma que preside. Para el máximo representante de la Generalidad, la gravedad de los hechos no es suficiente para llevar a alguien a los tribunales ya que el caso «sobredimensiona» unos actos que califica de «minoritarios».

L D (EFE) En declaraciones a Cataluña Radio, Montilla destacó que «las leyes están para cumplirlas y esto no me corresponde a mí, sino a la Justicia, pero seguramente la ley va en determinados temas un poco sobrepasada, y un acto de estas características seguramente no debería ser objeto de persecución con el Código Penal en la mano».

A su juicio, si la Justicia no persiguiera la quema de fotos de los Reyes, don Juan Carlos y doña Sofía, «no serían noticia» y se registrarían menos episodios de este tipo, ya que cree que en muchos casos se realizan por «afán de notoriedad» de los manifestantes y a sabiendas de que será noticia en los medios de comunicación.

Montilla, que ha confirmado en Fráncfort (Alemania) que acudirá a los actos de la Fiesta Nacional en Madrid, ha dicho que aunque no se hubiesen producido los actos de quemas de fotos él hubiese ido igualmente al desfile militar, junto al Rey, en un acto de «normalidad institucional» y tal como hicieron sus predecesores en el cargo, Pasqual Maragall y Jordi Pujol.

Le Figaro critica a Zapatero por su escasa defensa del Rey

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:31 pm

Los ultrajes a la Corona de España por parte de minorías radicales sigue captando la atención de los medios internacionales. El diario francés Le Figaro dedica su portada y un amplio editorial a la campaña antimonárquica que se vive en Cataluña, defiende la figura del Rey Juan Carlos y critica la política del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. El periódico galo asegura que, en lugar de gobernar con «habilidad», el Ejecutivo ha optado por «el tratamiento de choque».  Por su parte, en el Senado, Zapatero ha acusado al PP de dar voz a las minorías radicales.

L D (Europa Press) «Crujidos en España» es la frase elegida por el editorialista Stéphane Marchand para apoyar la información que, bajo el título «Juan Carlos defiende la monarquía española», repasa los recientes episodios de contestación a la Familia Real, comenzando por la portada de los Príncipes de Asturias en El Jueves, pasando por la quema de fotografías de los Reyes en Cataluña y terminando por la petición de abdicación de algunos sectores.

«Hasta este año, el Rey de España era sagrado y criticarle era una ofensa impensable, insultarle un delito que podía acabar en los tribunales. El tabú acaba de saltar en pedazos y la monarquía es hoy un objetivo como cualquier otro», comienza diciendo el editorial, que critica que se use la libertad para injuriar al monarca.

Para el diario galo esta agitación se circunscribe a «unas minorías ruidosas» y tiene toda la apariencia de una «cacofonía que es el lugar común de las democracias modernas donde nada es más sano que la libertad de expresión».

No obstante, cree que España es una democracia bastante joven y, por lo tanto, «vulnerable» y que nadie la encarna mejor que Juan Carlos después de que impidiera el golpe de Estado en 1981. «Es él quien ha ofrecido a su país treinta años de desarrollo y el mayor periodo de estabilidad, prosperidad y democracia, en dos decenios de crecimiento sostenido», señala, recogiendo las palabras pronunciadas en Oviedo por el propio Rey.

«La envidiable salud económica de España podría hacernos olvidar su historia, pero el país no la olvida. Las heridas de la Guerra Civil y de la dictadura no se han cerrado del todo. La sociedad sigue siendo frágil, porque conoce su tendencia a las trágicas divisiones intestinas», continúa el editorial, que recalca que «a través del Rey, se apunta a las instituciones nacionales» y resalta que «el sistema federal ha otorgado una muy amplia autonomía a Cataluña y País Vasco que reclaman siempre más, con el riesgo de llevar a España hacia la desmembración institucional».

Clima confuso creado por Zapatero

«En este clima confuso donde se mezcla dinamismo económico e incertidumbre existencial sobre el fondo de la precampaña legislativa, convendría gobernar con habilidad», agrega Marchand.

Desde 2004, recuerda, Zapatero ha elegido, al contrario, el ‘tratamiento de choque’. «En nombre del socialismo ciudadano ha lanzado a su país hacia una metamorfosis acelerada de la sociedad y ha hecho de España, vieja tierra católica, uno de los países más ‘liberados’ del mundo», prosigue.

Añade que las relaciones entre la Iglesia y el Estado han sido tensas por la aprobación del matrimonio homosexual y considera que «no todos los españoles estaban preparados para este gran giro a la izquierda» y lo que califica de tsunami de las costumbres.

Sostiene también que Zapatero ha optado igualmente por las formas fuertes respecto a «los separatistas vascos de ETA», una «cortesía» que, según Le Figaro, se volvió «muy embarazosa» cuando la banda reanudó los actos terroristas. «En pocas palabras, concluye el editorial, la figura del Rey no es el único tabú que vacila en España. El viejo país se ve sacudido y hace falta oír los crujidos porque dicen mucho sobre los dolores del cambio».

El Banco de España es el que más oro ha vendido en Europa en el último año

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:30 pm

Las ventas de oro por parte del Banco de España le colocan como la institución que más se ha deshecho de sus reservas de oro del Central Banks Gold Agreement (CBGA), por delante Suíza (113 toneladas) y Francia (99). El mercado del oro es muy opaco porque está dominado por instituciones públicas (los bancos centrales), de modo que no hay datos oficiales que recoja todas las ventas del CBGA. A pesar de ello varias instituciones (como Citigroup y ResourceInvestor) reconocen al Banco de España como el que más oro ha vendido en el último año.

LD (José Carlos Rodríguez) El Central Banks Gold Agreement (CBGA), que se podría traducir como el Acuerdo de los Bancos Centrales sobre el Oro, se firmó en 1999. Su objetivo era limitar las ventas conjuntas de varios bancos centrales europeos, para tener cierto control sobre el mercado del oro. El acuerdo se ha ido renovando y el 26 de septiembre de 2004 se renovó, elevando el límite conjunto máximo de 400 a 500 toneladas de oro por año. El acuerdo no obliga a ninguno de los bancos a vender oro, sino a coordinar las ventas si desea hacerlas con los otros firmantes, de modo que las salidas conjuntas no superen las 500 toneladas del preciado metal.

La contabilización se hace durante el año que termina el 26 de septiembre, por lo que recientemente ha concluido el ejercicio 2006-2007. Pero, dado que no es un mercado con preeminencia de actores privados sino que está dominado por los bancos centrales, es muy oscuro y la información se ofrece de forma parcial, a destiempo, y sólo en términos muy generales. Por ejemplo, nunca se ofrecen detalles de los precios a que se han producido las ventas o a quién.

Por ello, los analistas se ven forzados a recopilar y analizar los datos dispersos y hacerse con ellos una composición de lugar. Con todo, los analistas sí coinciden en un caso: el Banco de España es la institución del CBGA que más reservas de oro ha vendido en el último año, cerrado el pasado 26 de septiembre. Citigroup, en su informe «Gold: Riding the re-flationary rescue» recogió datos de la venta de 441 toneladas de oro, y concluyó que «España fue un gran vendedor a comienzos de 2007, seguida por Suíza». El análisis de Citigroup recuperó la idea de que los bancos centrales actúan contra la apreciación del oro, al afirmar que «el oro, indudablemente se enfrenta a la corriente en contra este año resultante de las ventas de los bancos centrales, que claramente se han producido a tiempo para frenar el precio del oro».

ResourceInvestor, en un reciente informe, han hecho recuento de las últimas noticias para concluir, de nuevo, que es el Banco de España (BDE), con 165 toneladas de oro, la institución que más reservas de este activo monetario ha llevado al mercado. Le sigue el Banco de Suíza con 113 toneladas en un año, y el de Francia con 99. El Banco Central Europeo ha anunciado, tras reconocer ventas por 60 toneladas de oro, que no tiene previsto volver a vender a corto plazo. El Banco de Suecia anunció que planeaba vender 10 toneladas a finales de septiembre.
El World Gold Council ha calculado recientemente que los bancos centrales comprometidos en el CBGA habrían vendido conjuntamente 450 toneladas de oro, pero si se tuviesen en cuenta las ventas que podría haber realizado a última hora el Banco de Suiza el total ascendería a una cantidad de entre 455 y 460 toneladas. Matthew Turner, analista de Virtual Metals, eleva sus cálculos hasta los 475.

Que el mercado del oro es muy oscuro es bien conocido. La información típica ofrecida por los propios Bancos centrales es como la que ha enviado este miércoles el Banco Central Europeo sobre el Eurosistema: «En la semana que finalizó el 5 de octubre de 2007, la partida 1 del activo, oro y derechos en oro, se redujo en 150 millones de euros, debido a la venta de ese metal efectuada por dos bancos centrales del Eurosistema (de conformidad con el Central Bank Gold Agreement de 27 de septiembre de 2004) y la adquisición neta de monedas de oro realizada por otro banco central del Eurosistema». No ofrece más detalles de qué bancos han vendido, quién es el comprador, o los términos del acuerdo.

La sentencia del juicio por el 11-M se hará pública el 31 de octubre a las 11:00

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:29 pm

El tribunal de la Audiencia Nacional ha informado este miércoles mediante una providencia a las partes del juicio por los atentados del 11-M que la sentencia se hará pública el próximo día 31. La resolución será dada a conocer en lectura pública en el pabellón de la Audiencia Nacional en el recinto ferial de la Casa de Campo en el que se celebró la vista oral.

L D (Agencias) La Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional ha citado para el próximo 31 de octubre a todas las partes personadas en el juicio por el atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid, con el fin de hacer pública la sentencia contra los acusados, informaron fuentes jurídicas.

La sentencia contendrá las condenas de los 27 acusados que aún continúan imputados y que se enfrentan a penas de entre cuatro y 38.952 años de prisión. Las acusaciones populares y particulares retiraron durante la vista oral los delitos imputados a Brahim Moussaten y el asturiano Javier González Díaz, alias «El Dinamita», que quedaron en libertad. Además, otro de los imputados, Mamhoud Slimane Aoun, quedó en libertad condicional hace más de un mes a la espera de la sentencia.

La sentencia tendrá una longitud de más de 600 folios, 200 de ellos dedicados al desarrollo de los fundamentos jurídicos en los que se basará la condena o absolución de los 28 acusados que continúan imputados por su relación con los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, informaron fuentes jurídicas. Otros 200 folios corresponderán a los listados de heridos y lesionados, en los que se detallan las heridas sufridas por los 1.841 heridos por las explosiones en los trenes de cercanías y las indemnizaciones que corresponden a cada uno de ellos.  Los antecedentes de hecho abarcarán una extensión de entre 170 y 200 páginas y los hechos probados aproximadamente 70, concretaron las citadas fuentes.

En el caso del considerado autor intelectual de los atentados Rabei Osman El Sayed alias «El Egipcio», que se encuentra encarcelado en Italia, lo previsible es que siga la lectura desde este país a través de videoconferencia, aunque no se descarta la posibilidad de que sea trasladado a España. 

La Audiencia Nacional ya ha dado aviso a la Dirección General de Instituciones Penitenciarias para la próxima conducción de los 18 acusados que se encuentran encarcelados.  Los presos fueron enviados a cárceles repartidas por toda España una vez finalizó el juicio, a principios de julio. El Tribunal ha dado también aviso a los intérpretes de árabe para que realicen su labor durante esa jornada de forma que los acusados comprendan perfectamente el contenido del fallo.

El Parlamento catalán aprueba la ley que obliga a poner en alquiler pisos vacíos

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:27 pm

Los grupos del Parlamento catalán -excepto PP y CIU- han dado luz verde al proyecto de ley que contempla el alquiler forzoso de las viviendas vacías sin justificación. Tras este trámite, la Ley debería aprobarse en el siguiente pleno, pero CiU y PPC pedirán que se analice la constitucionalidad del artículo del alquiler forzoso. En su texto actual, la Generalidad puede obligar a los propietarios a poner en alquiler sus pisos. Dos años después, si se demuestra que no ha cumplido con «la función social de la propiedad» el Gobierno catalán podrá expropiar el usufructo de la vivienda durante 5 años.

LD (EFE) Durante el debate en comisión, los diputados Carles Sala (CiU) y Santi Rodríguez (PPC) han reiterado su oposición a la ley por considerar inconstitucional este artículo, mientras que los representantes de los grupos de la mayoría han defendido la ley. El diputado del PSC Roberto Labandera ha criticado a CiU por «negarse a sumar esfuerzos en favor de la vivienda, que es uno de los principales problemas de la ciudadanía».

En cuanto a ICV-EUiA, la diputada Dolors Clavell ha criticado la «ofensiva desproporcionada» iniciada por CiU y PPC a cuenta del polémico artículo, mientras que el diputado Pere Aragonés ha lamentado que el trámite del Consultivo retrase la aprobación de la ley.

Antes del inicio de la comisión, Ciutadans ha intentado un acuerdo con los grupos de la mayoría para acotar la aplicación del alquiler forzoso, pero PSC, ERC e ICV-EUiA no han aceptado el acuerdo, tras lo cual el diputado Albert Rivera ha lamentado la «inflexibilidad» de los grupos del tripartito.

El polémico artículo 42 de esta ley se refiere a las actuaciones dirigidas a evitar la desocupación permanente de las viviendas. El artículo dice que la Generalidad potenciará la incorporación al mercado, preferentemente de alquiler, de las viviendas vacías o permanentemente desocupadas. Para ello, están previstas subvenciones y garantías a los propietarios para asegurar el cobro de las rentas y la reparación de desperfectos que puedan causar los inquilinos.

Sin embargo, una vez agotadas las medidas de fomento, la Administración «podrá acordar el alquiler forzoso de la vivienda previa declaración de incumplimiento de la función social de la propiedad», señala la ley. Dos años después de tal declaración, la administración podrá expropiar el usufructo de la vivienda -no la vivienda como tal- para alquilarla a terceros.

En ese caso, el propietario recibirá una indemnización que tendrá en cuenta los gastos invertidos por la administración para habilitar la vivienda para el alquiler. El texto original de la ley decía que el propietario podría recuperar la vivienda tras seis años de alquiler forzoso, pero finalmente PSC, ERC e ICV-EUiA han introducido una enmienda para que el período de alquiler forzoso no pueda ser superior «a cinco años», en consonancia con el período de vigencia de un contrato de alquiler.

PP y CiU se oponen al alquiler forzoso de pisos vacíos propuesto por Montilla

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:26 pm

Ambos partidos vinculan el «Pacto Nacional por la Vivienda» 2007-12, propuesto por la Generalidad, con la futura ley de la vivienda, en vía parlamentaria, y se oponen al alquiler forzoso de pisos vacíos propuesto en el mismo. Algunos de los firmantes de este pacto también rechazan las «expropiaciones obligatorias», aunque han lamentado que CiU y PP no se adhieran al acuerdo para lograr un mayor consenso y han calificado su actitud como «partidista» y difícil de justificar.

LD (Agencias) El presidente de la Generalitat de Cataluña, José Montilla, se ha mostrado convencido de que en el «Pacto Nacional por la Vivienda» -suscrito por los tres partidos que integran el gobierno catalán (PSC, ERC e ICV), Ciutadans y más de treinta agentes del sector-  «cabe todo el mundo».

Por parte de ERC, Joan Ridao sostiene que «no hay ninguna excusa» para quedarse al margen de un pacto que calificó de «excelente» y criticó que CiU y PP hayan preferido «hacer política» antes que formar parte de un acuerdo logrado con constructores, sindicatos, entidades financieras y sociales. «No entendemos que ninguna fuerza política pueda quedar al margen», agregó.

El presidente de Ciutadans, Albert Rivera, afirmó que entró en el mundo de la política «para hacer pactos como éste» y consideró que su partido hace «oposición constructiva» porque, si bien está en desacuerdo con el alquiler forzoso de pisos vacíos, al igual que CiU y PP, hay que diferenciar entre el pacto y la ley. «Una cosa es el pacto, construir viviendas, y otra el trámite parlamentario».

«Expropiaciones obligatorias»

El presidente de la Federación Catalana de Promotores y Constructores de Edificios, Enric Reyna, también hizo una valoración «positiva» del pacto. En cambio, sobre el alquiler forzoso de pisos vacíos dijo que «no es lógico que se hagan expropiaciones obligatorias», incluso dijo podría que ser «inconstitucional», pero remarcó que «no hay tantos pisos en Barcelona en esta situación».

El alquiler forzoso del usufructo de aquellas viviendas desocupadas durante dos años es el principal escollo entre el Govern y la oposición en la nueva ley de Derecho a la Vivienda que se está tramitando en el Parlament. Según afirma el diario La Vanguardia, el alquiler forzoso sería la última medida tras agotar el resto de vías encaminadas a convencer al propietario de la conveniencia de alquilar su vivienda. En principio, no podrá ser superior a seis años, tras los cuales éste podrá recuperar el uso de su propiedad.

Según la Generalidad, el pacto supondrá la ejecución de unas 800.000 actuaciones durante los próximos diez años y contará con una inversión pública de 8.221 millones de euros. Además, afirman que permitirá la movilización de suelo para construir 250.000 viviendas de protección oficial, el inicio de obras o construcción de 160.000 viviendas más con algún tipo de protección oficial, especialmente para los jóvenes que se han de emancipar, y movilizar y poner en el mercado 62.000 viviendas del parque desocupado.

El Parlamento catalán aprueba la ley que permitirá la expropiación de pisos vacíos

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:25 pm

La cámara autonómica de Cataluña ha dado luz verde a la ley que autoriza a la Generalidad a expropiar los pisos que permanezcan desocupados durante más de dos años tras el rechazo a las enmiendas a la totalidad presentadas por CiU y PP. El consejero de Vivienda ha reconocido el «intervencionismo» de la norma y lo ha defendido con el fin, ha dicho, de «paliar la ineficiencia del mercado». Con esta nueva ley, la Generalidad interpretará en el caso de que no se alquile la vivienda en dos años que el objetivo del dueño es especular y procederá a sacarla al mercado de alquiler.

L D (EFE) Además, el proyecto prevé que en veinte años el 15 por ciento del suelo de los municipios de más de 3.000 habitantes se destine a vivienda protegida, además de contemplar la creación de un registro de solicitantes de viviendas protegidas, que no podrán perder esta calificación hasta pasado un mínimo de 30 y un máximo de 90 años.

El consejero de Medio Ambiente y Vivienda, Francesc Baltasar, fue el encargado de presentar el proyecto, que definió como «pactista», y defendió su «intervencionismo» dada la «necesidad de intervención del sector público» en el asunto de la vivienda para «paliar la ineficiencia del mercado».

El PP recuerda que la ley de Montilla para expropiar viviendas atenta contra la libertad de los ciudadanos

Filed under: General,Rajoy,Zapatero — África @ 6:24 pm

El PP ha criticado el proyecto de ley aprobado por el tripartito que permite expropiar la vivienda a los propietarios que la mantengan desocupada durante, al menos, dos años. Para Acebes, no es más que una metáfora del «intervencionismo asfixiante» de la política de Zapatero. El secretario general del PP recuerda que esta política atenta contra la seguridad jurídica y la libertad individual de los ciudadanos. A Trujillo le ha reprochado que sólo ofrezca «minipisos y zapatillas» y ha lamentado que «como no puede conseguir viviendas, pues que puedan ocuparlas gratis total», en referencia a la defensa que hizo la ministra del movimiento «okupa» como «otro estilo de vida».

LD (Agencias) La iniciativa del gobierno tripartito que contempla la posibilidad de expropiar pisos a los propietarios que lo mantengan desocupados durante al menos dos años, continúa levantando polémica. La aprobación, el pasado martes, de este  proyecto de ley coincidía con las declaraciones de la ministra de Vivienda, María Antonia Trujillo, que defendió el movimiento «Okupa», como «otro estilo de vida» y justificó de esta manera que las fuerzas de seguridad catalanas no actuaran contra un grupo de personas que habían ocupado una fábrica en Barcelona durante más de dos semanas.

Desde las filas populares ha criticado este proyecto. En palabras de Ángel Acebes, secretario general del PP, este proyecto de ley «es una metáfora del intervencionismo asfixiante de la política de Zapatero». Según el dirigente popular, el PSOE se inventó un ministerio sin competencias como el de vivienda, que se ha dedicado a ofrecer «minipisos y zapatillas» y que ahora, defiende al movimiento «Okupa» porque «como no puede conseguir viviendas, pues que puedan ocuparlas gratis total».

Sacó además a colación que el ministerio de Interior llegó a suspender una cumbre sobre vivienda en Barcelona por no poder garantizar la seguridad precisamente ante los «antiglobalización» y añadió que la iniciativa de Cataluña de expropiar pisos vacíos atenta, «en nombre de un falso progresismo», contra la seguridad jurídica y la libertad individual.

Acebes continuó insistiendo en que el «control» que quiere ejercer el Gobierno sobre los españoles resulta cada vez más «asfixiante», hasta el punto de que pretenden opinar sobre lo que «comen» los ciudadanos, cómo «educan» a sus hijos o qué deben hacer con sus pisos, según Europa Press.

Finalmente, indicó que para poder llevar a cabo una buena política en España hace falta, además de una alternativa, preparación técnica, disposición a trabajar y «formar a los mejores equipos». Fue entonces cuando Acebes ironizó sobre los equipos de economía que puede tener este país en un futuro cuando se tienen «ideas» que pasan por que asignaturas como ‘anatomía aplicada a la danza’ tenga el mismo peso que otras como economía o historia.

La inercia de la economía

El secretario general del PP, Ángel Acebes, ha afirmado que el Gobierno socialista no tiene «modelo propio» en economía y que al presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, «no le interesa» esta materia y ha optado por vivir de la «inercia». Además, dijo que la aprobación de una Ley en Cataluña para poder expropiar pisos deshabitados es una «metáfora» del «intervensionismo asfixiante» de Zapatero.

Agregó que el Ejecutivo socialista se aprovecha «de las rentas acumuladas» y que no ha desperdiciado la ocasión «para meter mano en sectores estratégicos». «Pero la inercia del Gobierno no significa continuismo del todo, puesto que detrás de un barniz o una retórica continuista el Gobierno de Zapatero ha operado sutiles pero perjudiciales cambios en política económica», señaló.

En la misma línea, reprochó al PSOE que busque el superávit en las cuentas públicas a través del aumento de la presión fiscal en vez de incentivar la reducción del gasto público y recalcó que si la fiscalidad de hoy fuera la de 2004, se pagarían 10.000 millones de euros menos en impuestos, según Europa Press.

CIU tampoco ve con buenos ojos la iniciativa del tripartito

El presidente de CiU se ha mostrado partidario de «estudiar con clama» el proyecto de ley impulsado por el tripartito porque la expropiación que contempla es «una medida puesta completamente al límite incluso posiblemente de la legalidad». A juicio de Artur Mas, hay alternativas «mucho más eficaces».

Entre ellas, defendió su propuesta electoral de «subvencionar, en los tres primeros años, el 50 por ciento del alquiler a las parejas jóvenes que se emanciparan antes de los 30 años» o «de 35», ya que la edad «ya se hubiera visto en su momento». Alegó que es una medida «que todo el mundo entiende», y «para eso no hay que expropiar nada», sino aportar desde la Generalidad una línea de ayudas.

Mas auguró que la Generalidad no expropiará, y esta medida acabará siendo «testimonial». Además, recordó que la propiedad está «protegida por la Constitución». «Si tienes el piso vacío es porque quieres y es tu propiedad», insistió, aunque admitió el «clarísimo» problema de vivienda.

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